En su casa, la escuela o la calle los menores de edad son victimizados
Los niños indocumentados, también sufren represión de Donald Trump
Nada hay que celebrar el Día del Trabajo ante pulverización del salario
Por más que Enrique Peña Nieto atente contra obreros, sale perdiendo
Hoy justo al conmemorarse el Día del Niño en México –sólo aquí, puesto que la misma celebración se realiza en distintas fechas en otros países–, resulta pertinente reconocer que, aun cuando los menores cuentan con derechos universales –reafirmados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en noviembre 20 de 1952–, éstos son conculcados ya en su casa o la escuela, pero sobre todo en la calle.
Y más cuando los chiquillos carecen de familia o forman parte de un clan desintegrado.
De ahí que la fraternidad y comprensión resulten palabras huecas.
No en todos los sectores de la sociedad –que quede claro–, ya que hay todavía núcleos interesados (realmente) en el bienestar de la niñez, sin importar niveles económicos, razas ni credos.
Sin embargo, lo más grave del asunto, es la marginación, como dice el doctor Jesús Kumate Rodríguez en un ensayo elaborado ex profeso:
Él refiere que:
“La marginación social es multicausal, cambiante en el tiempo, (y) prácticamente imposible de erradicar.
“Los niños son el sector más vulnerable y deficitario.
“El porvenir de la familia, la comunidad y la Nación, se califican a través del crecimiento y desarrollo de sus niños.
“La marginación social en los niños abarca diversas áreas. Entre ellas la educación, la nutrición, la salud, la vivienda, etcétera.
“En nuestro país existen marcadas diferencias entre las diferentes entidades federativas. La condición indígena en México está asociada con (una) marginalidad persistente. (Y por ello) se deben hacer cambios pertinentes para disminuir, en lo posible, la marginación social de los niños”.
Madurez apurada
Cuando hablamos de los niños que en la calle buscan sobrevivir, por lo regular caemos en el error de generalizar nuestros conceptos.
Y es que no somos capaces de razonar, siquiera, en la diferencia de su identidad; como tampoco hemos sido capaces de entender que, frente a esta sociedad a la que pertenecen y los rechaza, su número crece y se multiplica cotidianamente, dando vida a un fenómeno que ya ha rebasado a las autoridades encargadas de su rehabilitación y, por razones obvias, a su reincorporación social.
Los menores de edad que en la calle buscan techo y comida –ya no amor, pues ésta es una palabra ajena a su vocabulario–, en gran parte no alcanzan la juventud y, en menor estadística, resultan adolescentes emanados de estratos sociales con mayor carencia económica, cuya personalidad individualista y deformación emocional los orilla a incorporarse a los clanes delictivos en sus comunidades, al tiempo que les impide cualquier intento unipersonal de reincorporarse a su familia y/o la sociedad, por la simple y sencilla razón de que nada de ello les interesa.
Como quizá ellos tampoco le interesen a las autoridades en sus tres niveles de gobierno.
El medio ambiente en que los niños nacen, crecen y se desarrollan (por un lado) y la descomposición de sus hogares (por el otro), hacen que los niños de la calle se rebelen ante las normas establecidas; que adopten estereotipos de protesta extra estatales y se liguen a doctrinas encontradas a través de frases filosóficas y símbolos que, que en fondo, nunca logran comprender.
Definición social
A los menores que en la calle fincan sus esperanzas de vida, la sociedad misma los ha definido como seres inferiores, conformistas, ladrones, homicidas, drogadictos, bravucones, alcohólicos, deshumanizados, irrespetuosos y abusivos… cuando menos.
Pero ellos en lo particular se autodefinen como huercos marginados y activos, cuya energía está dirigida a la acción, a la aventura, al peligro.
Es decir, les gusta el riesgo, la incertidumbre, aunque a diario viven amenazados por la muerte.
Su educación la obtienen en la calle, broncas y uno que otro ‘pasón’ y en los atracos, redadas, torturas sicológicas o físicas y en el sexo.
Algunos estudiosos de este fenómeno han plasmado: “Son niños y adolescentes desubicados tanto familiar como emocionalmente; su reacción es natural, ya que no se les han brindado espacios suficientes donde poder reencontrarse; igual carecen de guías morales para poder entender el lado bueno de la vida. No son malos, sino rebeldes”.
Sin embargo los menores marginados, a decir de algunos terapeutas consultados para este análisis, son seres humanos resentidos socialmente; están descorazonados, desprotegidos; su preparación académica y laboral es mínima regularmente; no entienden más leyes que las de la propia calle; son entrones inconscientes al peligro y al daño que puedan causar; desobligados, vagos por naturaleza; atracadores, traicioneros y mercenarios, aunque sólo lo hagan por diversión, el diario sustento o bien un ‘churrito’ de marihuana, el ‘flexo’ o un poco de solvente.
Sin estas características, aseguran quienes del tema dicen saber, no podría entenderse el ingreso de un niño o adolescente a las cuadrillas que operan en la calle (muchas veces a manera de ‘halcones’ del crimen organizado), y que tanto han proliferado en Tamaulipas en los últimos tiempos.
En lo particular, no obstante, creo que el surgimiento de los niños de la calle es consecuencia de factores todavía más profundos.
La proliferación
En diferentes municipios de la entidad se ha detectado que los niños de la calle cada día son más y que, en muchos casos, son de extracción clase mediera; niños que abandonaron sus casas por la descomposición familiar, en tanto que los surgidos de las clases bajas son resultado de la pobreza, la marginación, la desintegración de sus familias y la falta de identidad.
Por tanto, nos encontramos con que los niños que en la calle viven son consecuencia de los siguientes factores: a) problemas sicológicos, b) situación socioeconómica, y c) emigración, según refieren investigadores en la materia.
En el primer caso (y sin pretender encasillarlos), podríamos ubicar a los menores de edad que en la calle limpian parabrisas y carrocerías, venden chicles, tragan petróleo, hacen malabares y posan sus espaldas sobre vidrios despedazados; en el segundo, a los jovenzuelos que no conocen otro ambiente que el de los cinturones de miseria; y, en el tercero, a los que abandonan sus lugares de origen para establecerse en conglomerados carentes de servicios públicos.
Estos últimos, al emigrar directa o familiarmente del campo hacia la ciudad, por su misma naturaleza tratan de romper con sus raíces y se incorporan a un mundo desconocido donde son presa fácil de los manipuladores sociales que, en la mayoría de los casos, los utilizan como carne de cañón.
La población rural que se integra al ecosistema citadino, da por imitar burdamente a la comunidad donde le toca convivir; olvida los valores morales que le inculcaron allá en el campo y se somete a las directrices que le marca la propia calle.
En cuanto a los menores de edad que en la calle acrecientan el fenómeno en comento, ellos mismos han dicho que nada se le puede exigir a un huerco que ha sido educado a golpes; que vive en zonas donde la muerte prevalece y prácticamente no existe la vida; donde hay una sociedad podrida que apesta con todo y su agua potable, pues ellos han vivido ahí, exactamente, donde el hambre y la ignorancia no ofrecen ninguna expectativa de vida.
Sobre todo porque en las zonas con mayor marginación social (que regularmente ni siquiera conocen los funcionarios públicos), habitan menores que como guía social sólo conocen la violencia, el robo y la miseria.
En cuanto a valores morales, ellos mismos han respondido así a preguntas de sociólogos: ‘¿El amor?, ¿qué es eso?’.
Con todo y lo anteriormente comentado, hoy habrá festejos a granel por el Día del Niño.
Y qué bueno que así sea para evitar la purulencia deformatoria.
Indocumentados
La presencia de niños indocumentados en la Unión Americana, se ha convertido en un problema grave para el presidente Donald John Trump, pues por una parte está obligado a emprender acciones ejecutivas para frenar el abuso contra los menores, y, por otro lado, debe zanjar sus diferencias con el ala republicana de la Cámara de Representantes, quien niega su voto a favor de la reforma migratoria en contra de infantes.
Esto acarrea al inquilino de la Casa Blanca, también, diferencias con entidades internacionales como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH); en apariencia con los países de donde son naturales los infantes indocumentados –lo digo porque aún no asoma protesta alguna de parte suya–, y con la población extra continental que observa con malos ojos al imperialismo yanqui por el maltrato de menores.
Sobre todo, hoy, cuando en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) concuerdan 190 países que promueven la Convención sobre los derechos del niño, centrando su labor en cinco ejes prioritarios, que son: 1) supervivencia y desarrollo infantil, 2) educación e igualdad de género; 3) infancia y VIH (sida); 4) protección infantil, y 5) promoción de política y alianzas.
Pero esto no lo entiende el presidente estadounidense, ya lo creo, quien ha ordenado al Departamento de Seguridad Nacional y a la Patrulla Fronteriza redoblar sus acciones contra los indocumentados, sean ancianos, adultos, adolescentes o niños.
Empero, los organismos internacionales de Derechos Humanos han establecido que la protección y la defensa de los derechos de las niñas, los niños y adolescentes, es un deber que nos corresponde a todos como sociedad, y es, y seguirá siendo, una de nuestras mayores ocupaciones.
En esta relevante tarea hay grupos binacionales trabajando de manera decidida y sin tregua a favor de la niñez y adolescencia.
Día del trabajo
La conmemoración del Día Internacional del Trabajo fue establecida para honrar a los mártires de Chicago, quienes encabezaron una huelga con la que buscaron se redujera la jornada laboral.
Y el desfile del primero de mayo, aquí en México, se organizó para evocar a los asalariados que cayeron en las masacres de Río Blanco y Cananea, víctimas del fuero desmedido que se otorgaba al rico industrial a principios del siglo XIX.
Al paso de los años, la clase obrera se robusteció y organizó mejor.
Cobró más conciencia y las efemérides las utilizó para plasmar sus inquietudes y demandas laborales, pero en cuanto la revolución se institucionalizó en México y fue cooptado el movimiento obrero, aquella insurgencia trabajadora empezó a cambiar por la genuflexión y las loas al mandatario en turno, dando al traste por completo al sentido memorable de la gesta de 1906.
Los obreros empezaron a perder su hidalguía y conciencia de clase, hasta transformarse en dóciles instrumentos del manipuleo político y entreguismo.
Algunos con prestaciones reales, otros con ofrecimientos, prebendas y los menos a través de la corrupción más baja: vendiendo sus conquistas sindicales.
En la época posrevolucionaria, Miguel de la Madrid Hurtado marcó el inicio de un nuevo derrotero nacional: abrió las puertas para que nuestras riquezas dejaran de pertenecer a la nación; para que el sector social dejara de tener fuerza y el sector político se tornara caótico como preámbulo a la llegada de Carlos Salinas de Gortari, quien terminó por entregar nuestra economía a la nación más poderosa del mundo para darnos la puntilla con su política neoliberal, mientras nos engañaba con el espejismo del acceso al primer mundo.
Fue entonces cuando el desastre económico se nos vino encima; cuando las fuentes de trabajo se cerraron; el poder adquisitivo se redujo; la criminalidad y la inseguridad se acrecentaron; la corrupción se hizo más evidente, la incredulidad en el gobierno y sus instituciones ascendió a niveles peligrosos, y el salario mínimo prácticamente se pulverizó para que el trabajador ni siquiera pudiera comprar una canasta básica.
Bajo este marco Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, en su oportunidad gobernaron más para los dueños del dinero que para los obreros y sumieron a la clase trabajadora en la vil miseria, para luego ceder el cargo a Enrique Peña Nieto, quien, por cierto, tanto se ha distanciado de la clase trabajadora que hasta ha promovido la aniquilación de toda organización gremial.
Sin embargo, hoy el señor de Los Pinos gobierna en un contexto donde el trabajador empieza a tomar conciencia de su realidad y de sus necesidades. Ya no clama loas ni a sus dirigentes ni al jefe del Ejecutivo federal, quien golpea aún más nuestra deplorable economía autorizando el alza de precios y elevando las tasas recaudatorias.
Ejemplo de ello es su negativa a negociar un salario más justo con los sindicatos.
Por eso este primero de mayo se antoja diferente.
No sólo por los desfiles que se desarrollen a lo largo y ancho de la República Mexicana, sino porque en algunas entidades como en la Ciudad de México pudiera ser el despertar de nuevas conciencias que corroboren que la lucha obrera no está en vías de extinción.
Salarios de hambre
En este mismo espacio ya le he comentado que en México suman 21 millones los obreros que perciben salarios de hambre.
Jornales miserables que resultan insuficientes para cubrir al menos la canasta básica; y ofensivos cuando se comparan con los sueldos que se pagan en otros países.
De ahí que los asalariados independientes y las víctimas del infame corporativismo ya se hayan decidido a hacer público su repudio a la política laboral ejercida por el señor de Los Pinos.
Con ello quedaría en claro que la clase trabajadora ya se hartó de ser mediatizada por dirigentes ‘charros’, quienes durante décadas, con la complicidad gubernamental, la han manipulado hasta el grado de ignorar sus demandas y negarse a escuchar sus quejas públicamente.
Las protestas de la clase trabajadora, por tanto, serían la mejor prueba de que los trabajadores desconfían de la relación tripartita gobierno-patrones-dirigentes.
Y esa misma desconfianza, aunada a la desesperación obrera por no tener qué comer, podría motivar un estallido social donde los trabajadores serían la punta de lanza de todo un pueblo que se niega a morir merced a los sueldos de miseria, a los impuestos y a la opresión en que vive.
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