Entre los cambios que propone Estados Unidos se encuentra facilitar que sus productores puedan acusar de dumping o competencia desleal a sus competidores
Hasta hace unas semanas el discurso oficial era que el TLCAN avanzaba por una negociación con algunos puntos difíciles pero que en su conjunto no se tambaleaba. Ahora el mensaje es que hay vida después del Tratado, que México es mucho más grande que cualquier tratado. Desde las cúpulas empresariales el mensaje es que es buena la modernización del Tratado, pero no a cualquier costo.
Es decir que ya se prepara a la opinión pública para una previsible ruptura de las negociaciones, a la que seguiría, posiblemente, la salida de los Estados Unidos del acuerdo tripartita.
Desde hace meses en esta columna señalaba los grandes escollos a la negociación. Uno de los principales es la acusación de que los bajos salarios en México equivalen a un dumping laboral. Entre los quejosos se encuentran, por ejemplo, los productores norteamericanos de fresas, zarzamoras, arándanos, y moras, un tipo de producción que requiere una mano de obra cuidadosa en la recolección, selección y empaque. Allá pagan un salario diez veces mayor al mexicano.
Entre los cambios que propone Estados Unidos se encuentra facilitar que sus productores puedan acusar de dumping o competencia desleal a sus competidores. Lo que podría afectar mucho más que la exportación de frutillas y pegarle a las manufacturas.
Pero el tema salarial es al que con más vehemencia se ha opuesto el sector empresarial mexicanos. Sobre todo, si se le añade la exigencia de democracia sindical, prohibición del trabajo infantil, mejores condiciones de salud, higiene y condiciones laborales en general.
No es el único gran escollo. En Estados Unidos demandan mayor apertura a sus exportaciones agropecuarias. Lo que es enfrentado por los productores mexicanos que, en sentido contrario, piden que el maíz y otros granos básicos sean excluidos del tratado para elevar la producción interna y mejorar el empleo y el ingreso rural.
Otro gran asunto es la demanda norteamericana de reducir su déficit comercial haciendo que México adquiera mayor producción norteamericana. Piden que en la exportación de automóviles se eleve el contenido específicamente norteamericano a un mínimo de 50 por ciento y el contenido tri-nacional suba del 62.5 por ciento al 85 por ciento. Esto en la práctica significa reducir a menos de la mitad las importaciones de piezas chinas y del sureste asiático para substituirlas por componentes norteamericanos.
Lo que solo sería viable si México y los Estados Unidos imponen, en paralelo, aranceles a las importaciones de fuera del TLCAN. Solo así pueden incrementar su comercio comprándose el uno al otro productos más caros que los que vienen de China. Lo que va en contra del interés de los consumidores, pero en favor de los productores de ambos países.
Pero ahora los gringos añaden nuevas exigencias; como que el nuevo Tratado tenga que ser confirmado, y renegociado, cada cinco años.
Tal vez exista una razón política de más fondo en el endurecimiento de la posición norteamericana. Hace unas semanas el precandidato de la ultraderecha norteamericana a un puesto en el senado le ganó al precandidato que apoyaba Trump. Fue una señal de que la ultraderecha desbocada podría empezar a ganar posiciones por fuera del control de Trump.
Lo cual estaría empujando al presidente norteamericano a reforzar sus compromisos ideológicos con ese sector, para que no se le salga del huacal, y explicaría que esta semana le haya quitado fondos al sistema de salud, el obamacare que tanto odia; que acuse a Irán por un falso incumplimiento del acuerdo antinuclear; que suba sus amenazas a Norcorea y, posiblemente, que próximamente rompa negociaciones con México. Trump no actúa con racionalidad de estadista, sino que estrecha lazos con la más obtusa ultraderecha norteamericana.
Debemos prepararnos para cerrar el triste capitulo neoliberal de nuestra historia. Seguir enganchados a una estrategia obsoleta tendría un costo social altísimo en el que ya ni migajas habría para la mayoría.
No se trata de la simple ruptura de un tratado comercial; Estados Unidos seguirá en sus mismas exigencias, con mayor rudeza. Podrá unilateralmente facilitar las acusaciones de dumping laboral y bloquear importaciones, como lo ha hecho en el pasado, con el atún, por ejemplo. Podrá también seguir exigiendo un mayor contenido de insumos norteamericanos, en lugar de chinos, en la producción de automóviles. Insistirá en reducir su déficit y en que le compremos más.
¿Quién dice que lo que Estados Unidos exige en la renegociación del Tratado, lo va a dejar de exigir cuando este deje de existir?
Uno de los posibles efectos de la ruptura del TLCAN es que perdamos puntos como plataforma de exportación a los Estados Unidos. Sin esta bandera, y ante una creciente inquietud social y política interna, podría reducirse la inversión externa que nos ha llevado a ser grandes consumidores de importaciones en detrimento de la producción interna.
Menos entrada de dólares implica que todo lo importado suba de precio. No habría peor error que otro apretón de cinturón para las mayorías. La salida debe ser otra; una estrategia de substitución acelerada de importaciones. Mucho de lo que importamos se puede producir internamente. Tendrá que ser así si las importaciones suben de precio.
Requerimos una estrategia de fortalecimiento interno y proteccionismo para defendernos ante un mundo que se vuelve agresivo e inseguro. Hay que generar empleo, digno y productivo, para todos los mexicanos; crear condiciones para que las fábricas, talleres y parcelas produzcan a toda su capacidad.
Necesitamos reintegrar un mercado nacional que genere condiciones para el empleo y la producción; en vez de quedar colgados de la brocha.