CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- “Los que tengan familia adentro, se meten. Los que estén afuera se salen y se llevan sus carros”, ordena un marino en el área de urgencias del hospital general en Matamoros. Es la noche del miércoles 24 de febrero de 2010. La señora Olga Mayorga cuida a su primo convaleciente de una operación. Diez días antes en San Fernando, hombres armados lo levantaron y le fracturaron las piernas. La mujer cuestiona el mensaje del militar.
“Hubo una masacre en Valle Hermoso, traeremos a los heridos y muertos, por eso no queremos a nadie aquí”, responde un doctor.
Las personas desalojan el estacionamiento. Ella entra al nosocomio para protegerse. Escucha que llegan camionetas pero no oye quejidos, ni ve que ingresen heridos. La madrugada transcurre sin sobresaltos. A mediodía del jueves 25, familiares llaman a Olga para avisarle que su hijo Diego Armando no contesta el teléfono celular. El joven viajó con su cuñado, Raúl Gómez Marmolejo y los parientes Rubén Ramírez Aguilar y José Manuel Gómez Marmolejo. La ruta fue San Fernando-Valle Hermoso en la mañana del día anterior. Los hermanos y tíos esperan una llamada de ellos. Olga permanece en los cuidados médicos de su primo.
La tarde del mismo jueves, en Tamaulipas corre la información del enfrentamiento entre civiles armados del miércoles 24. Al respecto, la Agencia Proceso informa: “una balacera se desató esta anoche en la población fronteriza de Valle Hermoso, colindante a Matamoros, zona a la que arribaron más de cien camionetas para copar la ciudad y tomar las oficinas de la Comandancia Municipal de Seguridad Pública. Hasta el cierre de la edición, la balacera entre supuestos sicarios llevaba ya más de dos horas y se escuchaban las explosiones de granadas y bazucas. Según el informe, elementos del Ejército que se encontraban en esa plaza optaron por la retirada ante la situación de caos que se vivió por el arribo masivo de sicarios”.
La madre se entera del hecho violento. Una parte de ella confía en que los hombres se fueron de fiesta y están bien. Diego, Raúl y Rubén se dedican a vender carros y comúnmente tardan en negociar los vehículos que compran para revender. José Manuel, quien labora de tránsito municipal, los acompañó. Diego es el hijo menor de la familia Bárcenas Mayorga. Raúl es muy apegado a la señora Olga, por eso lo considera el quinto hijo.
Las hora pasan sin recibir buenas noticias y decide ir al anfiteatro del hospital General. Se cuela por el estacionamiento, entra y adentro sólo ve sábanas y manchas de sangre por doquier. Pasan dos días, Diego, Raúl, José y Rubén no aparecen. El 27 de febrero, la familia denuncia las desapariciones en la delegación de la Procuraduría General de Justicia en Valle Hermoso. La hermana de Diego comenta que la última llamada fue aproximadamente a las 14:00 horas del miércoles.
En los días posteriores, Olga Lydia Mayorga Borjas busca, marca al número telefónico de Diego y no da tono; pide ayuda a las fuerzas federales y no cooperan. La desesperación la conduce a las peligrosas brechas de Valle Hermoso. Acompañada de sus hermanos recorre las rutas ejidales. Al avanzar por los caminos encuentra camionetas abiertas, llenas de sangre, ropa tirada, casquillos. En Las Yescas, junto a un dren pluvial, hallan el vehículo que usaron Diego, Raúl, José y Rubén; no tiene una gota de sangre, ni disparos, sólo le falta la pila. Es la primera prueba que aportan a la oficina de la Policía Judicial en Valle Hermoso.
Olga no deja de llamar por teléfono a Diego. Del otro lado suena el mensaje de celular apagado. El desasosiego invade a la familia Bárcenas Mayorga. Los hijos de Olga la apoyan, pero sin Diego, Raúl, José y Rubén no hay calma. El nivel de violencia en el noreste del país crece conforme pasan los meses de 2010. Las matanzas en Nuevo León y Tamaulipas se reproducen bajo el manto de la corrupción de los gobiernos. Olga ve la noticia del hallazgo de cuerpos en el territorio nuevoleonés. El 3 de agosto de 2010 viaja a Monterrey para hacerse la primera prueba de ADN de su vida. De acuerdo a las autoridades regias, ninguno de los cuerpos es similar a la madre tamaulipeca.
En San Fernando, las caravanas de camionetas con hombres armados, las balaceras, los secuestros, son situaciones diarias. La hija y nietas de Olga sufren del acoso. La mañana del 28 de febrero de 2011, las cuatro mujeres viajan al puente internacional en Matamoros, para pedir asilo a Estados Unidos de América. La esposa e hijas de Raúl son aceptadas por el gobierno de Barack Obama. La autoridad americana ofrece la protección a Olga, pero la rechaza; su deseo es continuar con la búsqueda de Diego y Raúl en México. La familia Bárcenas Gómez se instala en Texas y firma una carta poder para que la abuela no cese de indagar el rastro de los hombres.
Olga viaja constantemente entre Estados Unidos y la frontera tamaulipeca. Al cumplirse un año de las desapariciones, ella llama al teléfono de Diego… timbra, le contestan pero nadie habla. Va a la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR), con soldados y con marinos para pedir la intervención de la línea. “Nunca quisieron. En la PGR me dijeron que no podía intervenir el teléfono, incluso dijeron que yo podía ir a la cárcel por querer intervenir el teléfono. Yo quería que la PGR, los soldados o marinos hablaran y nadie quiso. A mí nunca me contestaron”, cuenta.
A inicios de abril de 2011, la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Tamaulipas halla 47 fosas con 193 cadáveres en San Fernando. Once días después, la madre acude al Semefo de Matamoros para que le tomen una prueba de ADN; la segunda en su vida. El resultado se repite; ninguno de los casi 200 cadáveres son Diego, Raúl, José o Rubén. Olga vuelve a Estados Unidos, donde reside por temporadas. “El único beneficio del asilo es que tiene una poquita de tranquilidad. Nosotros pagamos la renta, compramos la comida, pagamos la escuela de mi nieta porque siendo asilo no le dan financiamiento -aclara. “Tengo un amigo con su familia que pidieron asilo; se fue con todos”, comenta.
La investigación para localizar a los cuatro hombres no avanzó durante la administración anterior. Los únicos datos en el expediente fueron proporcionados por los familiares. Tras la búsqueda de 6 años con 8 meses, Olga entregó un oficio en la oficina del gobernador Francisco García Cabeza de Vaca. Las peticiones son: ver el registro de ingresos del 24 de febrero de 2010 en el hospital general de Matamoros; revisar el parte oficial y las fotografías de los cadáveres de la balacera ocurrida el 5 de noviembre de 2010 en Matamoros, debido a que uno de los muertos fue identificado como Raúl Marmolejo Gómez y el esposo de su hija se llama Raúl Gómez Marmolejo. La última solicitud es agilizar el juicio de presunción de muerte de Raúl, con el objetivo de que las mujeres refugiadas puedan convertirse en residentes americanas.
La madre de la familia Bárcenas Mayorga comparte su experiencia con otras mujeres. Les aconseja ir a terapias con tanatólogos, las impulsa a resolver su duelo pero sin dejar de buscar a los desaparecidos. “Le pido (al gobierno de Tamaulipas) que nos escuche y que nos ayuden a encontrarlos”, dice la señora Olga, parada afuera de la Secretaría General de Gobierno de Tamaulipas. Hoy, martes 25 de octubre de 2016, la mujer es una de las miles víctimas de la guerra contra el narcotráfico; una de las miles de madres de desaparecidos en territorio estatal; una tamaulipeca desplazada, que ha buscado a su hijo, yerno y familiares políticos durante 2 mil 429 días.
desaparecidos
Diego Armando Bárcenas Mayorga
Raúl Gómez Marmolejo
José Manuel Gómez Marmolejo
Rubén Ramírez Aguilar