De Ramón –lo digo con plena convicción– en mi memoria sólo tengo gratos recuerdos.
Lo conocí recién llegado su servidor a Ciudad Victoria, a mediados de la década ochentera del siglo pasado. Y la primera imagen que tuve de él fue también la que nunca perdió.
Alegre, con dotes extraordinarias para las relaciones personales y públicas, poseía además una virtud que a pocos adorna: su carácter servicial, el cual a algunos les resultaba chocante y a otros hasta insufrible, pero ese perfil de diestro con el capote político, fue precisamente el que le abrió las puertas de varios círculos del poder.
Para la mayoría de quienes le conocimos no había motivo de queja contra él, salvo por su obsesión de llenar de libros de su autoría a propios y extraños, pero cuando se decidía, adoptaba un singular papel de encantador de serpientes. Un pasaje lo confirma.
Corría la etapa final del gobierno de Emilio Martínez Manautou y estaban en el apogeo de su poder los llamados “líderes de colonos”. En especial destacaba uno –Alejandro Flores Camargo– que tras significar un dolor de cabeza para los funcionarios estatales y del municipio victorense por sus sainetes callejeros que usualmente tenían como destino al Palacio de Gobierno, terminó por ser el único al cual el gobernador matamorense le dispensaba una singular cortesía: comer tamales en la casa de ese dirigente popular.
El armador de esa relación fue Ramón, quien gracias a esa labor se ganó la candidatura priísta a la alcaldía capitalina, derivada de una “palomita” verbal que hizo pública ese líder sobre Durón. Cuando le pidieron a Alejandro su poderosa opinión sobre quien le gustaría que fuera el siguiente jefe de la comuna, describió a su manera a quien años más tarde se
convertiría en prolífico escritor y afamado conferencista.
En un mensaje burdamente encriptado, cayó la definición:
“Mi favorito es un profesor, uno que es karateca y para bañarse no usa champú, sólo jabón”.
Todos sabían a quién se refería. Y todos en ese momento supieron quien sería el próximo jefe edilicio victorense.
Empezaba Ramón a labrarse una brillante carrera política y administrativa que lo llevó a otras dimensiones, hasta convertirse en lo que fue su apodo para toda la vida: El Filósofo de Güémez”.
Muchas veces la vida me dio la oportunidad de entregarle personalmente a Ramón un “gracias” por sus atenciones, por su apoyo y por su amistad.
Hoy, donde esté, le hago llegar un nuevo testimonio de gratitud: Gracias por los buenos recuerdos.
Descansa en paz Ramón. Te recordaremos…
CONCLUSIÓN
Estamos en la conclusión de las campañas por la gubernatura, presidencias municipales y diputaciones locales.
Espero que los días siguientes sean lo que la inmensa mayoría de los tamaulipecos deseamos: un lapso de tranquilidad, un respiro y un espacio para reflexionar sobre el voto que debemos depositar en las urnas el 5 de junio. Y no lo vea sólo como un derecho, sino como una obligación, no con los candidatos o con los partidos, sino con sus principios y con el futuro a corto y mediano plazo para su familia y sus seres queridos.
En lo personal, me resultará una bocanada de oxígeno algo más mundano: descansar de la mareante cauda de mensajes televisivos, radiofónicos y escritos de esa nube de aspirantes. Y eso que fueron sólo 60 días…
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