Afuera del Hospital Regional de Alta Especialidad, entre las paredes frías y los pasillos interminables, late un corazón pequeño pero fuerte: el de Samuel Ezequiel, un bebé de apenas cuatro meses que libra día con día la más dura de las batallas, la de la vida misma.
Su madre, Yesenia originaria de Altamira, se ha convertido en su ángel guardián. Ella no habla de cansancio, ni de derrota, aunque lleva más de 120 días viviendo prácticamente en la banqueta, enfrentando lluvias, hambre y carencias. Habla, en cambio, de fe, de amor y de esperanza.
“Mi hijo quiere vivir”, dice con la voz quebrada, pero con la mirada firme. “Cuando entro a verlo, sonríe, me da fuerzas… él me dice con sus ojitos: mamá, no te preocupes, todo va a estar bien”.
La historia de Samuel comenzó con ilusión. Fue el hijo esperado después de diez años, cuidado desde el vientre con consultas médicas privadas, estudios y controles. Todo parecía estar en orden, hasta que, a la media hora de nacer, su vida dio un giro inesperado: una compleja cardiopatía congénita lo obligó a ser trasladado a terapia intensiva.
Le siguieron operaciones a corazón abierto, negligencias médicas, infecciones, traqueostomía, convulsiones y paros cardiorrespiratorios. Sin embargo, contra todo pronóstico, sigue aferrado a la vida. “Los doctores dicen que otros niños no habrían aguantado ni la décima parte de lo que él ha vivido”, cuenta Yesenia, orgullosa.
Afuera del hospital, la familia sobrevive vendiendo ropa usada, la poca que la lluvia y los pájaros no arruinaron. Sueñan con un triciclo motorizado para poder vender elotes, tamales o raspas y levantar con dignidad a sus dos hijos. “No queremos vivir de donaciones, queremos trabajar”, insiste Yesenia.
Pero mientras llega esa oportunidad, la urgencia es otra: medicamentos diarios que cuestan miles de pesos, alimentos básicos y un techo digno. Los ahorros se terminaron, las fuerzas flaquean, pero el amor por Samuel mantiene en pie a esta madre que asegura: “Mientras yo respire, voy a luchar junto a él”.
Hoy, esta historia necesita escribirse también en el corazón de quienes puedan ayudar. Porque cada aportación, cada gesto solidario, se convierte en oxígeno, en esperanza y en vida para el pequeño Samuel.
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Yesenia concluye con un mensaje que retumba en quienes la escuchan:
“Mi Dios no hace las cosas a medias. Yo sé que mi hijo saldrá adelante. Solo hay que aguantar el proceso”.
Por Raúl López García




