La definición de identidades para contender por las ocho candidaturas en juego (de carácter uninominal), anima la efervescencia en los 10 partidos políticos involucrados en el actual proceso electoral federal.
Sobre todo por saber que en Tamaulipas la alternancia legislativa ha sido una constante desde hace tres lustros.
Y hay constancia irrefutable:
a) Distrito I (Nuevo Laredo).
En el 2000 Arturo San Miguel Cantú accedió a la LVIII legislatura del Congreso de la Unión bajo las siglas del membrete albiceleste; y 12 años más tarde lo hizo Glafiro Salinas Mendiola (igual representando al PAN).
b) Distrito II (Reynosa).
En tres ocasiones ¡seguidas! el membrete de ultraderecha derrotó al tricolor (años 2000, 2003 y 2006), teniendo como candidatos a Francisco Javier García Cabeza de Vaca, Maky Esther Ortiz Domínguez y Raúl García Vivián, respectivamente, quienes ocuparon las curules en las legislaturas LVIII, LIX y LX; y en el 2012, (el también panista) Humberto Armando Prieto Herrera hizo ‘morder el polvo’ a la mentada gran familia revolucionaria.
c) Distrito III (cabecera en Río Bravo).
En el 2006, la panista Omeheira López Reyna se adjudicó el triunfo de manera contundente, formando parte de la LX Legislatura; repitiendo Acción Nacional esa dosis al tricolor hace tres años, con José Alejandro Llanas Alba.
d) Distrito IV (Matamoros).
También lo perdió el PRI en el 2006, pero ante el albiceleste Carlos Alberto García González (LX Legislatura); y en el 2012 volvió a ganarlo, con Carlos Alberto García González.
e) Distrito V (con cabecera en Victoria).
Éste lo ganó por única vez el partido de ultraderecha, llevando como candidata a María del Carmen Bolado del Real, quien formó parte de la LV Legislatura.
f) Distrito VI (cuya cabecera es Ciudad Mante).
Óscar Martín Ramos Salinas, como candidato independiente, fue el verdugo priista en el año 2003 —aunque se asegura que, en el fondo, lo fue del Partido Nueva Alianza (Panal)—, adjudicándose la curul en la LIX Legislatura.
g) Distrito VII (con cabecera en Ciudad Madero).
En 1997, Joaquín Hernández Correa —hijo del en ese entonces, aún cacique sindical “La Quina”—, por vez primera en la historia política de Tamaulipas, encabezó el triunfo de la izquierda (PRD), incorporándose a la cámara baja en la LVII Legislatura. Y allá en 2006, el tricolor de nueva cuenta perdió el distrito frente a la panista Beatriz Collado Lara, quien causó alta como integrante de mayoría relaiva en la LX Legislatura del Palacio de San Lázaro.
h) Distrito VIII (Tampico).
Allá en el puerto jaibo, el membrete albiceleste igual ha ostentado la diputación federal en tres periodos ‘al hilo’. Con Diego Alonso Hinojosa Aguerrevere ganó en el 2000; Jesús Nader Nasrallah hizo lo propio en el 2003; y en 2006 tocó a Luis Alonso Mejía García apabullar a sus contrincantes. Los tres acudieron a las legislaturas LVIII, LIX y LX del Congreso de la Unión. Y en 2012 recobró la curul con Germán Pacheco Díaz.
Tarea inmediata
Los datos anteriores, seguramente, ya le habrían sido refrescados al delegado del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI, José Parcero López, por lo que más allá de lo cuantitativo él está obligado a realizar un análisis cualitativo del por qué, en cada uno de los casos, así ocurrió.
De otra forma estaría pecando de omisión.
Y si acaso la historia derrotista se repitiera en cualquiera de las ocho demarcaciones sólo él sería el responsable directo —léase bien: directo—, porque las elecciones se ganan con estrategias que deriven en votos a favor y no con excesos de confianza.
Ni irritándose ante las preguntas de los reporteros que le parecen incómodas, según se ha visto, por tener la piel muy sensible.
Dictamen
Este día, la Comisión Nacional de Procesos Internos seguramente le dará luz verde a los registros de María Esther Camargo Félix, Mercedes del Carmen Gullén Vicente (“Paloma” para sus amigos), Daniel Sampayo Sánchez y Miguel Ángel González Salum, como precandidatos priistas.
Ellos van por las diputaciones federales de los distritos II, IV, V y VIII respectivamente, bajo el método de convención de delegados.
¿Electores
de segunda?
La participación ciudadana en las justas federales más recientes, en que se eligieron diputados federales, fue tan escasa (en promedio) que a duras apenas se rebasó el 50 por ciento del padrón electoral.
Y existe el riesgo, en este 2015, de que la historia se repita.
En primera, por el marcado desinterés que asoman los diez partidos políticos registrados para animar su contribución —PAN, PRI, PRD, PT, PVEM, MC, Panal, Morena, Humanista, Encuentro Social—, porque están más ocupados en ponerse zancadillas o sacar a relucir las debilidades de sus contrarios, antes que aplicarse en desarrollar estrategias que realmente impacten al conglomerado social, quien, al final de cuentas, es el que acude a las urnas; en segunda, porque el señor de Los Pinos sigue entrometiéndose en un proceso comicial que no le incumbe y, en tercera, por las constantes pifias del Instituto Nacional Electoral (INE).
Merced a lo anterior, surge la necesidad de hacer un simple ejercicio de reflexión, pues quizá de esta forma podríamos detectar el conjunto de elementos que inciden negativamente en el proceso comicial e inhiben la participación ciudadana.
Pero se debe aceptar que aun con todos y cada uno de los recursos legales, monetarios, de infraestructura y humanos que aparecen en toda campaña, la fuerza del electorado sigue teniendo presencia marginal, como ha quedado documentado en los procesos electorales anteriores.
Esto quiere decir, entonces, que México desde hace varios lustros ha sido gobernado por gerentes de ciertos grupos o camarillas —como lo ha dicho atinadamente Andrés Manuel López Obrador—, con el aval de la minoría ciudadana.
Y lo que es peor, enmarcados dentro de la legalidad que usufructúa el aparato federal.
Ahora bien, si consideramos que el nuestro es un sistema partidista donde cada órgano político pretende alcanzar o conservar el poder como parte de un procedimiento democrático —en donde la mayoría manda—, entonces nos encontramos ante una contradicción evidente.
Es decir, somos un caso atípico, pues tenemos en la Presidencia de la República a un mandatario surgido de un proceso abierto y plural, que la ley ampara, pero carente de fuerza moral y representatividad.
Confianza perdida
Una lectura que quizá mejor explica esto, es que los sufragantes, ya frente a las urnas, regularmente se abstienen de apoyar las propuestas y programas que les presentan los distintos candidatos al Congreso de la Unión, puesto que sus necesidades y demandas no se ven reflejados en las mismas ofertas de campaña.
Otra arista apunta en el sentido de que la base social ya ha perdido, luego de innumerables decepciones, la confianza en las estructuras del poder y hacia quienes lo aprovechan de manera grupal o personal, pues sólo se le toma en cuenta para votar y no para el reparto del pastel.
Engaños, falta de seriedad, incongruencia y cinismo, son algunas actitudes y conductas que han abonado a ello.
Esto es evidente.
¿Y cómo podría ser de otra manera, si a los principios, ideología y valores propios de una sólida cultura democrática se le antepone el vil, llano y salvaje pragmatismo, que todo lo convierte en acciones de compra-venta?
La mística de servicio naufragó, antes y ahora, en el chiquero que representan los escándalos políticos en los que, con pena y todo, siguen inmersos partidos y personajes de prosapia.
Se vive una época de hartazgo, donde los medios de comunicación masiva —principalmente los electrónicos monopolizados—, han hecho de su noble tarea un monumento al amarillismo y desorientación ciudadana, porque así conviene a los mismos actores de la simulación democrática.
La frecuencia del spot, las encuestas y la mercadotecnia en general, han demostrado el poco compromiso con la población y su propensión a magnificar los escándalos y promociones políticas.
Se percibe la demagogia reiterada, la pobreza del concepto y algo igual o más grave: el despilfarro de dinero, que no resulta descabellado pensar que proviene del erario, empresarios “generosos” con su “gallo” o la delincuencia organizada.
Choques
interpartidistas
Otro de los aspectos insoslayables que contribuye a la participación baja del electorado —por así llamarle a los aproximadamente 80 millones de ciudadanos que lo conforman—, es la enorme confusión que se da en los procesos electorales, como Usted seguramente lo ha corroborado durante el desarrollo del proceso que vivimos.
Existen choques frecuentes hacia el interior de los partidos que no han logrado superarse, hasta el grado de que algunos de sus cuadros —al ver cerradas las oportunidades—, hasta amenazan con emigrar a la competencia.
Ésa que desde hace ya varios años viene cargando el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en cuyo seno se han incubado cualquier cantidad de corrientes ideológicas.
Algunas de ellas han provocado sentidas incisiones en beneficio del Partido Acción Nacional (PAN) y de la mentada “chiquillada”.
Los que abandonan el barco lo han hecho esgrimiendo una serie de justificaciones, hasta eso creíbles: en el PRI los espacios se limitaron; se privilegia la cargada, el corporativismo y la imposición; más que impulsar la vida de una organización moderna y de nuevo tipo, se permite que resurjan decisiones autoritarias, la disciplina a ultranza y un renovado caciquismo que asfixia a la democracia.
También hay que decirlo: es difícil creer que todos los “notables” ex priistas que reniegan del partido otrora llamado “oficial” y se echan en manos de otras organizaciones, lo hacen en defensa de principios e ideología.
Lo que observamos es la expresión del interés particular, de grupos o facciones.
Por otro lado, es difícil entender la mezcolanza de siglas.
Y es que entre los clanes internos de la llamada izquierda o derecha es comprensible, pero de ahí a que se junten las unas con las otras, con el único afán de ganar, es inadmisible, desde cualquier punto de vista, en una actitud congruente.
Incluso genera enorme confusión, pues es tanto como pretender mezclar el agua con el aceite, aunque la aplicación del viejo apotegma aconseje que el fin justifica los medios.
En consecuencia, en un ambiente político como el que se vive, los partidos argumentan que actúan revueltos porque la ciudadanía así se los exige, aunque en la realidad es a la propia ciudadanía a quien menos toman en cuenta.
De ahí que en las jornadas electorales se les cobre la afrenta con el abstencionismo, al ignorar a candidatos impuestos y partidos carentes de identidad propia.
Esta realidad tiene origen en el incumplimiento de los compromisos de parte de los políticos que, una vez en el poder, simplemente piden “disculpas” por no estar en capacidad de dar cabal satisfacción y seguimiento a la plataforma que le facilitó su arribo al puesto.
Ya en la cúspide no ven ni oyen.
Se vuelven insensibles, desmemoriados y cínicos.
Vivimos, pues, las consecuencias de la práctica de una democracia imperfecta, que se nutre a diario del cuidado de las formas y encuentra el sustento más acabado, que no el único, en la simulación.
De ahí que no sea raro ver a los personajes vestirse de reyes, bufones y marionetas, según les convenga, siguiendo un guión, donde lo que menos importa es el público.
Éste permanece como espectador pasivo.
Y es que así lo prefieren los dueños del teatro.
Ésos que tanto se burlan de los ciudadanos con derecho a voto.
Estridencia electoral
Ahora bien, fuera de ocuparse en diseñar las estrategias político-electorales a seguir en la siguiente etapa de proselitismo, hay el claro ánimo entre los colaboradores más cercanos de los pre-candidatos a escudriñar en el pasado de sus adversarios ocasionales, como Usted seguramente ya lo ha advertido.
Confrontación al día
Aquí en Tamaulipas el Partido Acción Nacional (PAN) opera ya una estrategia de confrontación política. Y entre sus objetivos primarios, según se advierte, es ignorar todo llamado a impulsar un proceso comicial de altura, propositivo y de respeto.
Ahí tiene usted, por ejemplo, la actitud pendenciera de Francisco Javier García Cabeza de Vaca, que en el escándalo y la diatriba finca su ilusión de acrecentar la clientela comicial del membrete albiceleste.
Y es que en esta etapa del proceso, el PAN orienta sus esfuerzos a nulificar al adversario tanto como a la autoridad electoral y al aparato burocrático estatal, utilizando cualquier instrumento o medio a su alcance con fines beligerantes y perversos.
Como defensor (que se hace llamar) de la democracia y el cambio, el senador se muestra tan intransigente que su verdad depende del cristal con que él mira.
No por ignorancia u omisión, sino tratando de alterar el proceso, por su afán de pescar a río revuelto.
Los caminos de la civilidad y el respeto no forman parte de su lenguaje.
Por el contrario, acostumbrado está a la agresión oral y a la calumnia en tanto sus caprichos no sean cumplidos.
Ya ve usted que no respeta ni a sus mismos jerarcas del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), pues la arrogancia es, también, otro de sus atributos.
Lo más lamentable de este caso, es la fractura que ya asoma en la nomenclatura albiceleste estatal sin que aparezca quien trate de resanarla, puesto que su llamada clase política anda sudando otras calenturas y poco les interesa si los candidatos de su partido andan de la greña.
Políticos inhumanos
La expresión concreta de la lucha intestina que se libra a lo largo y ancho de nuestro país, retrata a los políticos de cuerpo entero, pues los exhibe como entes cargados de vicios e imperfecciones, enfermos de poder, y, lo peor, deshumanizados.
A diario somos testigos (cercanos o lejanos) de las confrontaciones entre la clase política en su búsqueda de trepar el andamiaje estructural de dominación, sin que nada les importe lo que ocurre abajo, donde está el pueblo, que a su modo busca se le tome en cuenta.
Prueba de ello es que entre los candidatos al Congreso de la Unión subyacen posturas encontradas que, al paso del tiempo, se vuelven fundamentalistas sin que exista poder humano que logre conciliarlas.
Entonces, tenemos que el desacuerdo, la descalificación y la estéril confrontación brotan por doquier.
En el ámbito nacional existen ejemplos sobresalientes y potenciales escenarios, que en lo cortito ya dan mucho de qué hablar, en el proceso electoral.
Por eso desde ahora advierto que la elección de las ocho curules uninominales será una verdadera cena de negros, ya que a días los dirigentes partidistas y los precandidatos han empezado a soltar la lengua a diestra y siniestra, sin el menor ánimo de respetar al adversario o generar un clima propicio para que el ciudadano se exprese en las urnas como le venga en gana.
Sin presiones, compra de voluntades ni amenazas de por medio.
Un claro ejemplo es que los políticos avivan el fuego a la menor provocación o sin que exista reto, vertiendo sus declaraciones y juicios cargados de perversidad.
Los mapaches
Estos animales, también conocidos como ositos lavaderos, son mamíferos carniceros que se distinguen por tener orejas puntiagudas erectas, cuerpo rechoncho, larga cola peluda, cabeza ancha, hocico corto y unas manchas negras que le rodean los ojos como si portara un antifaz.
Son, además, ejemplares que cazan durante la noche.
Cualquier semejanza con algunos personajes de nuestra basta fauna política, no es mera coincidencia.
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