La vida me enseña que las frases del Filósofo de Güémez tienen vigencia cuando digo: “Todos tenemos cinco minutos de pendejez al día… ¡el secreto es no excederse!” y en artículo anterior me excedí, omití el último renglón del verso dedicado al maestro Mariano Azuela, anexo el párrafo en cuestión:
A este viejo Filósofo le atrapa los sentidos, la habilidad excepcional con que gozaba la vida el abogado, humanista, maestro, escritor y poeta veracruzano Francisco Liguori Jiménez, uno de los mejores epigramistas que he conocido; incomparable vate satírico que manejaba el idioma español con una facilidad sin igual, sobre todo para la improvisación. En la Facultad de Derecho de la UNAM, sus compañeros contaban el verso dedicado a su maestro, Mariano Azuela, quien gozaba de una bien ganada fama de flojo; su maestro era hijo del médico, escritor y máximo exponente de la llamada novela de la Revolución Mexicana, autor, en 1915, de la famosa novela Los de abajo, que se arraigó en el gusto popular, más que por la técnica para escribirla, por la forma de narrar los hechos.
“Ya se murmura en la escuela,
en son de chunga y relajo,
que al caro maestro Azuela
pesan mucho… los de abajo”
El genial poeta español Antonio Machado, con una sabiduría que cautiva, dijo:
“Moneda que está en la mano,
tal vez se deba guardar.
La monedita del alma…
¡se pierde si no se da!”
El verso anterior, cae como anillo al dedo a mi querido amigo don Enrique Cárdenas González, a quien felicito por su cumpleaños; es un personaje de mi tierra, sencillo, siempre amable, atento, respetuoso, que como gobernador supo dar alma, corazón y vida, se dio con total esplendidez a su familia, a su tarea política, a sus amigos; nunca hubo términos medios en su manera de dar, por eso siempre recibirá con afecto lo que supo sembrar.
Don Enrique, es de esos hombres emprendedores en los que el oficio de vida corre por sus venas, con innata inteligencia, mente clara, entendimiento agudo, voluntad férrea, “jamás se rindió ante los problemas, sabía que la vida es continuar el viaje, perseguir los sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros… para llegar al cielo”.
Poseedor de un don de gente fuera de serie, con sus cualidades excepcionales de ser humano, supo sembrar amigos y como gobernador supo hacer un buen gobierno y muy bien las cosas, ejerciendo su autoridad con habilidad política, responsabilidad, buscando el bien para todos. En el sexenio del presidente Luis Echeverría, tres gobernadores gozaron de su afecto personal, don Rubén Figueroa en el estado de Guerrero; don Óscar Flores Tapia en Coahuila y mi amigo don Enrique Cárdenas González en Tamaulipas.
Desde muy joven mi vida ha sido de un aprendizaje permanente, innumerables son los maestros que han instruido al viejo Filósofo en el oficio politico-escritural, uno de ellos es mi amigo don Enrique Cárdenas González, un hombre lleno de natural sabiduría, que en su vida ha logrado mantener un sano equilibrio, entre evolucionar y crecer, quizá porque sabe que “El tiempo que pasa uno riendo… es tiempo que pasa con DIOS”.
Me cuenta el Ing. Jorge Bello, que “siendo gobernador don Enrique, fue al municipio de San Carlos, para constatar y evaluar los daños causados por un ciclón que había azotado al municipio, y ayudar a los damnificados.
Por lo dañado de la carretera que conduce a San Carlos, viajaban lentamente, cuando el gobernador se da cuenta, que un grupo de campesinos le hacía señas de que parara el vehículo, al bajar del mismo fue saludado efusivamente por los campiranos, avanzando uno de ellos le dice:
–– ¡Bienvenido Señor Gobernador!, como siempre, nunca nos deja solos.
Acto seguido todos los campesinos los rodearon y saludando a Don Enrique. Uno a uno empezó a plantearle sus problemas: ––El ciclón se llevó mi techo de láminas; el ciclón dañó mis corrales; el ciclón tumbo mí casa de palma… con cálido afecto, todos eran atendidos inmediatamente.
Al llegar el último de ellos, este le dice: –– ¡Oiga, señor Gobernador!, tengo un pequeño problema, a mi el huracán no me hizo daños, pero fíjese que hace unos meses vino un aboga’o, que dijo quesque me iba arreglar los papeles de mi parcela y po’s nada… ¡sólo me robó dos mil pesos! Don Enrique voltea buscando al ingeniero Bello y dice: –– ¡Bello!, este hombre anduvo en la campaña con nosotros, quiero que me lo atiendas… ¡ayúdalo!
Un campesino que atento escuchaba, con los ojos abiertos, vivos y pizpiretos, aprovecha la ocasión e interrumpe:
–– ¡Señor Gobernador!, ¿qué cree?, a mí también me robó el mismo aboga’o, nomás que si a él le quito dos mil pesos… ¡a mí me chingó cuatro mil!
–– Bueno, bueno, –dice don Enrique con su sana picardía, adivinando las aviesas intenciones de la mentira del segundo campesino–, te quiero decir una cosa, dijo en tono respetuoso y lleno de humor: si éste hombre –señalando al primer campesino– es un pendejo… ¡Tú eres dos veces más pendejo!”
Don Enrique Cárdenas gozaba de la amplia estima que le dispensaban el Presidente Luis Echeverría y su esposa doña María Esther, motivo por el cual frecuentemente visitaba la residencia oficial de Los Pinos.
“Cierto día, después de concluida una reunión, la señora María Esther invitó a don Enrique a que pasara a una sala para mostrarle en una videocasetera, una película que habían traído ella y el Presidente de su reciente viaje a China, en la que se veía a millones de chinos con pico y pala socavando la ladera de un cerro, para posteriormente sacar la tierra en cestos que portaban con bandas sostenidas con la frente apoyadas en su espalda, para construir una presa.
Emocionada la primera dama le comentó:
–– ¡Mira Enrique! esto es emoción social, pasión revolucionaria… ¿Cuándo hacemos esto en Tamaulipas?
–– Nomás mándeme los chinos… ¡YO ALLÁ LES DOY DE COMER!”
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