El Partido de la Revolución Democrática, un cadáver insepulto en la política tamaulipeca, ha dado un golpe de timón en el país que por lo menos merece el adjetivo de interesante.
No es por la llegada de una dama a su dirigencia nacional, dado que ya existen antecedentes de otros liderazgos como el de Amalia García o el de Rosario Robles, quienes aunque en lo individual manejaron dos gobiernos, Zacatecas y el entonces Distrito Federal respectivamente, no pudieron dejar una huella institucional significativa dentro del sol azteca.
No, lo importante no es el género. Es el mensaje.
Quien ahora comanda a las filas perredistas, María Alejandra Barrales Magdaleno, aquella azafata que saltó a la fama por encabezar una rebelión sindical contra una aerolínea y que estudió abogacía para capitanear ese movimiento, hizo público que el PRD buscará una alianza en el 2018, obviamente para la contienda por la sucesión presidencial.
No tendría nada de raro lo señalado por Alejandra. Las sumas partidistas son usuales y sobre todo cuando el premio mayor es la casa de Los Pinos. Lo que levantó las antenas de
muchos fue la respuesta de un compañero de establo, pero no su amigo: Miguel Barbosa, líder de la fracción perredista en el Senado de la República.
Palabras más, palabras menos de Miguel: “Con la llegada de Barrales, el PRD será el Partido Verde de Acción Nacional…”
En lenguaje coloquial, de acuerdo al legislador, el PRD podría ser el patiño electoral del PAN.
¿Cuál podría ser una de las lecturas de este escenario?
En la opinión de su servidor, lo que hizo la dama al lanzar la advertencia mencionada fue simple: Mostró que busca convertir al PRD en moneda de cambio.
Lo que hizo la chica, siempre en una visión personal, fue colocar al partido que ahora dirige en un mercado regido por una regla de oro en el comercio: Quién ofrezca más será quien se lleve los favores de la agrupación. Simple oferta y demanda.
No es una percepción sobre las rodillas. La señora –o señorita– Barrales tiene un sentido práctico de la política: Para ganar hay que hacer lo que sea necesario.
Para comprobarlo basta recordar que en el conflicto sindical que la sacó del anonimato, Alejandra, junto con dos azafatas más, posó en abril del 2006 semidesnuda para la Revista H con el objetivo de reunir fondos para ese movimiento. Su premio llegó pronto: en ese mismo año Marcelo Ebrard la nombró Secretaria de Turismo en el gobierno del Distrito Federal. De ahí en adelante la carrera de la ex sobrecargo ya no se detuvo hasta llegar al Senado en 2012.
La verdad es que Alejandra me simpatiza porque es una chica de su tiempo. No se anda con rodeos ni falsos rubores para conseguir sus objetivos y uno de ellos es salvar al PRD de su debacle, así sea uncido al yugo de quien resulte el mejor postor en el 2018, sea el PAN o sea el PRI, porque MORENA y su gurú es otra historia.
Lo anterior es por consecuencia, una bocanada de oxígeno para el diputado local tamaulipeco Jorge Valdez, ex aspirante negro y amarillo a la gubernatura del Estado, quien si para algo es hábil, es para entregar el respaldo del perredismo a quien traiga más dinero en la cartera, como quedó demostrado en su fracasada campaña por el Poder Ejecutivo tamaulipeco.
Con ese antecedente, el buen Jorge tiene aptitudes para ser considerado por Alejandra Barrales como una pieza útil, ya que el diputado no tiene grandes escrúpulos para aceptar alianzas subterráneas en aras de un buen pago.
Lo riesgoso para él sería que su ahora jefa se inclinara por Acción Nacional, porque el señor Valdez con quien mantenía relaciones de piquete de… ojos, era con el PRI…
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