REYNOSA, Tamaulipas.- Cuando perdí mis manos al ensamblar pantallas que no puedo ni pagar, nadie quiso ayudarme.
Los compañeros heridos en el trabajo no preguntamos por los miles de millones que estas compañías hacen con nuestro trabajo. Sólo queremos lo necesario para encargarnos de nuestras familias.
El 11 de febrero de 2011 perdí mis dos manos.
Trabajaba en el turno de media noche en mi trabajo de Reynosa, México, mientras cortaba w metálicas usadas para ensamblar pantallas de televisión. Lo hacía en mi zona común de trabajo y mi jefe nos presionaba.
“Quiero que trabajes más rápido, porque necesitamos el material de manera urgente”, dijo.
Me cambiaron a la máquina 19, que puede romper y cortar metal y necesitas las dos manos para operarla. Es pesada, al menos una tonelada, tal vez dos, y nadie le gusta operarla porque es muy complicada. Ellos siempre me asignaban.
Empecé a trabajar a las 11 pm. Hasta las dos o dos y media de la mañana. Colocaba el metal en la máquina 19. Mis manos estaban en el interior de la máquina porque necesitaba empujar el metal hasta que se ubicara en su lugar.
Fue entonces cuando la máquina las aplastó.
Grité. Todos a mi alrededor gritaban con desesperación. Ellos detuvieron la línea de ensamblaje en el lado correspondiente a las mujeres de la sección, pero a los hombres les exigieron que continuaran con su trabajo.
Estaba atorada, nadie podía levantar la máquina de mis manos. Estuve atrapada por 10 minutos, destrozada en el interior de una máquina.
Al final, algunos empleados improvisaron una palanca para levantar la máquina lo suficiente para que yo pudiera sacar mis manos. No sangraba mucho, porque la máquina había sellado mis manos y las forjó como si fueran una pieza de metal. Me llevaron al hospital con la pieza ensamblada en mis manos. Los doctores estaban sorprendidos y recuerdo que les decía que me quitaran la pieza, que me la quitaran. Pero no querían.
¿Cómo mantendré a mis hijos?
Mis manos fueron aplanadas como tortillas, destrozadas, tenían que ser amputadas. Perdí mi mano derecha hasta la muñeca y la izquierda un poco más arriba. No sabía cómo trabajaría de nuevo.
Inmediatamente, empecé a preocuparme por mis hijos. Tengo seis hijos en casa y tenían entre 9 y 17 años cuando tuve el accidente y soy madre y padre de ellos. ¿Como los mantendré ahora?
Si trabajo seis días a la semana, ganaba 5 mil 200 pesos. Sin mis manos sé que no podré ganar lo mismo.
Luego de cinco días en el hospital, fui dada de alta. Pero no fui a casa primero. Fui enviada a la fábrica donde trabajaba para HD Electronics. Pedí hablar con el gerente. Él me ofreció 50 mil pesos.
“Perdí mis dos manos”, dije, “¿Cómo sobrevivirá mi familia con 50 mil pesos?”
“Esa es nuestra oferta”, dijo. “Deja de hacer tanto escándalo y tómalo”. Tenía el derecho a obtener más dinero de acuerdo a las leyes mexicanas y también obtener una cantidad igual a dos años de salarios por cada mano. Pero sabía que tenía que hacerlo por mi familia. Así que crucé la frontera, a Texas, donde mi antiguo empleo tiene su base.
Encontré a un abogado con una oficina agradable en una zona muy bonita de la ciudad. Estaba segura de que podía ayudarme. Al contrario él me dijo, “Ve al puente internacional, usa un recipiente para que la gente te dé limosna”.
Estaba devastada
Entonces decidí contar mi historia a la televisión. Esa decisión me llevó con Ed Krueger, un ministro retirado que me prometió encontrar el abogado correcto. El abogado era Scott Hendler de la firma Hendler Lyons Flores, de Austin, Texas. Aunque no tenía dinero para pagar, él me ayudaría a emprender acciones legales en contra de LG Electronics, que contrataba a la fábrica en la que yo trabajaba. Al final, 18 meses después, tenía esperanza.
Cuando el juez de mi caso descartó todo con tecnicismos, pues alegaba que LG no fue propiamente notificada, no tuve siquiera la oportunidad de responder.
Han pasado cinco años desde que perdí mis manos. Tengo problemas para pagar mis cuentas y me pregunto: ¿Estaba el primer abogado en lo correcto? ¿Terminaría en el puente con un recipiente en la mano en el puente pidiendo limosna?
Constantemente soñaba que alguien de corazón noble me dejaba unas prótesis flexibles que me permitieran hacer algo. Por el momento no puedo hacer mucho. No puedo ni tomar un baño. Mi familia sobrevive por un subsidio de incapacidad por parte del gobierno, por la generosidad de mis amigos y porque mi hija mayor trabaja en lugar de seguir con sus estudios.
Yo he trabajado en fábricas toda mi vida. Yo sé que no soy la primera persona en salir lastimada. Pero más cosas se deberían de hacer para ayudar a los trabajadores que fabrican lo que muchos americanos compran. Nosotros no pedimos ni el mínimo de todos los miles de millones que las compañías ganan. Nosotros sólo pedimos lo suficiente para hacernos cargo de nuestras familias cuando sufrimos accidentes laborales, igual para hacernos cargo de nosotros mismos.
Tengo la dicha de ser requerida por Public Justice, una extraordinaria organización que lucha a favor de los trabajadores como yo, para compartir mi historia. Y estoy impresionada de ser elegida para recibir el Premio de la Gran Injusticia. Lo único que espero hacer es dar a conocer el caso de trabajadores como yo, para que la gente tome conciencia al momento de comprar productos de ese tipo y entiendan un poco de nuestras vidas también.
Espero que alguien, en algún lugar, escuche o lea mi historia para que ayude a prevenir que esto no suceda de nuevo. Porque mientras mis manos se fueron, la injusticia para muchos sigue presente.