Personaje recurrente, Rosita Marroquìn vivía por el 22 Bravo y Abasolo, en una casa modesta, donde conformaba el mundo cotidiano con lecturas de cartas y acomodos mágicos, que surtían de ilusiones a incautos y era una terapia extraordinaria para otros. Personaje extraordinario de mi ciudad, Rosita intimidaba con su presencia en las calles y era foco de atención de las gentes de los barrios, por fama ganada como mujer adivina, como princesa de las cartas, con la magia untada en sus largas manos.
Enjoyada, de grandes arracadas, de anillos ostentosos, de vestido largo, la Mujer adivina era un personaje respetado y temido por todos. Tal vez nosotros, niños, abrigamos el temor de que nos convirtiera en calabazas o llevarnos a la tierra de lo nunca jamás.
Solicitada por políticos, comerciantes y gente de bien, Rosita era la enciclopedia del futuro, que en las manos de su clientela encontró un rico filón de modus vivendi.
Buscada con apremio por jóvenes señoras para aliviar males matrimoniales, casaderas en busca de soluciones de la soltería, políticos preocupados por su devenir, gente común que encontraba en Rosita Marroquín el alivio, el socorro a su melancolía, a los perversos engaños de los cuernos y cornudas. Vestidos estampados que alteraban los espacios grises de nuestras calles. Con sus arracadas grandes de oro de 24 quilates, presumían su éxito y riqueza.
Sus collares y pulseras de oro, bajaba del 22 hasta el centro de la ciudad, una ciudad que contenía a cuarenta mil habitantes. Cuando salía a mercar al famoso El Resbalón de don Andrés Pérez.
Padre de mi profesor Andrés Pérez Esquivel, Por el mercadito 1o. de Mayo, reculamos a su paso por el temor que infundía una bruja, que como era el mote que la gente le daba. Personaje increíble, benévolo, es uno de los íconos maravillosos de la poética de la ciudad.




