En la enconada lucha en Tamaulipas por obtener el mayor número de votos y por lo tanto el triunfo electoral, los candidatos, sea cual sea su objetivo en el quehacer público, se devanan los sesos y se extenúan físicamente para definir estrategias y encontrar caminos que les acerque al mayor número de ciudadanos a las urnas. A su favor desde luego.
En lo personal, estoy convencido de que en el proceso que hoy vivimos en nuestra patria chica, el problema mayor no es quiénes ni cuántos votarán por algún representante de los partidos contendientes o por el de la opción independiente. El verdadero lío por resolver es convencer a quienes deban hacerlo, de votar. La jerga política los llama “switchers”.
Pocas veces, como sucede en esta edición electoral –y vaya que ya me han tocado muchas– he percibido más indiferencia de los ciudadanos y ciudadanas hacia lo que insisten en llamar fiesta cívica. A un mes de la fecha de elección, es estremecedor escuchar al compañero de labores, al vecino, al familiar, al compadre y hasta a los hijos, advirtiendo que no se presentarán a votar. Ni siquiera es una forma de rechazo a unas siglas, a unos colores o a un nombre y apellidos. Es simple y llanamente que no les importa.
Podríamos intentar un ejercicio mental para encontrar un culpable o culpables de esta anunciada abstención de un derecho por el cual en muchos lugares del mundo aún luchan para obtenerlo, pero sería tiempo perdido, porque ha quedado claro que los mexicanos solemos tropezarnos dos y hasta tres veces con la misma piedra o caer en el mismo hoyanco. No aprendemos del pasado así que es inútil buscar quién o quiénes paguen los platos rotos.
Así que debemos aceptar una realidad, cualquiera que sea en Tamaulipas el resultado del próximo 5 de junio y cualesquiera que sean los ganadores personales y partidistas, desde hoy una
batalla ya parece haberse perdido. Y cala hondo:
La de la confianza social…
UN GOBERNADOR VIRTUAL
Las opiniones fueron y son, como usualmente sucede en este tipo de encuentros, tan numerosas como variadas.
Para muchos el saldo del segundo debate entre los candidatos a gobernador de Tamaulipas fue, como anticipaban, más de lo mismo. En gran parte tienen razón en esa percepción, porque volvieron a menudear los ataques y las acusaciones y no faltó como en la primera edición, la diversión. Hasta en versión lila.
¿Hubo ganador esta vez?
No me parece que es esa la forma apropiada de definir el resultado. En la visión de su servidor, creo que para medir la actuación de los participantes, un valor fundamental debe ser la
capacidad mostrada por éstos para aprender de los tropiezos sufridos en su exposición inicial.
Y con una disculpa a la pluralidad deseada, sólo en Baltazar Hinojosa, el candidato de la coalición tripartidista que encabeza el PRI, advertí una mejoría.
Pausas y énfasis correctos, así como un tono de voz modulado para causar un efecto de seguridad y por lo tanto de confianza, enmarcaron en esta ocasión las intervenciones del aspirante priísta. Los demás –no descubro nada– repitieron prácticamente la misma dosis del debate de apertura. Por lo menos en apariencia no dan para más.
No, no es apropiado hablar de un triunfador. Sin embargo, sí es justificable hablar de quien este miércoles –Baltazar– asumió en la tribuna un papel de gobernador virtual y no se quedó en sus manos con la simple papeleta de candidato…
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