Tamaulipas vive hoy un escenario que sin lugar a dudas puede considerarse inédito. Abarca prácticamente todos los aspectos. El social, el económico y obvio, el político.
No recuerdo una coyuntura con más aristas que las actuales en la historia moderna del Estado. Décadas atrás, nos inquietaban las revueltas sociales registradas en Matamoros o en Mante, cuando la violencia sacudió las estructuras del entonces gobierno encabezado por Enrique Cárdenas González, con alcaldías y edificios públicos incendiados, comercios saqueados, calles tomadas y hasta cárceles desalojadas.
Es lo más preocupante que mi memoria guarda desde mis días mozos, casi púberes, del periodismo. Tan graves fueron esos estallidos en su momento, que tambalearon a la administración de Cárdenas.
Hoy, cualquier recuerdo de esos tiempos parecen un día de campo o una travesura urdida por niños exploradores. La realidad actual ya no deja lugar a la imaginación y ha eliminado nuestra capacidad de asombro. Las crisis sobrevienen una tras otra, las malas noticias son pan cotidiano, el vandalismo y anarquía ha tomado lugar de residencia en nuestras vidas y hasta las tragedias empiezan, en una terrible deformación, a adquirir tintes de normalidad. Y lo que es peor: no se percibe que ya hayamos tocado fondo.
El país requiere de un giro casi dramático, todos lo sabemos, pero al parecer nadie sabemos cuál. El golpe de timón se antoja indispensable y urgente, pero quienes lo pueden dar se ven pasmados y timoratos. Por lo menos en la superficie son la imagen de quien no tiene idea de a dónde ir o a dónde apuntar.
¿Cuál puede ser ese giro?
Con la justificación de que al fin que estamos platicando y que mis pensamientos les importan un rábano a los personajes del poder, me atrevo a soltar mi gato a retozar y a aventurar una opinión. Casi una certeza bajo mi particular punto de vista.
México necesita una mujer al mando. Y desde luego, por consecuencia, los estados también.
Podrán acusarme de que no soy solidario con mi género, pero los varones ya hemos dado suficientes pruebas de que a nuestro género le alcanzó el Principio de Peter en sus habilidades como gobernante. Ya dimos lo que pudimos y pareciera que no podemos aprender más, en una confirmación de la vieja frase popular de “chango viejo no aprende maromas nueva”.
Hoy, con la equidad de género galopando por los cuatro puntos cardinales del país, la lógica, aunque en ocasiones falle, nos empuja a buscar en el ejército de valores femeninos una opción de auténtica transformación.
¿Por qué no aceptar esa posibilidad?
Europa ha sido plagada de ejemplos de damas exitosas en el quehacer público. América Latina ha vivido y vive las ya numerosas experiencias positivas de una mano exquisita –de real mujer, no por adopción– y hasta en Estados Unidos ya una mujer peleó la Presidencia de esa nación.
Aceptemos ese mundo nuevo como una alternativa que puede hacer otro de nuestro querido México. Si nuestra sociedad ha sido marcada históricamente por el matriarcado, si la jefa de familia es quien en realidad mantiene a flote a los hogares, ¿por qué demonios no lo podría hacer con el país?
Faltan casi cuatro años para enfrentarnos a esa posibilidad en el plano nacional, pero tenemos a la vista una prueba mucho más cercana.
Ahí les hablan, tamaulipecos…
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