Si los jefes de Estado fueran parte de un salón de clases, Vladimir Putin y Donald Trump seguramente se sentarían juntos. Ambos contarían con pocos amigos. La mayoría les teme, pero pocos los respetan. Menos son los que confían en ellos. Son bien conocidos por bravucones y por practicar el “bullying” en contra de los débiles. A las niñas las tratan con desprecio y no pierden la oportunidad de molestar al albino y al de lentes de fondo de botella. Se aprovechan de cualquier situación para su propio beneficio. En los exámenes hacen trampa si están en problemas para pasar, no dudan en amenazar a los maestros.
Fuera del salón de clases su actuación no es muy distinta. En el mundo real son almas gemelas, diría alguno. Tanto así que Trump ya declaró que si los miembros de la OTAN decidieran un ataque militar contra Rusia, Estados Unidos no los apoyaría. A ambos les encantan los negocios y el dinero, que han usado como trampolín para el poder político. Así las cosas, no es de extrañar que la única felicitación efusiva que recibió Trump fue la del presidente ruso,
cuya fortuna personal se estima en 40 mil millones de dólares.
Los nexos de Trump con Rusia se remontan a 1987 y su relación con Putin a 2013, cuando llevó el concurso Miss Universo a Moscú, espectáculo para muchos denigrante, pero que pinta claramente el perfil de los machos alfa, sus promotores. Mucho más delicado fue lo sucedido antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Demasiados indicios de la intervención de Rusia en el proceso electoral. “No hay pruebas concluyentes de que el gobierno ruso y Putin estén implicados, pero la conexión es notoria” comentó un experto en la materia. Ambos han seguido a pie juntillas la máxima de Maquiavelo: “el fin justifica los medios”, cualesquiera que éstos sean.
El hecho de que Paul Manafort —jefe de campaña de Trump hasta el mes de agosto— haya sido uno de los principales asesores del gobierno pro ruso de Ucrania no es mera coincidencia. Por cierto que cuando el ejército ruso invadió Ucrania, los soldados no llevaban insignias ni banderas rusas. “No hay nada que pruebe que fue el Ejército ruso”, declaró Putin. La cara dura es otro de los atributos de ambos personajes.
Ahora los dos amigos han declarado su acuerdo para combatir el terrorismo internacional. La jugada para neutralizar a Chechenia, que le valió a Putin llegar a la presidencia de Rusia, fue una artimaña muy bien orquestada para etiquetar a los opositores políticos como terroristas y proceder militarmente contra ellos. Sus aliados seguros para esa lucha pueden ser Bashar al- Asad, presidente de Siria, responsable de regresar a su país al siglo XVIII; Erdogan, el presidente turco, que sacó de la cárcel a cuarenta mil presos para dar cabida a un número equivalente de sus opositores políticos o, el gobierno fundamentalista de Irán, en guerra declarada con los sunnís y con Israel.
La legitimidad de ambos personajes se sustenta en su nacionalismo trasnochado y en su negación de la globalización. ¿Quién hubiera imaginado que en el siglo XXI la República Popular China se convertiría en el paladín del libre comercio frente a Estados Unidos y Gran Bretaña?
El resto de los niños del salón, en particular los bien portados, están un poco asustados, a la expectativa de lo que será el nuevo rompecabezas. Como en el salón de clases, nada bueno pueden esperar los otros niños cuando la dirección nada puede hacer para corregir a los mal portados. La respuesta es sencilla: o se dan a respetar o acabarán con ellos. Como escribió el poeta Paul Valery “el futuro ya no será lo que era antes”.
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