Yo crecí en un pintoresco mundo de mercados. Los conocí de todos tipos, tamaños, colores y sabores.
Desde el pequeño mercado que albergaba a los expendios de tamales y atole en la vieja Villa de Guadalupe en la Ciudad de México, al cual solía llevarme mi añorada abuela Irene; hasta los
gigantescos de La Merced o de La Lagunilla, donde mi padre gustaba de llegar antes de que los árabes abrieran su negocio, porque sabía que la costumbre era -no sé si se mantenga- que el primer cliente no podían dejarlo ir, aunque casi le regalaran la mercancía.
Viví también días inolvidables en el mercado del puerto de Veracruz, donde todos los domingos mis papás, por norma familiar y con una alegre camada de críos por delante, compraban muy temprano carnitas, barbacoa, chiles y chicharrón crujiente, para pasarnos casi todo el día degustando lo que ellos llamaban el «taco placero», al cual yo rebauticé, por las delicias que llevaba consigo, como «taco placer». Así, sin la «o» final.
Fueron lindos días, pero entre todos ellos, un lugar especial guardan en mi memoria dos mercados de Tampico.
Uno, el gran centro de abasto que se aloja todavía en dos manzanas a apenas tres cuadras del Palacio Municipal y el otro -todo mi cariño para éste- el mercadito Manuel Avila Camacho, en los linderos de la colonia Tamaulipas y en la margen del Canal de La Cortadura, cerca del cual disfruté los mejores años de mi adolescencia y primeros años de juventud.
Por todo lo anterior, amo los mercados. Acostumbro regresar a los que ya conozco y recorrer los nuevos para mí, en cada ciudad que visito para impregnarme de su folklore, de sus esencias, de todo lo que me alcanza el bolsillo para comprar sus mercancías, de su comida y de su gente. En ellos he conocido muchas personas honestas y entregadas a servir en su gran mayoría.
Por eso también, me perturba el ánimo saber que uno de esos amados mercados tampiqueños, está sufriendo una agonía. El tiempo no perdona y el desarrollo de ese puerto reclama espacios más dignos, seguros y eficientes en todos sus ámbitos. No hay duda de que ese gran mercado local ya vio pasar sus mejores galas y debe ser reemplazado. Su edad lo ha vuelto, como sucede con todo y todos, achacoso.
Así, con esta realidad y en este escenario, me atrevo a formular un buen deseo.
Ojalá que las autoridades municipales entiendan que construir un nuevo mercado y demoler las ya casi ruinas de su antecesor no es sólo una operación de ingeniería urbana. Implica, lo sé porque he conocido a muchos locatarios, demoler recuerdos, alegrías, amistades, lecciones de vida y experiencias sin número.
No quiero caer en romanticismos desfasados o caminar en los límites de la cursilería, pero ojalá que el alcalde y compañía abran su corazón y comprendan que todo esto debe ser un proceso delicado, que no hiera sentimientos ancestrales y que conserve -esto es muy importante- la dignidad de quienes en ese mercado dejaron la vida. Bisabuelos, abuelos, padres, hijos y ahora nietos.
Sé lo que digo porque lo siento. Ese mercado tiene alma. Es una alma colectiva que se ha alimentado de la energía de miles de personas y por lo tanto, tiene vida.
Con esa visión, con esa percepción, para convencerlos de que buscar nuevos horizontes es lo mejor, traten con respeto que se merecen a quienes deben dejar atrás los pasillos por donde muchos corrieron en su niñez, donde cortejaron a quien después sería su esposa o aceptaron el galanteo de quien sería su marido.
Vamos alcalde, déjese de chapuceos jurídicos y demandas que lastiman a todos y siéntese a platicar con ellos. Estoy seguro que esos locatarios quieren a Tampico tanto como usted.
Y sin duda, como lo quiero yo…
FUTURO CERCANO
Por cierto, la historia del mercado de Tampico es semejante a la de su congénere de Victoria. El tiempo ha vuelto a éste ineficiente, poco redituable y en cambio, un gran estorbo para la vialidad y el desarrollo urbano de la capital tamaulipeca.
Un día tenndrán también que tomar la decisión final para construir un nuevo centro de abasto. Espero que ese día todos, autoridades y locatarios, actúen como en el puerto jaibo. Con amor a su ciudad…
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