Seguramente usted ha visto al detenerse con el semáforo en rojo, a jóvenes hacer malabarismos que antes eran propios de las funciones circenses y estaban a cargo de diestros enfundados en vistosos y coloridos trajes.
Ese juego de pelotitas que dentro de las carpas consistía en hacerlas rondar en el espacio sin que cayeran de las manos o andar en un uniciclo con una botella en la nariz manteniéndola en su sitio, eran verdaderos actos de destreza que concitaban el aplauso de los espectadores.
Pero hoy, esas proezas se ven en casi todos los cruceros urbanos y están a cargo de muchachos que calzan tenis casi sin suelas y visten ropajes deshilachados que dan testimonio de que pertenecen a segmentos sociales altamente desprotegidos.
Conseguir habilidades así no parece ser cosa sencilla. Se requiere un entrenamiento prolongado, precisión en los movimientos y concentración absoluta, lo cual tiene que estar complementado con una rigurosa disciplina de preparación, tal como lo hacen los deportistas de alto rendimiento.
Luego entonces, esos jóvenes tienen capacidades que, sin embargo, sólo les sirven para actuar en cuestión de segundos y buscar la dádiva de los automovilistas, que a fuerza de presenciar tales espectáculos, ya les son indiferentes y raramente les dan una moneda a esos actores callejeros.
Y de allí viene la pregunta; ¿Por qué no existen programas específicos para atraer ese ingenio juvenil hacia tareas más constructivas que se engarcen al esfuerzo colectivo de superación?
Si alguien, como ellos, es capaz de dominar de manera magistral los malabares es signo inequívoco de que es apto para emprender labores de alta complicación, sólo que no se cuenta con los medios apropiados para que las desarrollen por canales diferentes a los que sólo conducen a la obtención de exiguas gratificaciones.
A través de la Secretaría de Desarrollo Social, el gobierno de la república mantiene programas dizque para combatir la pobreza, aunque la mayoría de ellos se finca en una política paternalista que en cierta forma desalienta el esfuerzo personal y a menudo tiene propósitos más políticos que humanitarios.
Está bien que se entreguen despensas, que se otorguen créditos para industrias familiares o materiales para el mejoramiento de las viviendas.
Pero cuando se ve en las calles a esos adolescentes hacer gala de destreza manual y mental, lo menos que uno puede preguntarse es ¿por qué no encuentran mejores oportunidades para ganarse la vida y no estar expuestos, por el medio en que se desenvuelven, a las adicciones y al analfabetismo?
Es común el slogan oficial de que la fortaleza del país está en su gente. Pero esa idea no tiene respaldo en los hechos y así se diluyen capacidades a veces extraordinarias que podrían sumarse al progreso integral.
¿Alguna autoridad se ha preocupado por entrevistar a esos muchachos para evaluarlos y engancharlos en labores que los alejen no sólo de la miseria sino de las tentaciones autodestructivas como es la drogadicción y la malvivencia?
Definitivamente no. Y es que la falta de empleos sigue siendo el principal problema del país. Sencillamente el gobierno, sea de la filiación que sea, no ha logrado ampliar la planta laboral para abrir espacios de ocupación a las nuevas generaciones que año con año se incorporan al mercado de trabajo.
Esa enorme reserva social queda así en calidad de desperdicio. Mientras tanto, los partidos políticos reciben multimillonarias sumas generadas por los bolsillos de los contribuyentes y que a menudo sólo sirven para beneficiar a sus dirigentes y los grupos que les son afines. Los diputados y senadores, así como los altos funcionarios gubernamentales gozan de prebendas que riñen con la generalizada pobreza que campea en la vía pública.
¿Por qué mientras que hay políticos que con sólo levantar el dedo se agencian abultados ingresos, los malabaristas de crucero que se esmeran para perfeccionar su oficio en indiscutibles signos de destreza, sólo pueden aspirar a la bondad pública sin encontrar puertas hacia metas de superación?
Que alguien lo explique
