Nunca antes como sucederá en 2016, los jóvenes han tenido la oportunidad de escribir, sin intermediarios y sin mecenas oportunistas, una nueva historia política de Tamaulipas.
Conforme a las cifras de un trabajo publicado hoy por Expreso, más de 400 mil nuevos ciudadanos, mujeres y hombres, tendrán en el año entrante una flamante credencial de elector en
sus manos. Tendrán no sólo una identificación para comprar cigarrillos, bebidas alcohólicas y entrar a los antros, sino una llave dorada para dar un golpe de timón al futuro inmediato del Estado.
¿Por qué puede ser tan radical ese impacto?
Porque a muchos, muchísimos de quienes integran esa nube de votantes potenciales, les importan un comino los partidos políticos. Si no son simpatizantes de alguno de esos institutos, mucho menos son militantes de los mismos. No conocen el perfil de esos organismos y peor aún, los nombres de sus próceres o heroínas les hacen tanto ruido como el sonido de la lluvia sobre la acera.
Esos jóvenes, a quienes les tiene sin cuidado la suerte de ex gobernadores, ex alcaldes y de toda la cauda de personajes que para bien o para mal han nutrido esas filas, irán muy probablemente a depositar su voto –ojalá lo hagan– animados por el momento, por el retrato de ese presente y por la simpatía o pasión que perciban en ese minuto de soledad en que crucen una boleta electoral. Las campañas para la mayoría de ellos serán simples ecos y su decisión en muchos casos se determinará por su percepción del instante.
En esas condiciones previsibles, ¿quién puede presumir de tener aseguradas esas voluntades?
Nadie. Ningún aspirante de los que en forma tan generosa han surgido hasta ahora en el escenario preelectoral tamaulipeco en todos los círculos partidistas, puede proclamarse en forma anticipada favorito de esas chicas y chicos. Quien lo haga sería catalogado de inmediato como un fanfarrón. O más grave aún, como un mentiroso.
Y ciertamente podría tener razón quien diga que es una utopía o para decirlo en lenguaje coloquial, un sueño guajiro, esperar que esos más de 400 mil nuevos ciudadanos vayan en masa a votar.
Sí, pero prefiero ser soñador a ser pesimista y deseo fervientemente que lo hagan, porque sería oxígeno puro asomarse ahora a un futuro rebosante de jóvenes que ven en el voto la posibilidad de lograr lo que anhelan. Eso, aquí y en cualquier lugar del mundo, se llama democracia, siempre bienvenida.
¿Tienen tiempo los partidos para tratar de permear en la mente colectiva de esos votantes potenciales antes de las elecciones del año entrante?
Lo dudo. Y me parece que algunos de esos membretes, más que preocuparse porque esos jóvenes sepan de ellos y de sus protagonistas, deberían hacer todo lo posible porque no los conozcan.
¿Por qué?
Porque así, tal vez por ignorancia, algunos de esos muchachos podrían votar por ellos…
POR UNOS MINUTOS
Espero que a la hora de que estas líneas aparezcan publicadas, el balance de los festejos para enaltecer la soberanía nacional, sea de tranquilidad y alegría.
No pretendo ser patriotero, pero soy un convencido de que hay en México pocas cosas en la actualidad a las cuales aferrarse para encontrar motivos de orgullo. Una de ellas es esta celebración de nuestro tradicional grito de independencia, en la cual casi todos –por desgracia no puedo decir todos– nos sentimos por unos minutos hermanados y unidos.
Ojalá que todos sintiéramos lo mismo, todos los días…
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