CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Un arte que apasiona a millones en varios países del mundo y que tiene su cuna en la madre patria, es la tauromaquia, herencia de los españoles que se arraigó en nuestro país y de la cual Victoria no quedó exenta.
La fiesta de los toros que en las últimas décadas se ha enfrenta al descontento social por la protección de los animales partícipes del acto y que lo consideran salvajismo.
Fenómeno del que ya nuestra ciudad quedó fuera, pues hace casi 30 años se quedó sin plaza… «y todo por una mentira, ¿cuándo haz visto que las termitas coman concreto?, todo fue para que la gente no protestara porque era un lugar donde iba el pueblo, sin importar condición económica, no existían ahí las clases sociales», expresa a tono alzado José Nava, empresario local que a los seis años de edad inició su gusto por los toros y que guarda momentos imborrables del recinto.
Pasión añeja
Eran los primeros años del Siglo XX en la apacible Victoria, una ciudad acostumbrada a la quietud de sus calles, a uno que otro pleito de cantina y siempre activa en la vida política del estado.
Las costumbres del campo y el gusto por el ganado que se conservan hasta la fecha, eran aún más arraigadas al ser una población urbana bastante reducida, fue entonces cuando la colonia española avecindada en la ciudad y que ganó el cariño de los locales, presentó el ritual que venía adherido a la fiesta brava.
Fue así como se construyó la primer plaza de toros de nuestra ciudad.
Hecha de forma artesanal con barrotes de madera y cubierta de petates, la Plaza de Toros «El Gallito» se erigió por el rumbo de la estación del tren, en el espacio que ahora conocemos como la Plaza de los Héroes, en el lado sur del 22 Hidalgo.
Ahí los victorenses conocieron los primeros pases y muletazos, ahí se aplaudieron las primeras faenas, «El Gallito» fue la cuna de la pasión taurina en la ciudad.
La mudanza y nueva plaza
Para la década de los años 40s, Victoria disfrutaba de la fiesta en un nuevo recinto, también construido de forma rústica, una plaza de toros de madera ubicada por el rumbo del Estadio Olímpico, sí, enclavada en el barrio de «El Pitayal», ahí nace la plaza que recibió su nombre del barrio donde pertenecía.
Para mediados de la siguiente década, el empresario local y concesionario de la cerveza Carta Blanca en Victoria, don José Sierra Torres, dueño además de la Zona de Tolerancia, buscó una nueva fuente que mantuviera activa la economía de la pequeña ciudad, pero de gustos siempre especiales.
Fue así como construyó la Plaza de Toros Victoria, monumento a la fiesta brava que se erigió en la cuadra que comprende las calles 15 y 16 entre Anaya y Olivia Ramírez.
En plena corrida de toros, atentos a la faena, aparecen Carmelita Bringas, Pancho Benitez, don Florencio Bringas, Arquitecto Leduc, Laura Campo, Polín Argüello, Pepín Bringas, Juan Guerrero, Manino Zorrilla, Fernando Gutièrrez Saldívar y Leticia Gil Flores de Gutiérrez
Don José Sierra presidió el organismo Circuito Taurino, patronato que se dedicó al sostén del recinto y promoción no sólo de corridas de toros, sino de la presentación de espectáculos artísticos, lucha libre, funciones de cine, que durante casi 30 años albergó la imponente estructura de concreto que se caracterizaba
por tener en su gradería un ángulo de 45 grados, que impresionaba a los asistentes.
En una tarde inolvidable del domingo 16 de febrero de 1958, cuando la Plaza de Toros Victoria abrió sus puertas, inaugurada por el gobernador del estado, doctor Norberto Treviño Zapata, quien cortara el listón de aquel recinto que escribió innumerables historias que aún se conservan en la memoria de un gran número de
victorenses.
Bautizada como «Plaza de Toros Carlos Arruza», en honor a «El Ciclón», uno de los más grandes toreros mexicanos quien años después falleciera en un trágico accidente automovilístico cuando se dirigía a su casa en Cuernavaca, desde la Ciudad de México. Así, iniciaba una de las épocas más añoradas en nuestra capital.
La plaza del pueblo
En taquilla los boletos se ofrecían en 15 pesos para la tribuna de sol y 30 pesos en sombra, aunque los niños de aquel entonces se las ingeniaban para pasar gratis a los eventos que ahí se celebraban, que fueron desde deportivos, pasando por los artísticos, hasta llegar a los mítines políticos.
La Caravana de las Estrellas Corona hacía escala en Victoria y así trajo consigo durante más de dos décadas un espectáculo que era esperado por la gente con ansia, los boletos volaban pues nadie quería perderse la presencia de artistas como José Alfredo Jiménez, Lola Beltrán, comediantes como El Piporro, Viruta y Capulina, entre otros.
El coso visto desde afuera
Esta plaza vio nacer a leyendas como Joan Sebastian que daba sus primeros pasos en el escenario interpretando «Y las mariposas», así como un muchacho de Michoacán, que se crío en un internado de Ciudad Juárez y que tras haber salido de la cárcel buscaba una oportunidad en el ambiente artístico con una canción que sería apenas el inicio de la carrera artística más prolífica de nuestro país.
«No tengo dinero, ni nada que dar, lo único que tengo es amor para amar…», cantaba a las muchachas de aquel entonces, Alberto Aguilera Valadez, quien se volviera inmortal bajo el nombre de Juan Gabriel.
Antonio Aguilar, Leo Dan, Napoleón, entre muchos otros, fueron algunas de las estrellas que iluminaron esta plaza.
Pero este recinto abría sus puertas a todos los gustos, por eso también lucía repleta cuando el cuadrilátero se apoderaba del ruedo, instalado justo en el centro y convertirse en arena de gladiadores para la llegada de enmascarados como El Santo y Blue Demon, entre otras glorias de la lucha libre como Cavernario Galindo, Cuasimodo, que enmarcaron el nacimiento de leyendas locales de este deporte como Dinky El Duende y Johnny El Pulpo.
Pero también las veladas boxísticas se adueñaron de este espacio, con «Cancholita» dando de campanazos anunciando el inicio y fin de cada round, lo hicieron un personaje que era parte no sólo de la mística de la plaza, sino un referente de la ciudad.
Por supuesto, hubo tardes de toros inolvidables, sobre todo dos de ellas, cuando acudieron el maestro Manolo Martínez y Manuel Benítez «El Cordobés», quien provocó que la plaza estuviera llena desde al menos tres horas antes esperando su llegada.
Un triste final
El ocaso de la plaza vino justo al cumplir su tercer década de emociones, pasión, alaridos y hasta drama.
El empresario José Vázquez Sierra determinó cerrar el cliclo de este inmueble para aminorar sus actividades laborales, según documentos de la época y el
testimonio de los aficionados.
En tanto que el argumento oficial explicaba que la plaza había sido invadida por una plaga de termitas que ponía en peligro de colapsar el inmueble de casi treinta años de existencia y podía culminar en una tragedia.
«Eso lo dijeron para que la gente no protestara, mire mi casa, su casa, es de 1928 y aquí sigue firme, yo nunca he visto ni he sabido que las termitas coman concreto» reitera José Nava, quien a la fecha acude a donde haya fiesta brava, «es mi único vicio, mi pasión, yo no sé de béisbol, de fútbol, lo mío son los toros, cada que puedo estoy en la Monumental Monterrey, en San Luis, en Aguascalientes y gratamente nos encontramos una gran pasión por la fiesta brava en Texas donde crece este arte».
El 26 de febrero de 1985, Guillermo Capetillo en un mano a mano con Marco Antonio Alvarado, protagonizaron la última corrida de toros de la Plaza de «El Pitayal», la plaza de Victoria «Carlos Arruza».
Sólo el mural quedó en pie
Hoy se erige un centro comercial de la familia Charur. El entonces presidente municipal, Ramón Durón Ruiz, rescató el mural de mosaico veneciano con la estampa del matador Carlos Arruza, que a manera de homenaje o ironía, yace en lo alto de una pared al fondo de la tienda GranD… «Toreo».