Al cerrarse los trabajos de la Asamblea Constituyente de la ciudad, recordé que hace 28 años llegué a Xicoténcatl, junto con Ifigenia Martínez, como los primeros senadores de oposición en la historia de México, gracias a una alteración profunda de la correlación de fuerzas, que convirtió a esta capital en el epicentro de la transición democrática. Ganamos todos los debates, pero ni una sola votación; hoy se ha cumplido en esta sede nuestra esperanza de entonces: el arribo a la pluralidad democrática.
Agradecí a Miguel Ángel Mancera su invitación, desde diciembre de 2012, para hacerme cargo de la Comisión de la Reforma Política. Durante este tiempo me he dedicado literalmente en cuerpo y alma a la tarea que hoy culmina. Reconocí a todos cuantos contribuyeron a la preparación del proyecto: al grupo redactor, a los asesores externos, a los funcionarios de la ciudad, a los delegados y asambleístas, a la academia, a las más de cuatrocientas organizaciones sociales que consultamos, a quienes nos enviaron cinco proyectos completos de Constitución y a mi joven grupo de colaboradores que fueron alma y sostén intelectual del esfuerzo.
Destaqué el tono de sinceridad y fraternidad entre los constituyentes que marcó el fin de nuestros trabajos y aplaudí la propuesta de formar el Grupo de los Cien. Subrayé la excepcional conducción del Presidente de la Mesa, camarada, magnifico gobernante e impecable parlamentario, Alejandro Encinas.
Estimo que la congruencia es la mejor de las virtudes políticas. Por ello aplaudí la firmeza y elocuencia en la defensa de los idearios de sus partidos y de las convicciones propias de los constituyentes, que iniciaron su tarea con un enorme recelo y suspicacia hacia el proyecto que recibieron y que finalmente terminaron haciendo lo suyo, enriqueciéndolo y aprobándolo en sus dos terceras partes. El intenso y agotador debate representó también una actualización constitucional y conceptual de la clase política del país.
Insistí en que a la mayoría ciudadana de esta capital, que ha ganado las elecciones desde hace casi veinte años, no le era estrictamente necesaria una Constitución para continuar gobernando y avanzado en sus programas y propósitos. Sin embargo, desde el 2001 todos sus dirigentes han impulsado la plena autonomía de la entidad y el ejercicio soberano de los derechos democráticos de sus habitantes alentados por la convicción de que un cambio verdadero debe culminar en una reforma profunda de las instituciones.
Es mucho lo que hemos avanzado, aunque lamentamos la oposición férrea a transformaciones que
hubiesen tenido consecuencias mayores en el avance del federalismo y de todos los Estados de la Unión. Llamamos el “itacate” a los temas más controvertidos que se dejaron para el final y que constituirán en adelante el núcleo de la nueva agenda nacional. Los logros incontables del
Constituyente repercutirán en el orden jurídico de todas las entidades y más temprano que tarde en el escenario nacional; pero lo no aprobado también tendrá un efecto expansivo. Llegan los llamados de universidades y congresos del país que solicitan nuestro concurso para implantar la renta básica, el derecho al voto a los 16 años o el concepto de ciudadanía universal. Nos satisface haber sembrado ideas que servirán a la nación aunque otros se lleven la parte de gloria que les corresponde.
Hemos dado un mensaje trascendente para México en tiempos particularmente aciagos. Probamos, frente al escepticismo y en la víspera del Centenario de la Constitución de la República, que es posible alcanzar acuerdos y consensos para transformar el orden jurídico del país y rescatarlo de la desesperanza. Cité al Papa Francisco: es indispensable tender puentes y abatir muros. Sin demerito alguno de mi pensamiento crítico, creo que debemos construir un frente para la salvación nacional como piedra de toque para el resurgimiento mexicano.
Ante las ofensas y agresiones de Donald Trump, podríamos contar con una abrumadora mayoría global a favor de nuestra causa.
Numerosos países del mudo están sufriendo agravios y amenazas semejantes a las que nosotros padecemos. He llegado a temer por la sobrevivencia de México como Estado nación. Hoy creo lo contrario: ha llegado la hora de refundar al país por el consenso interno y la solidaridad internacional.