En la región comercial norteamericana, las maquinarias políticas marcharon aceleradamente. El presidente Donald Trump firmó el lunes la orden ejecutiva para retirar la firma del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el TPP, que llevará la renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica a un marco contencioso. En Calgary, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, inició una deliberación con su gabinete para analizar cómo limitarán las pérdidas derivadas de esa renegociación. En México, la escuela política de Atlacomulco produjo lo único que sabe hacer bien: escenografía y retórica. Frente a las acciones concretas de sus socios, un acto barroco en Los Pinos reprodujo los presídiums usados para todas las cosas relevantes e irrelevantes en México, con los representantes de los poderes de la Unión, de la Conago, de los empresarios y una parte del gabinete para lanzar el mensaje que todos están unidos, envueltos en la bandera nacional, para sentarse a la mesa con Trump. Qué pérdida de tiempo. Qué hueco el discurso. Qué vacuas las ideas.
Desde el viernes se anticipó que el presidente Enrique Peña Nieto fijaría su posición frente al nuevo gobierno de Trump y la inminente renegociación del TLCN. El acto llevó teloneros de todo tipo. Desde el canciller Luis Videgaray que aportó cifras para ubicar la relación bilateral en su contexto, hasta el presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Carlos Castañón, con un discurso tan farragoso como lleno de lugares comunes, pasando por Ángel Aceves, líder obrero, con un servilismo pueril, y por la bravuconería del presidente del Senado, Pablo Escudero, que dijo que si Trump repudia el acuerdo comercial, México está listo para salvar rápidamente la afrenta. Ingenuos o mentirosos, burdos y poco útiles, para lo que está enfrente.
La postura de choque fue rechazada por Peña Nieto, pero no ayudó mucho su planteamiento sobre las nuevas prioridades de política exterior para los próximos años. Los objetivos y principios que enumeró no arrojaron mucha información, porque son reciclaje de señalamientos que ha hecho desde hace semanas. Llamó la atención, sin embargo, que ofreció lo que no existe por diseño institucional desde hace casi un cuarto de siglo, una relación fuerte con América Latina, o mencionar lo que nunca le ha interesado a México, la relación con África. El posicionamiento del presidente es irreal, aún si apenas iniciara su administración, porque es tratar de revertir un cuarto de siglo de matrimonio con Estados Unidos. En el epílogo de ella, lo único que hizo Peña Nieto fue identificar un puerto sin destino con discurso propuestas que parecen ocurrencias.
El presidente continúa en el etnocentrismo mexicano al equivocar el papel de México en el mundo. Peña Nieto dijo que México se ha convertido en un centro logístico para el flujo de comercio e inversiones debido a que se encuentra ubicado entre los océanos Pacífico y Atlántico. Parece broma lo que afirmó, pero refleja ingenuidad y desconocimiento total de las cosas. Es cierto que México se ha convertido en las dos últimas décadas en un país altamente apreciado, por lo cual llueven inversiones del exterior. Pero no es porque México es bañado por dos océanos, sino por el TLCN que es la plataforma comercial para el mercado estadounidense. México no tiene un mercado interno para mantener los niveles comerciales y de inversión que tiene hoy en día, y su posición actual en el mundo cambiaría significativamente si se perdieran las ventajas arancelarias de las que goza actualmente.
Peña Nieto no debe escuchar el canto de las sirenas mentirosas que tiene alrededor, y negociar, como lo anticipó, de manera integral. Comercio, migración y seguridad fronteriza, exactamente lo que Trump dijo en la víspera que hablaría con Peña Nieto, es lo que estará sobre la mesa en la Casa Blanca esta y la próxima semana. Lo que sus asesores deben hacer ahora es ver en dónde están los detalles de las prioridades que tiene el gobierno de Trump, según sus colaboradores. Uno de ellos es el secretario de Estado, Rex Tillerson, que contra el discurso amenazante de su jefe, dijo en la audiencia de su confirmación que el libre comercio con México y Canadá es vital para los intereses de Estados Unidos. “México es un país de gran importancia para Estados Unidos, como vecino y como socio comercial, aunque tenemos diferencias en cuando a migración”, dijo en un cuestionario respondido al Comité de Relaciones Exteriores del Senado previo a su audiencia.
Sí quieren como socio a México, pero en los términos de Trump. Wilbur Ross, secretario de Comercio designado, adelantó hace unos días dos temas que quieren llevar a la mesa: que las disputas comerciales no se vean en tribunales independientes –que eliminaría los paneles provistos por el TLCN-, y fortalecer las regulaciones de las reglas de origen, para evitar que por la puerta mexicana se cuelen componentes comerciales de otras naciones, como China, que junto con México son los adversarios comerciales oficiales de la Casa Blanca.
Hay suficientes señales del gabinete de Trump sobre qué es lo que quieren de México. En algunos temas hay coincidencias y en otros chocarán. El presidente Peña Nieto dijo que irá a una negociación sin confrontación ni sumisión. Ojalá y también con información, y que el evento del lunes en Los Pinos haya sido sólo para el consumo doméstico y no como un espejo de lo que vendrá por delante.
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