Después del descalabro de Enrique Peña Nieto con el affair Donald Trump, los profesionales del PRI se preguntan cómo deslindar al partido de las consecuencias políticas y electorales de la animadversión que provoca el presidente. No sólo porque los niveles de desaprobación que sufre la gestión del mandatario se encuentra en sus mínimos históricos, sino porque los escándalos de corrupción, ineptitud y torpeza política se hacen extensibles a buena parte de la clase política, en particular aquella que se vincula con el partido oficial.
Recordemos que el PRI es mucho más que una apuesta por Los Pinos. A lo largo de los doce años que gobernó el PAN (2000-2012), el partido siguió liderando en la mayor parte de las entidades federativas y las alcaldías del país, y por extensión a la mayoría de los mexicanos. Gracias a ello pudo regresar al poder dos sexenios más tarde. Pero más importante aún, pudo sostener su enorme estructura territorial, a pesar de haber perdido el control de la presidencia.
La preeminencia del tricolor reside en buena medida en su capacidad para sostener a extensas filas de funcionarios y operadores. Para eso necesita el acceso a la burocrática
y a los recursos que otorga el control del presupuesto. Su base social, su edificio clientelar, la movilización del voto fincada en sindicatos, agrupaciones urbanas y organizaciones del campo, no existirían sin las prebendas políticas y económicas que derivan del acceso a la estructura del poder. Y eso nunca lo perdió del todo.
Desde luego que existen militantes cuya fidelidad al partido responde a motivos ideológicos, a la costumbre quizá. Pero no nos engañemos, para la mayoría el PRI es la vía idónea de acceso al poder y a la prosperidad económica y profesional.
El problema con el descalabro creciente de Peña Nieto es que su desplome podría arrastrar a buena parte de la estructura priista en la que se sustenta todo esto. Ya en 2016 el partido perdió en entidades que se habían mantenido “leales” incluso durante el paréntesis panista. Pero la reciente pérdida de Veracruz, Quintana Roo, Durango y Tamaulipas (en donde siempre habían ganado), además de las derrotas en Puebla, Chihuahua y Aguascalientes envían las peores alarmas de lo que podría suceder en el 2018.
Los priistas asumen que en los dos años que le retan al sexenio las cosas difícilmente habrán de mejorar. Y sí en cambio tienen muchas posibilidades de empeorar, al menos en la percepción de la opinión pública. La inseguridad, la corrupción y el mediocre desempeño económico pueden obedecer a factores crónicos o estructurales, pero la frivolidad y la torpeza del actual gobierno depositan gran parte de la factura política en las espaldas de los priistas. Y muy en particular en el rostro joven aunque cada vez más demacrado del presidente.
¿Cómo deslindarse de Peña Nieto? La tarea no es sencilla porque la tradición política hace del presidente el priista número uno. Los líderes regionales pueden estar hartos de los excesos del grupo Atlacomulco, pero los mexiquenses mantienen el control del aparato federal y de la cúpula formal del PRI. Peña Nieto eligió al flamante presidente nacional, un burócrata no militante, y los cuadros profesionales tuvieron que tragarse el disgusto e inclinar la cabeza.
Seguramente la elección del candidato presidencial para competir en el 2018 saldrá también de Los Pinos, y la decisión recaerá en algún miembro del gabinete, por más que muchos gobernadores se queden con las ganas (el caso de Eruviel Ávila, del Edomex se cuece aparte). Pero eso no quiere decir que los líderes regionales vayan a rendir la plaza para la elección de candidatos a gobernador y congresos (estatales y federal).
Resulta difícil que alguna figura del priismo pueda encabezar esa resistencia contra el presidente, ahora que Manlio Fabio Beltrones ha sido enviado a la banca (aunque es cierto que tras la invitación de Trump a Los Pinos, muchos extrañaron el oficio del viejo zorro). Lo que veremos es una resistencia soterrada a lo largo del territorio durante los siguientes meses y quizá una oposición más franca durante la campaña del 2018. Si Peña Nieto no encuentra una manera de incorporar a la cabina de mando a los cuadros regionales, corre el riesgo de que las estructuras locales terminen boicoteando a su candidato en vísperas de las elecciones.
Por lo pronto, el priismo local enfrenta un reto terrible: ¿cómo impedir que el descrédito del presidente termine llevándoselos entre las patas?
@jorgezepedap
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