Una de tres consiguió el Partido de la Revolución Democrática. Ni fue revolucionario, ni fue democrático; aunque al final sí logro ser partido: pero partido por la mitad. El PRD se hace añicos entre fracciones de rapiña que se disputan lo que queda del botín. Más que un “sálvese el que pueda”, la imagen es la de un trasatlántico (aunque nunca llegó a ser Titanic) cuyos escasos restos son saqueados por los últimos en partir.
Este fin de semana la corriente de “Los Chuchos”, otrora mandamás del partido amarillo, impugnó a la dirigencia actual, encabezada por Alejandra
Barrales, quien está vinculada sentimentalmente a Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. El motivo del pleito: la definición de la candidatura para competir en los comicios para elegir gobernador en el Estado de México.
Cada fracción intenta imponer a su gallo, obviamente. Y, desde luego, la intensidad de este fratricidio no tiene que ver con las posibilidades de un triunfo en las elecciones. El PRD simplemente apuesta a dividir el voto de la izquierda, a restarle puntos porcentuales a Delfina Gómez y a Josefina Vázquez Mota, las candidatas de la oposición. Y, en esa medida, vender caro su amor al PRI en esas elecciones vitales para Enrique Peña Nieto. Lo dicho, vivir del botín.
No deja de ser paradójico que el partido fundado por luchadores históricos de la izquierda mexicana haya terminado en manos de Mancera, un funcionario sin ideología ni partido, encumbrado a la jefatura de la Ciudad de México por Marcelo Ebrard, quien juzgaba al abogado como un candidato inofensivo y a modo. Los Chuchos le hicieron el favor de debilitar o expulsar a las otras tribus y cuando al final se quedaron solos y minados por los escándalos, Mancera les dio el golpe de gracia asegurando la presidencia para Alejandra Barrales y el control del Comité Ejecutivo.
Mancera puede no tener astucia política, como creía Ebrard, pero supo dejarse guiar por Héctor Serrano, un mago de la operación política en la zona metropolitana. Eso y la estructura de las delegaciones bajo su dominio, le permitieron hacerse del control del partido.
En realidad el PRD recibió el golpe de gracia cuando Andrés Manuel López Obrador se separó de la organización para dedicarse exclusivamente a Morena, tras las elecciones de 2012. Sin embargo, todavía existió la posibilidad de una refundación cuando en 2015 asumió la dirección del partido Agustín Basave, un intelectual y político respetado. Desprovisto de su vertiente más radical, representada por el tabasqueño, el PRD podría haberse transformado en el vehículo de expresión política de la llamada izquierda democrática o cívica. Grupos vinculados a las nuevas banderas de la social democracia: ecología, derechos reproductivos, temas de género, construcción de democracia y derechos humanos en general, banderas que no son prioridad en la agenda de Morena, mucho más concentrada en temas de desigualdad y pobreza. Basave intentó modernizar al partido desde esa perspectiva, pero Los Chuchos se negaron a abrir la organización o perder el control de las candidaturas. El flamante presidente duró ocho meses en el puesto.
Pese a su debacle, el PRD tiene aún un valor incalculable para el PRI, particularmente en las elecciones de este año en Edomex o en las presidenciales en 2018. Aunque aún gobierna en Michoacán, Guerrero, Tabasco, Morelos y la Ciudad de México, es probable que el PRD no vuelva a ganar una elección importante, pero puede ser clave para que otros puedan ganarlas. EL PRD puede ser el nuevo PVEM para el PRI.
El acercamiento de Miguel Ángel Mancera a Enrique Peña Nieto, no deja muchas dudas de la estrategia que seguiría el partido amarillo. El membrete del PRD aún pesa en la boleta electoral, particularmente entre votantes poco politizados. La posibilidad de atraer 5% o más de los sufragios es oro molido en un escenario de elecciones competidas. Para el PRI esa puede ser la diferencia entre ganar y perder, porque se asume que los votos captados por el PRD son votos perdidos por Morena.
Mancera juega con la posibilidad de una candidatura presidencial sabiendo que nunca llegará a habitar la residencia de Los Pinos, pero sabiendo que puede salir con un cheque en blanco simplemente por visitarla.
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