CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Un día normal en la central camionera está lleno de movimiento. El caminante llega por el costado donde están los puestos de gorditas y flautas.
En los alrededores la central no se duerme sobre todo en comedores como los tacos de Doña Sofi y los de La Tía, no así los hotdogueros que han decidido cerrar sus changarros los lunes, martes y miércoles pues definitivamente no cae nada.
-Hay noches que sólo vendo unos treinta lonches –comenta “El Picas”, uno de los chefs urbanos más conocidos al caminante.
Aquí es un lugar lleno de colores y olores. Es lo que muchos llaman el vulgo… la plebe.
En realidad son seres humanos tratando de salir adelante, de llevar el sustento a la casa vendiendo lo que sea o lo que se pueda, desde los negocios establecidos como hoteles, cocinas económicas, taquerías y vulcanizadoras, hasta los vendedores ocasionales que llegan de diferentes partes de la república a comerciar nueces y gomitas.
En estos pasillos se puede ver de todo: desde indigentes semiencuerados, monjas mensajeando por celular, hasta personas bien vestidas apurándose para abordar su autobús.
Y como son tiempos difíciles hay mucha vigilancia de las fuerzas armadas: van cargando sus armas, cascos y chalecos antibalas. Andan por todos lados haciendo retenes y checando carro por carro “corriendo la serie” de los que ven sospechosos.
El murmullo citadino se interrumpe por el rugido de camiones que van llegando y por los vendedores de escobetillas y champus. Una estampa cien por ciento provinciana… aún.
Los taxistas pasan la mitad del día fuera de su unidad viendo cómo llegan y salen los viajeros, unos cansados algunos sudorosos pero todos portando su uniforme de azul chacoteando en lo que cae la clientela. Comentan que aunque a veces escasea el pasaje, luego tienen corridas fuera de la ciudad: hasta Tampico y Matamoros.
Personas con caras tristes por las despedidas, otros contentos se saludan de besito o prometiendo una futura visita.
Aquí no hay distinción de clases sociales: vienen desde los más pobres “a pata” o en carros americanos humeantes y jodidos… hasta camionetas de lujo. Muchos se estacionan en doble fila por sus pistolas entorpeciendo el tráfico vehicular.
Entrar a la central camionera de Ciudad Victoria es como entrar a un pueblo fantasma. Aquí el comercio prácticamente dejó de existir. Los locales están cerrados, sellados, llenos de mugre y polvo con los vidrios estrellados, sin mencionar las oficinas de autobuses que ya no funcionan como los Ómnibus de México que se largaron a una terminal propia.
No podemos dejar de mencionar a la oficina de Telégrafos: lo que alguna vez fue la ayuda inmediata para mandar un mensaje, transmitir una buena o mala noticia o hacer un envío rápido de dinero, se ha vuelto obsoleto. En su lugar hay una pared de tablarroca pintada de blanco que nos indica que aquí el telégrafo simplemente se murió.
Antes se podían ver varias líneas, pero con el tiempo se fueron uniendo. Otras ya eran filiales como los Frontera, Oriente y Estrella blanca. Ahora ya comparten una sola taquilla.
Corridas tan lejanas con nombres que no armonizan con la región: Huejutla, Matlapa, La piedad.
De pronto se pueden ver nombres más conocidos en la pared, con destinos suburbanos: El Barretal, El Tomaseño, Villagrán, Linares, Montemorelos.
El caminante pregunta por la corrida más lujosa a Ciudad de México.
-Nosotros tenemos el Futura Select, a 864 pesos con internet, refrigerio y pantallas individuales – responde la señorita.
El Turistar ejecutivo también va a México por 1035 pesos.
-Es una cadena de doble piso con refrigerio y pantallas, internet –presume un trabajador de ETN.
En medio de la sala de espera se erige un altar a la virgen de Guadalupe para aquellos que se quieren encomendar a un poder divino que los cuide en su viaje.
Aquí empieza a tomar un poco más de vida el lugar aunque hay personas con cara de hastío esperando impacientemente su camión. Otros se echan una “jetita” bien sabrosa, algunos incluso en el piso a un costado de las máquinas “Atrapa muñecos”.
En la única área de comedores casi nadie come. Es un restaurant de clase mundial… pero por los precios que manejan: un sándwich y medio por 25 pesos, cinco enchiladas por 45 pesos, una flauta 35 pesos. Comida chatarra para llevar. Los comensales agarran las mesitas para descansar y echar la platicada.
En los únicos dos locales rentados la mercancía que salta a la vista es de platería y bolsas de imitación “made in China”, llaveritos de la guadalupana, anillos multicolor, dijes, escapularios y pulseras.
El otro negocio hay desde libros naturistas hasta muñecas michoacanas, morrales hippiosos, máscaras de madera, una combinación entre puesto del metro y tienda de artesanías. Un local de guardaequipaje que quebró así como lo que fue la Farmacia Vida “servicio las 24 horas”… ya no da servicio ni una hora al día porque cerró: toda su estantería está vacía.
El único que tiene clientela todas las horas del día es el baño: $5 para echar una buena desempacada.
El baño de cortesía es todo un tema: debería estar abierto y aseado pero en vez de eso hay un candado puesto.
El caminante le pregunta a uno de los trabajadores de la central por qué está cerrado.
-Este nomás es para los taxistas –responde medio encabronado.
-El baño está cerrado porque el gerente lo ordenó –dice el guardia.
Así fue como el caminante descubrió que al gerente Jaime Mejía le vale madre el servicio que se le pueda dar a los viajeros. A él sólo le importa recaudar dinero con el baño de paga.
En el área de andenes es un área que tiene muchos rostros alrededor el día: en la madrugada hay sólo dos que tres almas dormitando. Pero en el día hay mucho que ver.
En los primeros andenes hay vehículos particulares y utilitarios. Una camioneta del Instituto Nacional de Migración.
La gente que espera su camión antes observaba el paisaje a su alrededor ahora todo mundo está sumido en su celular.
Señores equipajeros cargando en un diablito maletas y petacas, anunciantes de corrida y limpiavidrios de los autobuses trabajando sin cesar, otros echando el cigarrito al aire libre. Elementos de Sedena con sus pastores belgas buscando sustancias prohibidas.
A mediación está la sala de espera de Transpaís con su sala Vip con pantallas de 42 pulgadas con canales de televisión abierta y los cargadores de celular sin costo en las paredes. El lugar está lleno: ‘pelados’ a pie y las damas sentadas. Cual debe de ser.
Luego sigue otra sala de espera no tan VIP porque no tiene abanicos para quienes van a destinos como San Carlos, Bustamante, Soto la Marina, La Pesca, Tula y Jaumave.
Muchos chavos al parecer estudiantes foráneos sonrientes que ya van para su tierra.
Después de esa área no hay butacas pero sí una especie de bardita chaparra para sentarse.
Algunas butacas acolchonadas frente a las corridas intermedias a Monterrey que hacen hasta cinco horas y media porque se van parando cada “miada de perro” en autobuses no tan modernos pero bueneros, sin pantallita pero al menos no viajarás parado.
En el rincón están los estacionamientos para los “meros meros.”
Los jardines con árboles frutales como limones y toronjas. Comerciantes informales vendiendo triques y chácharas.
Este submundo llamado central camionera tiene muchos rostros. Pero en definitiva le falta mucho para dar el servicio que una ciudad capital demanda.
El caminante se retira de la central porque los soldados ya le pusieron el ojo y les molesta que un tipo se pasee de aquí para allá tomando fotos y hablando por celular. Por hoy la misión está cumplida. El caminante se echa una coca y le pone pa’ su casa. Pata de perro completa.