28 diciembre, 2025

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¡Oh, Jerusalén!

Columna Invitada

En estos días muchos cristianos tenemos en el pensamiento a Jerusalén, ciudad en donde nuestra tradición religiosa ubica los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesucristo. No puedo sustraerme a los recuerdos de la peregrinación que hice con mi esposa hace algunos años.

Ciudad rica en significación y valor simbólico para las tres grandes religiones monoteístas aún activas en los actuales tiempos de secularismo; judaísmo, cristianismo y el islam, pese a las fuertes tensiones culturales que aloja y a los múltiples debates políticos que provoca, la alabamos en diversas lenguas con el antiquísimo Salmo 122. En México se canta una de las traducciones de este Tehilim compuesto por el rey David aproximadamente hace tres mil años: “… Me llené de gozo cuando me dijeron: iremos a la Casa de Yahvé. Ya se posan nuestros pies ante tus puertas ¡oh Jerusalén! Jerusalén, que estás edificada como la ciudad cuya comunidad le está bien unida…”.

Ahí sucedió lo que en estas fechas conmemoramos, tanto en solemnes liturgias como en folclóricas y multitudinarias representaciones populares. La de Iztapalapa es de dimensiones espectaculares pero se escenifican otras Pasión y Viacrucis de todo tipo y colorido. Este hecho demuestra cuán familiar nos es Ierushalaim. Se practique o no religión, su presencia anida en los entresijos de nuestra cultura.

Muchos de quienes la visitamos podemos hacer nuestras las palabras de Karen Armstrong (Historia de Jerusalén, una ciudad tres religiones; Paidós, 2005): “Me resultaba extraño encontrarme paseando en un lugar que había sido una realidad imaginativa en mi vida desde niña, cuando me contaban relatos del rey David o de Jesús… Jerusalén estaba incrustada en cierto modo en mi identidad personal…”.

La Ciudad de David, cabeza del reino de Judá en la remota antigüedad, añorada en el hermoso coral Va Pensiero en la ópera Nabucco, de Verdi; arrasada en el año 70 por el general romano Tito, fue reedificada con el nombre de Elia Capitolina. El emperador Adriano, nada afecto al cristianismo, desarrolló un programa de decoración urbana, elevando templos y edificios en honor de deidades grecorromanas sobre los sitios que veneraban los afectos al Nazareno a fin de borrar su memoria.

Pero lo que quiso ser aniquilación fue a la postre resguardo. En la segunda década del siglo IV, la fe de dos influyentes mujeres cristianas: Eutropía y Helena Augusta, suegra y madre, respectivamente, de Constantino El Grande, las llevó a peregrinar por los santos lugares. En el año 326 a Helena la guió en su recorrido el historiador del cristianismo primitivo, Eusebio, obispo de Cesárea. Bajo su influjo y por orden imperial los templos paganos fueron removidos para sacar a la luz los emplazamientos originales en donde Cristo Jesús posó sus plantas, padeció, fue sepultado y resucitó. Durante cientos de años los mármoles clásicos habían servido de estuche protector para aquellos recintos. Así, bajo el templo de Afrodita se encontró el santo sepulcro. Uno a uno los espacios cristianos fueron rescatados. En ellos se edificaron basílicas e iglesias que a su vez fueron nuevamente destruidas y mutiladas, unas veces por la división entre los mismos cristianos y otras por la acción de los seguidores de Mahoma.

Pese a disputas intercristianas, invasiones, cruzadas y guerras sin fin; en el Cenáculo, en el Monte de los Olivos, en la Vía Dolorosa —pasa por un mercado musulmán y algunos comerciantes insultan a los peregrinos orantes del viacrucis— así como en la Basílica del Santo Sepulcro, sigue presente e intocada la fuerza de los hechos claves de la historia de la salvación. Del Salmo citado: “Saludad a Jerusalén: gocen de seguridad los que te aman; reine la paz dentro de tus muros…”.

Twitter: @LF_BravoMena

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