Siento en el alma cuando un amigo se va. Como esa maravillosa canción del poeta Alberto Cortez. En los últimos dos años he perdido valiosos amigos que han legado a México trabajos valiosos, en el arte y la vida.
Hace un par de años sufrí la ausencia de mi amigo entrañable Juan Diego Razo Oliva, fecundo investigador del Corrido en
México, dejando un valioso testimonio de la riqueza de la música popular mexicana, la poesía popular y los hechos históricos referentes.
Juan Diego es una de las figuras más grandes de la música popular en México. Economista, profesor de tiempo completo en la Escuela Nacional de Artes Visuales de la UNAM, (San Carlos), amigo de café, conversador, animador cultural, pero sobre todo, amigo. Ganador de premios, con extensa obra publicada, incluido en bibliotecas de México y los Estados Unidos. Cariñoso papá. Juan Diego se fue. Hace algunos años perdimos a Roberto Bolaño. El formidable novelista chileno, una amistad de juventud. Hoy por hoy uno de los famosos escritores en el mundo.
Carlos Rugeiro Cázares, arquitecto, investigador. Cronista,promotor, amigo de vida, se fue de nosotros.
Rubén Gómez Tejeda, querido del barrio del 18, se nos fue. Rubén, ingeniero, a quien apodamos La Muerte, fue un amigo muy querido. Hace ya algunos años perdimos a otro entrañable, el Dr. Herminio Farías, que nos entregó un gran espíritu de servicio desde el Hospital General de Ciudad Victoria.
Hace apenas unos días, se nos fue Benito Guzmán, hombre de nuestro barrio, sabedor de chismes y ecos de la farándula. De una ciudad que ya ni existe.
Cuando un amigo se va, no hay nadie que lo cubra.
