El viernes pasado el Financial Times dio a conocer que había una guerra civil dentro de la Casa Blanca entre los nacionalistas económicos y los moderados pro comercio internacional, donde de manera fortuita, quedó atrapado el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, que en ese momento se encontraba en Washington en pláticas con el ala menos ideológica del equipo del presidente Donald Trump. En la víspera, el secretario de Comercio, Wilbur Ross, había enfriado las expectativas mexicanas al anunciar que las negociaciones del Tratado de Libre Comercio comenzarían hasta finales de año y se concretaría en 2018. Pésimas noticias. En 2018 hay elecciones presidenciales en México, pero en Estados Unidos, los 435 diputados y una tercera parte del Senado van a elección. En año electoral, los temas calientes se congelan en Washington.
Al día siguiente de las afirmaciones de Ross, Videgaray ofreció una conferencia de prensa en la Embajada de México en Washington tras haberse
reunido con el equipo de Trump, a unas cuantas cuadras de ahí, en la Casa Blanca. Lo que dijo fue totalmente distinto. Las negociaciones se iniciarían en verano, y esperaban concluirlas para finales de año. De manera clara corrigió Ross, quien matizo después que en este marzo notificaría al Congreso la intención de negociar el acuerdo, con lo que en 90 días, como había dicho Videgaray, comenzarían las pláticas.
Videgaray tiene un cronograma de lo que debe ser la renegociación y el lugar donde está armando la ruta crítica es en la Casa Blanca. Aunque Ross fue designado por el presidente Trump como el negociador en jefe del tratado, la realidad apunta a que será más de adorno. Las negociaciones comerciales internacionales se llevan dentro de la Casa Blanca, en la oficina del Representante Especial para Comercio, donde quien ha sido designado para encabezarla, Robert Lighthizer, sólo espera un permiso especial por haber trabajado para Brasil y una firma china en disputas comerciales en 1985 y 1991. El enlace de Videgaray ha sido Gary Cohn, el director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca y ex presidente de Goldman Sachs, el banco de inversión neoyorquino con el cual el actual canciller tuvo relación frecuente como secretario de Hacienda.
La prisa de Videgaray tiene una razón estratégica de ser. Si el Tratado de Libre Comercio no es terminado este año, el presidente Enrique Peña Nieto se podría despedir de verlo concretado en 2018, con la incertidumbre en los mercados que eso significaría, y el impacto negativo sobre el estado de la economía mexicana. Este tipo de acuerdo, para el tamaño de modernización que se anticipa, tendrá que ser negociado con los legisladores en el Capitolio, como sucedió con el original cuando Bill Clinton era presidente, para que a través de prerrogativas y concesiones, se puedan obtener sus votos. Si la negociación se extiende más allá de marzo del próximo año, no se ve cómo pueda concluirse la negociación, porque los legisladores estarán en campañas de reelección y no programaran audiencias para ir revisando el proceso.
Al canciller le urge darle al presidente Peña Nieto no sólo la certidumbre de que los mercados se tranquilizarán y que las inversiones no entrarán en pánico por la falta de un acuerdo, sino entregarle una victoria rotunda para poder cerrar su gobierno. En este sentido, se ha convertido en el único colaborador que, en este momento, tiene posibilidad de permitir un cierre de administración que le permita entregar a los mexicanos un hecho tangible y de alivio –finalmente entrar en una relación racional con Trump-, a diferencia de la reforma energética, la otra apuesta, que es vital para el desarrollo mexicano pero cuyos resultados no se podrán ver hasta entrado el siguiente gobierno, que será el que lo capitalice.
En política no hay buenos samaritanos cuando de ambiciones se trata. El regreso de Videgaray al gabinete lo volvió a colocar en la lista de los aspirantes a la candidatura presidencial, y tanto su presencia pública como la percepción de que es el poder tras el poder, lo llevaron rápidamente a ser el mejor posicionado de los priistas, después del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y del gobernador del estado de México, Eruviel Ávila. La Secretaría de Relaciones Exteriores, pero sobre todo el empoderamiento que le dio Peña Nieto para discutir cualquier asunto con el gobierno de Estados Unidos y tomar decisiones que tengan incidencia en ellos, pese a no ser de su competencia, lo ha revivido. Entregar un Tratado de Libre Comercio donde el sacrificado no sea México, como plantea Trump, sino que exista un quid pro quo y un balance entre lo alcanzado y lo cedido, le va a facilitar a Videgaray la escalera que necesita para la candidatura presidencial.
En un gabinete de incapacitados por las guerras libradas, o de aspirantes que aún no muestran la testosterona que se requiere para conquistar la candidatura y ser un competidor viable, el manejo de Videgaray ha ido llenando esos espacios en el entorno de Peña Nieto. La apuesta es mayúscula, porque si bien un éxito en la negociación con Estados Unidos puede regalarle el triunfo final al presidente, pero no necesariamente su boleto para 2018, también una derrota o la percepción de que fue a entregar el país, no solamente lo hundiría completamente a él, sino que coronaría el gobierno de Peña Nieto, como el fiasco hacia donde se encamina.
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