Corría el año 2004.
Esa mañana, su servidor se despedía de Homero Díaz Rodríguez, tras desayunar con él en el restaurante de Ciudad Victoria llamado hace algunos ayeres, “Casa Vieja”.
Tras el intercambio de cortesías con frases como “fue un placer” y “estoy para servirte”, quien escribe estas líneas apenas intentaba alejarse cuando sorpresivamente una mano aprisionó uno de mis brazos, movimiento acompañado de palabras con tono casi ominoso:
Pepe”, me dijo Homero a la vez que me dirigía una mirada glacial, “no te equivoques de candidato”. Y repitió: “No te equivoques”.
La advertencia era clara. En la carrera por la sucesión priísta de la gubernatura, la figura del alcalde capitalino Eugenio Hernández Flores empezaba a dibujarse como el verdadero “delfín” del en ese entonces mandatario, Tomás Yarrington Ruvalcaba. Sin embargo, semejante escenario no existía para quien fue Presidente del PRI estatal y Secretario General de Gobierno.
A esas alturas Homero seguía convencido de que la decisión sería en su favor. En esa etapa nunca lo dudó y sólo lo admitió hasta que uno de los hombres de mayor confianza de Tomás se lo comunicó en persona para pedirle que se disciplinara.
Homero asimiló el golpe y como buen político, reconoció en un evento público a Eugenio como el mejor hombre del tricolor. Pero no olvidó.
Poco antes de empezar la campaña de Hernández Flores, el también ex diputado federal volvió a distinguirme con una nueva plática. La sede fue entonces el restaurante Martin’s. Otro desayuno en Victoria.
Casi al término del almuerzo, Homero Díaz repitió el tono grave y la mirada fría con otra frase que se me grabó a fuego: “Una cosa te puedo asegurar. No sé cuándo, pero yo un día voy a ser gobernador de Tamaulipas”.
¿A qué viene rememorar estos pasajes?
Externaré una percepción personal a manera de respuesta.
Es del conocimiento colectivo que Díaz Rodríguez es uno de los posibles –para algunos seguro– personajes del gabinete sexenal que encabezaría Baltazar Hinojosa Ochoa, si alcanza el triunfo el 5 de junio próximo. Su añeja amistad con el hoy candidato y la amplia confianza que se prodigan ambos, hace totalmente factible esa situación.
Pero una duda corre por la mente de muchos interesados en la política estatal, reflejada en una interrogante:
¿Le conviene a Homero Díaz retornar a Tamaulipas a desempeñar, cualquiera que fuera su encomienda –aunque la puedo imaginar– un papel que pronostica desazones, insomnios, señalamientos, estrés permanente y más enemigos, cuando ya disfruta de una vida cómoda, sin altibajos económicos, con elevado prestigio profesional y hasta con la amistad y simpatía presidenciales?
Tratar de contestar lo anterior sólo puede ser posible a la luz de lo narrado en primer término, porque todo los obstáculos mencionados no le importan a él.
Si Homero regresa a Tamaulipas, no vendrá a apoltronarse a un sillón, por cómodo que pueda ser o por poderoso que lo haga ver.
No, si el ex Secretario General pisa el Palacio de Gobierno otra vez, será sin duda para ser útil a la administración de Baltazar, pero también para trabajar por la que sería prácticamente su última oportunidad de cumplir lo que me confió en un desayuno, doce años atrás.
Vendría para darle solidez a un vaticinio, que desde hoy podría quitarle el sueño a más de tres:
“No sé cuándo, pero un día, yo seré gobernador de Tamaulipas…”
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