El colapso de Javier Duarte es la expresión más clara del porqué todas las crisis terminan en el despacho del presidente Enrique Peña Nieto.
Frívolo y soberbio, Duarte dejó de escuchar a todos cuando a principio de año, a punto de iniciar la campaña para su sucesión como gobernador en Veracruz, sentía que había librado todos los obstáculos, el del entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, que decía que el desastre financiero que tenía equivalía a haber quebrado al estado, y del entonces líder del PRI, Manlio Fabio Beltrones, que por la inseguridad, las acusaciones de corrupción y el desgobierno, le pidió a Peña Nieto que buscara una salida para Duarte porque de otra forma no ganarían la elección de junio. El Presidente los hizo a un lado. Defendió a Duarte y se lo encargó al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien le extendió la protección. Duarte sangró permanentemente este año y Veracruz se convirtió en un estado electoralmente tóxico para el PRI que contaminó al resto de las elecciones al convertirse en un problema nacional.
Duarte se irá a su casa una vez que el Congreso local de entrada a su solicitud de licencia como gobernador y enfrentar sin fuero la investigación de la PGR y el SAT por irregularidades en el manejo de recursos públicos, pero Peña Nieto sigue acumulando los negativos que le causó la protección que le brindó y el mal manejo político de Osorio Chong, que no resolvió el problema Duarte, que se siguió pudriéndose y contaminando al inquilino de Los Pinos. Peña Nieto lo defendió al gobernador por los servicios prestados desde antes de ser candidato del PRI a la Presidencia. Fue Duarte quien, rompiendo un acuerdo político de neutralidad, destapó a Peña Nieto como candidato en una reunión con gobernadores en 2011, sin importarle violentar todo el proceso. Fue él quien recibió presupuestos por encima de las necesidades de Veracruz en el año electoral, para que, con instrucciones de la campaña presidencial, fuera redistribuyéndolo a los estados en función de las necesidades estratégicas de Peña Nieto para conquistar votos y voluntades.
El gobernador fue el peón de Peña Nieto, Videgaray y Osorio Chong para la manipulación de recursos oscuros en la campaña presidencial, que lo hizo sentirse protegido y blindado por el grupo en el poder. Dos mil 500 millones de pesos canalizados desde Veracruz a la campaña presidencial de Peña Nieto, como se apuntó en este espacio hace unas semanas, es lo que Duarte mostraba como carta de impunidad. La cercanía con Osorio Chong, con quien trabajó en contra del PRI en las elecciones para gobernador en junio pasado porque el candidato impuesto desde el Centro había sido una propuesta de Hacienda y no de Gobernación, se convirtió en la derrota del PRI en el tercer estado con mayor peso electoral, la victoria del PAN y la plataforma de despegue de Morena como la tercera fuerza política nacional. En Bucareli, decían con el sabor de la victoria, que se “les había pasado la mano”.
La solicitud de la licencia es un misterio por cuanto qué realmente significa. Peña Nieto y Osorio Chong lo mantuvieron hasta la ignominia, pero ya no se pudo hacer más. No recortaron las pérdidas cuando pudieron haberlo hecho en noviembre del año pasado y lejos de contenerlo, le permitieron que siguiera incendiando Veracruz con tanta fuerza, que el fuego se propagó por el resto del país. Duarte se convirtió en el símbolo nacional de la corrupción y el mejor ejemplo de la impunidad. La percepción fue más fuerte que la realidad, como siempre sucede, y al final, la realidad se tuvo que subordinar a la percepción. La semana pasada se concretó su plan de salida, cuando se reunió con Osorio Chong, su respiradero política. Se volvió insostenible, no sólo por el problema político en sí mismo, sino también porque se perdió todo el control en el estado, al renovarse en las últimas semanas una guerra violenta entre cárteles de la droga, que aprovecharon la ingobernabilidad veracruzana.
Duarte lo admitió. Al anunciar a la prensa que había tomado la decisión de pedir licencia, dijo que Veracruz necesitaba un gobernador de tiempo completo, no de medio tiempo, como era él. Hacía muchos meses que era un gobernador de medio tiempo. ¿Por qué no se fue antes? La motivación de la decisión es lo que intriga. El PAN preparaba una persecución a partir de la toma de posesión de Miguel Ángel Yunes el primero de diciembre, que le daría a su partido el combustible para que en el año previo a la elección presidencial tuviera la lucha contra la corrupción y la impunidad, su bandera y slogan para 2018. ¿En esto se encuentra el origen del cambio de decisión?
Quitarle la bandera no parece persuasivo cuando sólo lo escuchaban de lejos. No está claro qué provocó esta decisión antes rechazada, pero el cronograma que seguirá va será el mismo que en el resto del sexenio: hay un sacrificado (Duarte), y quien era el responsable de evitar el desgaste los costos (Osorio Chong), sale sin heridas. El costo y el descrédito se los lleva, como ha sido recurrente en el gobierno, Peña Nieto. ¿Injusto? De ninguna manera. Él es quien, finalmente, toma las decisiones. Si son equivocadas, es a él a quien se debe pedir cuentas. Si fallan sus colaboradores y no los cambia, allá él, pero que se atenga a las consecuencias de su desgaste.
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