El camino con destino final a la elección presidencial de 2018 se hace más corto y el calor del debate político aumenta entre las dos figuras más favorecidas en las encuestas: Andrés Manuel López Obrador y Margarita Zavala.
En las recientes semanas la lluvia de lodo entre ambos bandos aumentó, al punto de hacer perder la cordura al ex presidente Felipe Calderón.
El michoacano, tal vez en un afán de posicionar más a su esposa, anunció que donaría su pensión de ex presidente a la beneficencia pública, acción que según López Obrador, sólo representa el ocho por ciento de lo que gasta el Estado Mexicano en protegerlo.
Por su parte, la acusación de Andrés Manuel provocó una reacción a los señalamientos tan intensa o mayor que la provocada por el gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes cuando se refirió a la presunta relación de negocios de su antecesor Javier Duarte con el político tabasqueño.
La polarización entre el panismo y la izquierda obradorista ha sido una constante en la última década de la historia reciente del país. La parálisis que sufrió el gobierno de Felipe Calderón en sus primeros tres años de gobierno fue su consecuencia directa.
Y el oportunismo con el cual los entonces gobernadores (en su mayoría priista) aprovecharon la circunstancia les otorgó un poder de tal magnitud que hasta el momento disfruta de algunos resabios de ese cheque en blanco que se le entregó.
Es esa precisamente, una de las estrategias que se tejen en el mediano-largo plazo desde la cúpula priista para recuperar los espacios ganados por el panismo a nivel Estados y diezmar a la vez el poder acción de López Obrador en el centro y sur del país.
Los excesos y las fallas del PRI que representa Enrique Peña Nieto diezmaron el capital político de su partido, lo dividieron, y han reducido a cenizas una institución como es la investidura presidencial.
El nivel de desaprobación que tiene la imagen del presidente afectará directamente a cualquiera que sea el triunfador de la próxima elección porque es demasiado el daño que a la institución presidencial provocó su actual depositario.
Si se agrega el desgaste que tendría cualquiera de los partidos por la lluvia de lodo y por las desafortunadas circunstancias que enfrenta el país en todos los ordenes, el panorama es aún más desalentador.
Un panorama que desde la crisis tremenda que ahora vive, al priismo le queda en le mediano plazo como anillo al dedo –qué más da- para reparar los daños y comenzar un proyecto como lo hicieron en 2012 con Enrique Peña Nieto. Una imagen construida desde las ruinas y que llegue con el poder suficiente para pactar acuerdos en un inicio, aunque si después todo se les haya ido al carajo hasta llegar al punto de casi perder el poder.
Y es parte de la naturaleza misma de un Partido que por más de 70 años se mantuvo como el partido hegemónico, un híbrido entre uno autoritario y uno dominante.
Así es la forma en la que se legitima comete a la vez grandes abusos. Tal como lo ha explicado el politólogo José Antonio Crespo.
El PRI cede, otorga espacios y conforme avanza el tiempo entrega el poder con la siempre latente amenaza de regresar, y hacerlo más fuerte y recargado que nunca.
Por lo pronto a nivel nacional inició la fuga de cuadros que con ansias tratan de sumar fuerzas con Morena, mientras otros se mantienen dentro del poder pero con miras a favorecer espacios al panismo (José Antonio Meade y Osorio Chong).
Tamaulipas claro no podía quedar excento de esa dinámica y desde ahora figuras de viejo PRI como el hijo de Américo Villarreal o Fernando Azcárraga (miembro de una casta hasta hace poco enemiga de AMLO) aprovechan la derrota del partido para lucrar con el oportunismo político.
Y por otra parte, las alianzas tejidas entre los priistas vigentes con el panismo en el poder garantiza que el partido juegue en ambos bandos.
Aunque muchos lo pronostiquen, un partido que representa al sistema no puede desaparecer del todo si tampoco sucede lo mismo con el mismo sistema…
Y es una de las razones por las cuales también una figura como la de López Obrador puede estar más fuerte que nunca y aún así no ganar en las urnas…
No pertenece al sistema aunque algunos de sus personajes más relevantes se hayan alineado con su candidatura.
¿Que 83 años no es nada?
El viejo tango argentino sirve tal vez para parodiar lo que ha sido del priismo tamaulipeco tras la derrota electoral de junio pasado. Tanto tiempo en el poder, con tan poderosos cacicazgos y una estructura corporativista que parecía de acero y con gobernadores todopoderosos que parecían tocados
por la mano divina, y no queda nada…
En tan sólo cinco meses, la demolición de lo que quedaba del PRI ha sido una tarea fácil, mucho más sencilla de lo que se esperaba. Quedan si acaso algunos islotes como Matamoros, y Victoria, pero en el resto del territorio estatal casi ha sido barrido y enclaustrado en el basurero político.
No hay quien se atreva a levantar una encuesta para saber dónde se encuentra exactamente el priismo pero existe la fuerte sospecha de que ya ni siquiera es la segunda fuerza política, y más refundido en el sótano habrá quedado cuando en el 2018 los tamaulipecos vayan a las redes urnas.
Y habrá quienes aleguen que opiniones como estas tienen que ver con el afán de hacer leña del árbol caído. Pero no es así pues aún cuando el priismo carga con la triste fama de haber provocado la quiebra institucional que ahora vivimos, con sus secuelas de inseguridad, atraso, corrupción e impunidad, no es sano que desaparezcan los contrapesos y los puntos de equilibrio político.
Y por lo que vemos, el camino está pavimentado para la consolidación del panismo como fuerza dominante, sin competidores serios y capaces de disputarle el poder en forma. No hay en el priismo ni el ánimo, ni las condiciones ni los recursos para librar una gran batalla.
La opción es vegetar… mientras se espera que ocurra un milagro.
Tal vez por eso, porque ya hicieron sus cuentas, al PRI nacional no le interesa cambiar de dirigente en el Estado. Por lo menos eso parece decir Enrique Ochoa Reza con sus reiterados desaires al priismo tamaulipeco.
Tal vez Ochoa está en la línea de quienes pensaron durante las elecciones pasadas que para el PRI era una pérdida de tiempo dar la batalla en Tamaulipas. Se acabaron de convencer cuando vieron que habían elegido a un mal candidato y que el humor social de los tamaulipecos era de un franco
encabronamiento.
Desafortunado de la política
En una reciente mención se hizo alusión a Muñoz Cano y su ambición por llegar al priismo estatal. La poca o nula competencia lo hubieran posicionado
en el partido si no fuera por un pasado que no le pertenece pero si lo persigue.
El espectro de su padre, uno de los fantasmas del salinismo, le impiden llevar una carrera política como él quisiera tras años de constante desempeño en el partido tricolor. Pero el manotazo desde el centro siempre es el mismo y Manuel se queda otra vez vestido y alborotado.
Ahora con la actividad presumida en redes, y sus medallas por el triunfo en una plaza considerada como perdida en Matamoros, las cosas parecían pintar diferentes para el victorense.
Y más si su más fuerte adversario político aspira más a obtener la delegación de Sedesol que la dirigencia estatal del partido.
Pero sus ambiciones se desmoronan poco a poco y como siempre quedará sin nada.
Mientras el gobierno del estado investiga los mega sueldos a los ‘asesores’ heredados a Chuchín en Matamoros, a nivel nacional las cosas se acomodaron de tal manera que aplastaron sus ambiciones.
La Secretaria General del CEN del PRI será nada más y nada menos que la primogénita del matrimonio Ruiz Massieu-Salinas.
Mala suerte.
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