Resultaría una verdad de perogrullo afirmar que cada partido político, registrado ante la autoridad electoral, tiene sus propios métodos para elegir a sus abanderados a la Presidencia de la República y al resto de los cargos electorales, llámese diputados, senadores o gobernadores. Todos sabemos que son definidos al interior de cada partido por la forma que las cúpulas determinan.
En esos tiempos, donde los aspirantes se acercan a los dirigentes de cada partido para hacerles saber sus aspiraciones, el resultado es que pocos son tomados en cuenta y otros, que son la mayoría, son rechazados, no por cuestiones personales, sino porque no todos caben en la relación de candidatos que cada partido presenta.
El problema es que a medida que pasan y pasan elecciones, a los militantes se les cierran las posibilidades de entrar al juego de la candidaturas, porque los altos dirigentes partidistas, miembros del gabinete o de las 2 cámaras, ya les gustó la idea de recomendar y a veces hasta imponer en las posiciones electorales a parientes, amigos de la infancia, recomendados de amigos bien colocados en puestos clave, compromisos personales, alguna que otra novia o novio y al último, a quienes les permiten ostentar que de una u otra manera, cumplieron con el partido y con la democracia.
Es justo reconocer que esas actitudes han provocado frustración, enojo, apatía, abandono o cambios de partido de miles de militantes que no ven en sus institutos políticos la vía para alcanzar a ser representantes populares.
De esta manera, se llegan los tiempos incomodos para el ocupante del Palacio Nacional porque tendrá que permitir e iniciar el juego interno dentro de su partido para la selección del candidato. Eso no le gusta, aunque sabe que por mandato de la Constitución, debe hacerlo.
Acto seguido, el dirigente nacional del PRI tiene la obligación de alinear las fuerzas vivas para que el señor Presidente de la República pueda seleccionar con cierta comodidad a quien desea sea su sucesor. Cabe mencionar que si el ocupante de la silla presidencial no le ve aptitudes para esos menesteres, entonces tendría que tomar la decisión de removerlo nombrándolo miembro del gabinete. En el PRI, la resistencia al jefe de las instituciones son pocas, pero unas dignas de ser tomadas en cuenta.
En el PAN, la lucha es cruenta, pero el Presidente nacional y quien o quienes agrupen a la mayoría de los consejeros nacionales se llevan la candidatura. Después se despedazan entre ellos si no quedan conformes y prefieren perder que ceder.
En MORENA, todo lo decide Andrés Manuel López Obrador, porque así aprendió que se debían hacer las cosas cuando militó en el PRI y los demás se someten a su santa voluntad. AMLO permite el reparto de posiciones, pero determina a rajatabla las que él quiere.
En el PRD, las distintas tribus se ponen de acuerdo en quien será el candidato pero antes dividieron el pastel de tal manera que quedan más o menos contentos con el reparto y como saben que son pocas las posibilidades reales de ganar, entonces procuran trabajar unidos para mantener los votos, para así, dar buenos resultados que les permitan seguir en el juego del poder.
Los demás partidos son menores de edad y procuran alianzas estratégicas con los mayores que les permitan obtener los votos suficientes para no desaparecer de la escena nacional. Es común que sean partidos de familias o satélites de los 4 grandes y con poco reconocimiento de la sociedad. Por eso siempre pende de un hilo la conservación de su registro.
La selección del candidato presidencial es un arte, porque de la nada, surge la figura del nuevo sol, que deberá sostener la esperanza que las cosas van a caminar distinto en cuanto el nuevo gobierno asuma el poder.
Cosa que pasen unos cuantos meses para que surja la desesperanza y la amargura empiece a provocar el anhelo de que aparezca un nuevo seleccionado para que ahora sí, las cosas puedan cambiar.
Y ni modo, así nos vamos.