La batería de chocolates con crema y sin crema ha desbordado las expectativas y las calles. Abundancia de autos sin placas sin regularizar y el pirateo infame de las calles donde se cometen infinidad de delitos de tránsito. El chocolateo no tiene fin, aun con el alza del dólar, los vehículos arriban día tras día a precios exorbitantes que algunas veces igualan los costos de un auto de agencia.
Sabemos cómo entran pero no sabemos cuánto pagan para llegar a los feudos de toda la república. Lo terrible es los delitos que se cometen en los lomos de estos chocolates que muchas veces son chocones que lastiman propiedad ajena. Golpean, huyen, abandonan, y dejan a los usuarios que cumplen con la ley con las manos vacías y a las aseguradoras chiflando en la loma. Aunque les voy a decir que las aseguradoras aprovechan los vacíos de las leyes para salirse con la suya y con la de los demás. O sea, no cumplen con las pólizas y se hacen guajes de marrano cuino.
Total, que los chocolates Mickey Way y Carlos Quinto se pasan calientes por los labios caniculares de las autoridades de toda índole. Desde Hacienda hasta Tránsito, con violaciones a la ley y a todo mundo que tienen que aguantar vara para soportar que los usuarios, marginales y la clase media en ascenso puedan disfrutar de la comodidad o descomodidad del trasporte.
En realidad el chocolatelismo en México tiene un trasfondo económico y político; por una parte muchos disfrutan y gozan el traficar fuera de la ley lo que produce enormes dividendos. Y por la otra, el chocolarismo es un fondo político a la hora de votar. Son pues, un producto de consumo político y social.
Mientras, hay que aguantar los choques, trompadas, cuetismo, chochismo, importamadrismo, de la batería de chocolates, los vehículos sin nombre.