Los 190 años de esta linda Ciudad en que vivimos son celebrados con la lluvia que ha tendido sus redes de cristal sobre la cara limpia de un pueblo de amistad.
Querencia de los que han nacido aquí y querencia de quienes han aprendido a vivir en una ciudad que extiende sus brazos por los cuatro puntos cardinales. La celebración es el preámbulo hacia los 200 años de Ciudad Victoria, donde sentimos desde ahora un promisorio futuro en todos los sentidos, en todos los espacios, con las puertas y las ventanas abiertas a los vientos, a todos los vientos que inviten a la concordia, al trabajo, al amor.
Quien soporta arriba de 40 grados, un calor que nubla la visión, quien abraza de calor en tiempos de frío, quien soporta el lenguaje y el color de su arquitectura, quien se enseña a trazar con sus pasos la cuadrícula de sus calles verticales y horizontales, ya es de Victoria. Ya puede definir el discurso de convivir gratamente en un espacio que por decenas de años ha sido fraternal y amorosa para con sus hijos bien nacidos y hasta con los mal nacidos.
La Ciudad de calor y color está en nuestras manos, convive en la mesa familiar todos los días, se sienta en la plaza, deja correr los sueños con sus niños y niñas y es fuente de trabajo para los que buscan y encuentran. Para quien no dobla sus manos y carburan una esperanza práctica, sólida.
Los días intensos de contrastante calor y frescura pueden desanimar a los que llegan. Parece ser un engaño tanta frescura y parece ser un castigo el calor que funde los cuerpos. Pero esa aleación es el alma de una Ciudad que está abierta, que sigue conservando el pelo suelto, su altivez, su hermosura y cariño a sus 190 años que festejamos todos en el municipio.
Preámbulo para los próximos diez años cuando cumpla su mayoría de edad. A coro con sus barrios y colonias históricas que confabulan esta hazaña de existir.