Melitón había asistido a la muerte prematura de cinco de sus hermanos; uno por piquete de alacrán, otro por un “dolor de estómago” o por sarampión o por fiebres y temblores o por el “mal del viento” o por toses y asfixia que les había mandado el Señor, en su Santísima Gracia, para dar por concluida su misión aquí en la Tierra. La muerte. La muerte que siempre había rondado el jacal.[1] Total, acostumbrado a la muerte Melitón Ramos Romero, incluso desde antes de su nacimiento en el ejido Los Contreras, el Melitón de Francisco Martín Moreno, es el Melitón de los 39 millones 317 mil 788 mexicanos que viven sumergidos en la pobreza.
Por estos días, en los que tanto se habla de los precios internacionales del petróleo y de la cotización del peso mexicano contra el dólar estadounidense, poco se habla del México color ocre, que se carcome por dentro y se consume todos los días en las grandes urbes del país. De un México que se agrieta, escasea y que empieza a ser exclusivo de las clases “privilegiadas” por el urbanismo. ¿Qué fue lo que detonó la Guerra de Independencia en 1810 y la Revolución en 1910, si no fue un México sediento? ¿Este 2015 se habrá puesto el conteo regresivo para denotar la siguiente guerra? Como si no estuviera plagada la historia ancestral de las grandes civilizaciones mexicanas, desde la tolteca hasta la maya, de las mismas motivaciones para el colapso, que pareciera estar a punto de repetirse nuevamente.
Hoy la Ciudad de México, la más grande del mundo, con o por sus 20 millones de habitantes tiene tantos problemas ambientales con serios impactos sociales que resulta difícil decidir por cuál se trabajará en una solución. Una ciudad que se hunde literalmente sobre su misma ciudadanía, en la que se teje una problemática cada vez más embrollada para resolver y que tiene tantas aristas que inciden, no en la vida diaria, simplemente en la vida. La gran tinaja lacustre en la que se apostó la megalópolis, con ironía cada vez escasea más el agua para el consumo humano, pero también cada vez las torrenciales lluvias los convulsionan más como sociedad.
Tamaulipas no está exento de esta realidad, México suscribió un acuerdo en 1944 con Estados Unidos para crear la Comisión Internacional de Límites y Aguas (CILA), un organismo binacional encargado de establecer las bases de cooperación para la construcción de obras hidráulicas, operación de presas, saneamiento, desarrollo de procedimientos de hidromedición, contabilidad y distribución del agua de los ríos mencionados. En dicho acuerdo se fijó que a México le corresponde la totalidad de las aguas que lleguen al Bravo procedentes de los ríos San Juan y Álamo; la mitad de sus escurrimientos debajo de la presa inferior internacional Falcón; la mitad de las aportaciones de los afluentes no aforados debajo de la presa superior internacional Fort Quitman; y las dos terceras partes de los escurrimientos de los ríos Conchos, San Diego, San Rodrigo, Escondido, Salado y Arroyo Las Vacas.
Es decir, el tratado señala en su artículo cuarto que México se compromete asignar a Estados Unidos la tercera parte de estos ríos, especificando que dicho volumen no será menor en conjunto, promedio y en ciclos de cinco años consecutivos, de 432 millones de metros cúbicos (Mm3) anuales. ¿Y cómo va la cuenta? México tiene una deuda histórica en aguas a Estados Unidos, situación que tras la Primera Cabalgata Interestatal realizada en Nuevo Laredo en 2001, los gobernadores de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas buscaron presionar al Gobierno de la República para solucionar el adeudo hídrico. En 2002, en la Segunda Cabalgata, en el Aeropuerto Internacional de Nuevo Laredo sostuvieron una reunión con el Secretario de Gobernación —en ese entonces era Santiago Creel Miranda— para seguir con el tema y al no obtener éxito, fue la esencia del nacimiento de la Conferencia Nacional de Gobernadores (CONAGO).
Por otra parte, por Tamaulipas pasará el acueducto Monterrey VI, una construcción de 372 kilómetros de longitud y 2.13 metros de diámetro, con origen en San Luis Potosí, atravesando la Entidad y Veracruz hasta llegar al municipio de Linares en Nuevo León, para extraer agua del río Pánuco y dotar al área metropolitana de Monterrey durante los próximos 50 años. Obra polémica a la que se le ha sacado partido para abatir el problema actual que existe en la capital tamaulipeca: Ciudad Victoria.
Ya resulta común ver que miles de residentes de la zona de Chalco, en el Valle de México, buscan salvaguardar sus pertenencias de las constantes inundaciones, los agricultores del Mezquital viven de usar aguas residuales emanadas de la Ciudad de México para el cultivo de decenas de productos agrícolas que son consumidos —así contaminados— por millones de citadinos. Sin olvidarnos las fascinantes hermosas espumas que aparecen en ríos y arroyos del centro del país, que paradójicamente son mortales por sus altos contenidos cancerígenos. Esta región tiene la fecha fatal de 2025 para solucionar medianamente su complejo problema del agua, mientras la región conurbada de Monterrey su plazo fatal es para 2045.
Este es el México que refleja Francisco Martín Moreno con su particular narrativa presentada en la novela [1] “México Sediento”, pero tristemente esta es la cruda realidad sin narrativa que arrojan los datos de ambientalistas preocupados por el futuro de nuestra nación.
Este es el rostro de un México sediento, que refleja los albores de un apocalipsis hidráulico y que sin dudarlo será el tema fundamental de este siglo en todo el orbe, haciendo parecer ridículos los precios actuales del petróleo contra la carestía del vital líquido para el consumo humano. Es aquí cuando las guerras serán por agua y no como en otroras guerras –como la Independencia y la Revolución- que solo fueron los detonantes. ¿Usted qué opina?
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