Zorry es el enemigo número uno del “establshment”. Zorry escapó del último paraíso. Y ha vuelto con el desenfado que molesta a la moral y a las buenas costumbres. Moral o no, Zorry, elemento marginal de la ciudad con sus atavíos que permiten que florezca su verija y su cabeza de león encebado acompañado de sus escuálidas nalgas que aceitados se desenvuelven por la ciudad.
Ciertamente que Zorry es un abandonado más por nuestra ciudad carente de instituciones que favorezcan un poco la vida de estos seres pintorescos, presuntamente loco, que reparte su hediondez por calles y plazas.
Zorry, es temerario, por donde pasa no vuelve a crecer la yerba, según se dice de los Hunos y de los otros, que bajo sus cascos percherones robaban y quemaban a la vieja Europa.
Zorry, por las mañanas acontece en la puerta principal de las Totas del 16 Juárez, y al mediodía se cuela para echarles las gordas del estribo.
Sin duda muy bonito en cuanto a solidaridad con este hombre marginal. Pero horripilante cuando los comensales se endilgan la de chicharrón crujiente y rematan con una de frijol con mole. Porque Zorry ha repartido en democracia absoluta su apestoso trasero y su campaneante badajo o reata, esta si cueruda y peluda como un oso de Miquihuana.
Las Totas deberían procurar, si quieren retirar a este hombre de las barbas de los comensales. Si bien es generoso su gesto de darle de comer al hambriento, también es posible que lo retiren con sus fétidos olores, miadero y cacúmenes en la banqueta.
No es egoísmo estético, solo que no se mira bien que enfrente de Totas, de clase mundial, este nauseabundo y popular hombrecito trasmine con su aroma caquiento y su urea en gestación el sabor, las famosas gorditas tamaulipecas.
Es cosa de salud, de justicia social, y de peste cacafónica. Les doy una fórmula; a Zorry lo ahuyente con el agua y jamás se paro a defecar en mis dominios, donde si se oculta el sol. Porque le dí cran con pura agua.
