CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- ¿Dónde estaba Dios cuando los nazis partían a un niño a la mitad?, ¿Cuándo estrellaban las cabezas en la pared?, ¿dónde estaba Dios?, se preguntan ahora los sobrevivientes, aquellos que no niegan lo vivido y que hablan de su experiencia para evitar que se repita otro intento de exterminio humano, tan sólo por ser diferentes.
Es la incógnita que gira en la cabeza de muchos judíos, pero no en la de Dolly Hirsch, una mujer que llegó a México luego de los siete años de edad, cuando los ingleses llegaron para rescatar a quienes habían librado las marchas de la muerte, las fosas, trabajos forzados y las hambrunas en los campos de concentración.
Dolly Hirsh, asegura que dar testimonio de lo vivido, ha servido a la vez de cátarsis.
“Era muy pequeña, pero ya sabía que no podía llorar, no debía reír, ni exclamar alguna clase de ruido”.
Vivió los primeros años de vida en Auschwitz, oculta bajo el vestido de su madre y agarrada a su pierna, y a partir de los siete años oculta en un tanque de basura.
“Tuve apoyo psicológico muy poco tiempo, yo creo que la fuerza de querer vivir y sobrevivir a las cosas ayuda. Hay que perdonar, de lo contrario no se puede vivir, sería convertirte en algo malvado como un diablo, mi madre no me enseñó sobre el odio, habrá gente que vive con el, pero yo no”, dice Dolly en entrevista luego de compartir su testimonio ante estudiantes de secundaria de Victoria, que asistieron al primer evento sobre derechos humanos de la Embajada de Activistas por la Paz en México, A.C.
Los jóvenes escucharon atónitos acerca de la barbarie humana ocurrida en Alemania en contra de los judíos.
Y a través de Dolly revivieron la historia a principios de la década de los cuarenta, cuando ella ya había nacido en un Ghetto, es decir, una área separada del resto de la comunidad para distinguir a los integrantes de un grupo determinado, en este caso, los judíos.
“Sólo se sale adelante perdonando, fui la única niña en ese campo de concentración, mi madre me decía que ya no había más niños. A los demás los habían matado, a los inválidos también. Yo era muy pequeña y me escondía al principio bajo su ropa, yo tenía una clave, no podía llorar, no podía gritar, no podía hablar, no podía moverme, no podía escuchar a nadie, me agarraba de su pierna. A mí me protegieron mucho. Pero nunca me dijo mi madre, odia al prójimo, mi mamá me promovió el amor al prójimo”…
Cuando Dolly llegó a México encontró que había muchos sobrevivientes que aseguran que los salvó un árbol de manzanas, los perales o el pasto que comían, pero ella piensa:
“No creo que sea lógico, a uno lo salva alguien superior a uno, no alguien inferior a uno. Hubo otros sobrevivientes, la mayoría no quiere hablar, prefieren hacer que no pasó nada, no quieren recordar. Pero eso de negar las cosas hace que vuelvan a ocurrir”.
Dolly pesaba sólo 5 kilos cuando fue rescatada a los 7 años de edad.
Logró sobrevivir por insistencia de su madre, quien aseguraba que su hija estaba viva. El padre de Dolly no resistió, murió justo tres días antes de que las puertas del campo de concentración se abrieran.
“Yo no vine a México para refugiarme, vine a México por voluntad divina, aquí están aquí mis hijos, yo no los parí por la tuberculosis que tuve de niña, pero son mis hijos. Me duelen las madres que no encuentran a sus hijos, cómo es que los estudiantes normalistas puedan desaparecer así nada más. Eran seres humanos, ¿qué no quedó un reloj, un diente, los quemaron, los incineraron… pero hay cosas que quedan, no sé que decirle?. No sé cómo la gente puede estar indiferente a eso”, dice Dolly clavando la mirada de sus ojos verdes en el contexto inmediato ante sus ojos.
Está aún dolida por los desaparecidos…