Dentro los males y revuelos del calor y la frescura de las tardes, son los pájaros la virtud más hermosa de estos días de Dios.
Pájaros que despiertan las mañanas con sus memorias de alegrías y sus colores ensamblados a los árboles.
Una variedad de pájaros que a temprana hora, las 4 de la mañana, empiezan a vagar con sus cantos que arrullan con sus trinos y trineos cargados de amor por la naturaleza.
Pájaros cantores que amanecen y duermen cantando en la bóveda del cielo. Un cielo azulado que se amarillea en las cejas de las sierras y se menea rojiza en las puntas de los árboles con las jugadas del sol.
Vivimos en la luna porque se mete en las ventanas y escarban sus rayos de mantequilla en las bardas de la ciudad.
Pájaros poliédricos de plumas de cantos de caramelo de picos largos y cortos con su plumaje de azul, rojo, gris, azulado y mosaico de grana de muchos colores.
Vivimos el paisaje del tiempo que no es el mismo cuando fuimos niños. Los pájaros de campo ahora son de la ciudad y sus atavíos llevan las perlas de la luna y los atributos del sol.
Pájaros inéditos, respingados, curiosos, hermosos por la cara del viento y bellos por el rostro de la luna o el sol.
Vivimos la alegría de los pájaros que nos tonifica ante la adversidad diaria en que vivimos, ante las carencias en la bolsa, ante la falta de una luz de esperanza, los pájaros son la luz y el arcoiris de Dios.
Pájaros matinales, de mediodía y de la tarde noche.
Pájaros de escándalo, hocicones, mirones, juguetones, pájaros de dicha y amor.
Vivimos el arrullo de los pájaros, hermoseados por una nueva esperanza.
Que felizmente también entra por las ventanas de la ciudad.




