1.- La terrible desgracia ocurrida en la calzada Luis Caballero en días recientes pone en mesa de discusión las unidades de trasporte público conocidas en el orbe como peseras, o sea, que cargan peces por un peso, o más bien, cobran un peso por un pez.
Las peseras se iniciaron en Tampico, pues por el ruleteo se cobraba un pesar, o sea un pachuco. En la Ciudad de México se les llamaba peseras y cobraban un varo y hasta tres cuando yo radicaba en la ciudad de los asaltos.
En Victoria llegaron las peseras por los años setentas para quedarse ancladas en la Edad Media, donde aún circulan esos tanques de guerra laminados entre tufos y pedos urbanos con su carga de proletariado y una angustiada clase media.
El accidente en que una joven estudiante de Secundaria falleció, nos pone nuevamente alerta ante las embestidas fanáticas de los manejadores de peseras, los llamados micros, verdaderos y lapidarios conductores que se llevan o aplastan todo a su paso. Falta de precaución, nulo respeto a las leyes de Tránsito, barbarismo, y locos descabellados que conducen en nombre de la rapidez y la ingratitud humana. Una chica estudiante cayó bajo las ruedas de estos asesinos en serie, los microbuseros. Acto injusto, terrible, que no debe ocurrir más.
2- Piojito, piojito. Según nota, una colada por el peine chino en las escuelas tendió en sus redes a miles de piojos y liendres que danzaban en las laderas de los muchachos de primaria y secundaria. Muchachas también, quienes tronaban liendres a base de uña por las tardes al compás de la novela «Vuelve el piojo Herrera».
Una epidemia de piojos negros y cafés con leche bajo la dentadura del peine chino. Ese peine cerrado que nuestras mamás esgrimían para pescar, torear a los piojotes antes de ir a la escuela. Hay que volver al peine chino para aplacar a los piojos herreras, que también pegan de patadas pero en el cerebro y nos dejan sin sangrita y con chipotes.




