“Por su incansable esfuerzo en la promoción de los derechos democráticos para el pueblo de Venezuela, y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia.” Con estas palabras, el Comité Noruego del Nobel anunció que María Corina Machado era la ganadora del Premio Nobel de la Paz 2025. La llamada llegó de madrugada. “¿Estoy hablando con María Corina Machado?”, preguntó el secretario noruego Kristian Berg Harpviken. “Sí, ésta es María Corina”, respondió ella con voz sorprendida. Segundos después, su incredulidad se transformó en emoción: “¡Dios mío!… esto es un logro de toda la sociedad, yo solo soy una persona… ciertamente no merezco esto”.
Esa humildad resume la esencia del premio que Alfred Nobel imaginó hace más de un siglo. Tras la muerte accidental de su hermano Emil en una explosión ocurrida en una fábrica familiar donde se manipulaba nitroglicerina, Nobel decidió dedicar su fortuna a reconocer a quienes trabajaran por el conocimiento, la ciencia y la paz. Desde 1901, el galardón se otorga en Física, Química, Medicina, Literatura, Economía y Paz, esta última reservada a quienes contribuyen a la fraternidad entre las naciones y a la defensa de los derechos humanos.
A lo largo de su historia, el Premio Nobel de la Paz ha sido otorgado a figuras que cambiaron el rumbo de la humanidad: Martin Luther King, Nelson Mandela, Malala Yousafzai, Rigoberta Menchú, la Madre Teresa de Calcuta, entre otros. Pero también ha enfrentado críticas, rechazos y polémicas. Bob Dylan lo recibió con indiferencia; Henry Kissinger lo aceptó entre protestas; y hay quienes, como Putin, hubieran querido que se premiara a Donald Trump, a pesar de su silencio frente a la tragedia de Gaza o la guerra en Ucrania.
En este 2025, el reconocimiento recae sobre una mujer que representa la resistencia civil frente a la dictadura venezolana, una voz que no se ha doblegado ante la persecución, el exilio de aliados, la represión ni el miedo. Su victoria simbólica es también la de millones de venezolanos que sueñan con recuperar su democracia y su dignidad. El Nobel a María Corina Machado no solo honra su lucha: reaviva la esperanza de un continente donde la libertad se ve amenazada por populismos que, bajo el ropaje de la justicia social, esconden pulsiones dictatoriales.
Las democracias del mundo celebraron la noticia con entusiasmo, conscientes de que el premio trasciende fronteras. En cambio, las dictaduras y los gobiernos que coquetean con el autoritarismo respondieron con molestia o silencio. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, al ser interrogada sobre el tema, respondió con un frío “sin comentarios”. No hizo falta más: el gesto reflejó su incomodidad ante una mujer que simboliza exactamente lo que los regímenes de control temen —la fuerza moral de la libertad.
El contraste fue evidente: mientras el mundo libre aplaudía, los autócratas fruncían el ceño. Cada reacción, cada palabra omitida, expuso la verdadera posición de los gobiernos frente a los valores democráticos. La entrega del Nobel a Machado, más allá del reconocimiento individual, es un llamado a las conciencias del siglo XXI: recordar que los pueblos no se salvan con discursos ni con dádivas, sino con instituciones fuertes, libertades plenas y ciudadanos que no se rinden.
María Corina lo dijo con la serenidad de quien ha sufrido pero no ha claudicado: “Todavía no hemos llegado al final, pero estoy segura de que prevaleceremos”. Sus palabras, más que una promesa, suenan como una advertencia: la libertad, cuando despierta, ya no vuelve a dormirse.




