Uno de los mayores beneficios de los estudios biológicos es su utilidad para mejorar la calidad de vida de las personas. Entender la fisiología, la genética y otras particularidades biológicas de las diferentes poblaciones humanas ayuda, por ejemplo, a diseñar mejores políticas públicas en materia de salud, así como al desarrollo de tratamientos y medicamentos más eficaces para la atención de distintas enfermedades.
Sin embargo, es difícil acercarse al estudio de la propia especie sin arrastrar prejuicios y categorías culturales que en muchas ocasiones no solo no ayudan, sino que dañan a la labor científica. Uno de estos conceptos es el de la “raza”.
Tal es la controversia que actualmente rodea a este concepto que en febrero de este año un grupo multidisciplinario de expertos en ciencias y humanidades, liderado por el historiador Michael Yudell, publicó un artículo en la revista Science sobre la importancia de abandonar el uso de la “raza” como categoría en los estudios genéticos (“Taking race out of human genetics”). Y es que a todas luces se trata de un concepto cuando menos sospechoso de tan ambiguo. Se habla por ejemplo de la raza aria, la negra y la india; pero también de la asiática, la latina, la mexicana y la inglesa. Es decir que lo que distingue a la “raza” puede ser el color de la piel, el origen geográfico e incluso la cultura. Esto hace que no exista una noción única, lo que la convierte en una herramienta poco útil para los estudios científicos.
De acuerdo con Yudell, incluso el genetista Theodosius Dobzansky (uno de los padres del evolucionismo moderno) terminó por abandonar el uso de la “raza” por considerar que afectaba el estudio de la diversidad humana, volviéndolo confuso y lleno de malentendidos. Otros estudiosos, como Dorothy Roberts y David Serre han concluido que la raza no es útil ni relevante para estudiar la diversidad genética humana. En este sentido, el solo hecho de que el National Human Genome Research Institute (NHRGI) de los Estados Unidos divida al Homo sapiens en 1,000 subgrupos para su estudio debería parecernos una muestra de la dificultad para organizar a nuestra especie en unas cuantas razas.
Cabe aclarar que no se trata de negar la diversidad humana ni mucho menos abandonar su estudio, sino aceptar que, como señalan Yudell y su equipo, la clasificación racial no tiene sentido en términos biológicos. De manera que sería más provechoso para los estudios genéticos adoptar categorías como “ancestría” y “población”, como propone el artículo. No podemos negar que categorías como la “raza” tienen una carga histórica que está asociada con la superioridad e inferioridad de diversos grupos humanos, siempre con consecuencias desastrosas. Es hora de que la biología se aleje de esa herencia para continuar el estudio de las diferencias de las poblaciones humanas en formas que de hecho nos permitan entender mejor cómo somos y de dónde venimos.
A los interesados en el estudio histórico de la noción de raza les recomendamos acercarse al texto “Para una crítica de la noción de raza” de Carlos López Beltrán publicado en la revista “Ciencias”, que se encuentra disponible de manera gratuita en “http://www.revistaciencias.unam.mx/es/95-revistas/revista-ciencias-60/808-para-una-cri- tica-de-la-nocion-de-raza.html”.