Para nosotros el proletariado emergente, viaje en micro es una academia de sociología, psicología y filosofía aplicada.
Un ejercicio de terapia ocupacional y química por la combinación de olores y el néctar empírico de perfumes chinos y coreanos que nos hacen respingar la nariz y alborotan las células muertas.
El micro acelera la sangre y los tímpanos rebotan al son del regatón que el chofer nos marca, mientras se menean las nalgas
y se paran de rebote las reatas espontáneas de la reprensión masiva del proletariado.
Por las mañanas, tempranera, el apretujón de la maquila, y el palomar de enfermeras y de maestras que aún no reciben su bono para compra de auto.
A mediodía, la hora sobaquera cuando las axilas llegan al nivel 5 de olor y de apeste total.
El nalgueteo es incesante, al grado que se platican nalga a nalga como si fueran viejas conocidas.
Es inevitable esa batalla del aguayón porque el apretón obliga y se escucha el chisguete.
De las pruebas nucleares norcoreanas, sabemos que en la Ciudad de México el nalgatorio está más organizado porque en el Metro es una batalla diaria con los violentos, y desgraciados dementes de los empujones y ladrones de carteras y descarados chaqueteros que abusan de las horas pico para aflorar sus bajos instintos.
Aquí, es leve. Uno que otro escarceo erótico de panadero.
Viajar en micro es una aventura y un conocimiento de primera mano de la vida de la ciudad marginal.




