Ayer parecíamos ranas asustadas de brincos en el calor que nos pulverizada los entresijos y nos dejaba los ojos hinchados como sapos variados y las nalgas de purgatorio bien sopleteadas y los sobacos, eso que los fresas llaman axilas, rechinando de lumbre.
Total que el día de ayer se nos vino toda la capa de ozono de tal forma que no teníamos escape en los andadores de la ciudad.
Y luego como remate del progreso cibernético toda la raza con los celulares hasta el gancho, digo el gancho de sudor que escurría de la frente a la boca más el moquerio y los piquetes de los moscos siqueados. Se agrega a ese baile y fandango la cauda de automotores que circulaban a media rueda por el centro del centro histórico que parecía malteada de nuez con tanta terracota y paleo de los trabajadores que arreglan la Plaza de Juárez.
La ciudad se encogió de calor y digo esto porque la dilatada de los géneros y tras géneros se dejó sentir en las puras miradas de la gente bonita. El calor hizo reventar a las gordas y gordos. Pero los que me caen gordos, pues a sus anchoas. Las gorditas desfilaron de lagrimita y moqueo, meneando sus nalguitas y mostrando algunas sus coqueteos armónicos y glúteos.
Con el calor desfilaron también mujeres flacuchas de nalgas de Cafiaspirina, o sea bien lisas y de rayita.
El calor ayer estuvo de la chingada, sudamos la gota gorda y flaca, parecíamos velas perpetuas flameando a todos los transeúntes.
Y perros y gatos que lamen las faldas.