CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Nadie ni nada pudo haberme preparado para lo que vi esa noche. Y mucho menos para saber cómo reaccionar para proteger a mi familia.
Era la semana santa de 1985 y mi esposa Ana me había estado insistiendo en cambiar el típico plan de cada año y en vez de ir a la playa fuéramos a algún lugar apartado, que nos hiciera sentir más “en contacto con la naturaleza” y disfrutar del aire fresco, la quietud y parsimonia de un paraje rural.
La verdad, me costó trabajo encontrar un lugar que llenara las exigencias de mi querida esposa, pero finalmente logré ubicar una cabaña en el Valle del Chamal. La propiedad prometía ser el ideal para pasar unos cuantos días en quietud y tranquilidad.
Nuestras hijas, Sara y Annie (entonces de 10 y 7 años respectivamente) se encontraban muy emocionadas de que por fin les cumpliría su petición de irnos de “día de campo” y muy contentas planeaban cada una de las actividades que deseaban realizar en nuestra “gran aventura”: volar papalotes, asar bombones, jugar a campo abierto y comer elotes asados o cocidos… Nada que un padre amoroso no esté dispuesto a complacer.
El trayecto desde Ciudad Victoria fue alegre, nos divertimos cantando canciones y haciendo adivinanzas que mi hija mayor resolvía con gran facilidad.
Ana estaba feliz de poder pasar un tiempo lejos de la ajetreada ciudad, el tráfico, el estrés y hasta de los vecinos ruidosos.
La entrada hacia la propiedad que me prestó un compadre estaba señalada con un arco que daba la bienvenida.
El camino hacia la casa (o cabaña, como se la había descrito a mi familia) era de aproximadamente seis kilómetros de terracería, lo cual da una idea de lo alejado que estaba de la civilización.
Finalmente, mi vagoneta Gremlin 77’ llegó hasta la antigua casa que para mi sorpresa era enorme y no una pequeña choza como yo la imaginaba.
Las niñas prácticamente saltaron de los asientos y corrieron hacia la casa.
-¡Papi , Papi! ¡Qué bonita casa! ¿Y si nos quedamos a vivir aquí? ¿Sí papi, podemos vivir aquí? – Preguntó Annie.
-Bueno pero sólo cinco días… ¿Cómo ves? ¿Aguantas cinco días aquí? – Le dije a mi niña al momento que la cargaba y nos asomábamos por una ventana para ver el interior.
-Oye Pipe… ¿Por qué no tiene cortinas la casa? Tenemos que poner algún trapo… !Pa’ que no se vea para adentro!
-¡Ay gorda! ¿Y quién nos va a ver? Si aquí no hay nadie mira… Desde aquí se ve todo el llano, despreocúpate, además ahí traigo las mantas que usamos el otro día para los puestos del tianguis de cuando hicimos la venta de garage… Ahorita las “atravesamos” a ver cómo ¡y “arreglado Matamoros”!
Entramos a la casa y tal como lo esperaba aparte de enorme estaba un tanto sucia.
Después de limpiar un poco nos instalamos y a la puesta del sol cantamos canciones asando malvaviscos como deseaba Sarita. Cuando la luna asomó su blanco rostro llevamos a las niñas a dormir mientras mi esposa y yo compartimos un momento romántico en la apacible noche.
Al ir a la cama, decidí usar un short y playera y permitir que el viento que entraba por una enorme ventana me refrescaba. Ana decidió darse un baño mientras yo prácticamente caía rendido de tanto manejar y limpiar.
Minutos después ella se acostó a mi lado y me abrazó.
Estaba yo sumido en mi reconfortante sueño cuando un empujón me sobresaltó.
-Gorda… ¡No patees! – le dije molesto.
-¡Ay Felipe! ¡Yo ni me he movido! -respondió ella y volvió a dormir.
Intenté conciliar el sueño nuevamente pero de pronto sentí como el colchón se ladeaba… Pensé que era Ana levantándose para ir al baño.
Luego de parpadear unos segundos en la oscuridad, fui capaz de distinguir lo que causó aquella reacción. Al pie de la cama, sentado y viéndonos, había lo que pensé que era un hombre muy flaco y arrugado color gris, se asemejaba tal vez a un gran perro sin pelo de algún tipo.
Su posición era perturbadora y no natural, como si hubiese sido golpeado por un automóvil o algo así.
Por alguna razón, no me dio miedo, pues pensé que a lo mejor era algún lugareño perdido, atropellado o golpeado y me preocupó su condición. En ese momento sentí que una gran tristeza me oprimía el pecho, inspirándome a intentar ayudarlo.
Mi esposa estaba de una pieza viendo sobre su brazo y la rodilla, acostada en posición fetal, ocasionalmente viéndome antes de seguir viendo a la criatura.
En un movimiento veloz, la criatura rodó al lado de la cama, y se arrastró rápido en una posición similar a la de un cojo a lo largo de la cama hasta que estuvo a poco menos de 30 centímetros del rostro de Ana.
La criatura permaneció silenciosa por 30 segundos, viendo sólo a mi esposa. La criatura entonces puso una mano en su rodilla y corrió al pasillo, en dirección a los cuartos de las niñas.
Grité y corrí para encender la luz, intentando detenerlo antes de que hiriera a mis hijas. Cuando llegué al pasillo, la luz del cuarto era suficiente como para verlo agachado y jorobado a unos 6 metros a la distancia. Volteó lentamente y me miró.
Tomé una de las escobas que usamos para limpiar y la levanté en forma amenazadora.
La criatura empezó a resoplar y abrió los ojos como asombrado, temblaba y en un momento hizo un ademán como si estuviera muy enojado y emitió un ruido parecido a un gruñido o rugido que nos estremeció.
Comenzó a caminar hacia la puerta de entrada cojeando, jorobándose y con un brazo suelto, como inerte.
Abrió la puerta y salió al patio mientras Ana y yo lo seguiamos horrorizados pero a la vez con mucha curiosidad.
El ente empezó a correr y sorpresivamente dio un gran salto y cayó sobre mi vagoneta sumiendo levemente el techo, después volvió a brincar y aterrizó en un yerbajal. Como había luna llena pude distinguir en la semi-iluminada noche cómo el jorobado seguía brincando y huyendo a gran velocidad.
Mi corazón casi explotaba de la agitación que sentía pues en mi nublada mente sabía que la criatura no era humana o al menos, no parecía serlo.
Regresé a la casa y Ana estaba llorando.
-¿Qué fue eso Felipe? ¿Qué chingados era eso? -decía al borde de la histeria.
-¡No sé gorda! ¿Cómo voy a saberlo? A lo mejor era un ejidatario que se extravió y como vio luz en la casa se arrimó.
-No Pipe, eso no era humano… ¿Viste su piel? Era color gris y no tenía pelo…. ¡Y esos ojos! ¿Le viste los ojos? ¡Eran negros y demasiado grandes!
-Pero ya se fue… No te preocupes.
-¡No yo no quiero estar más aquí! ¡Vámonos Pipe!
-No gorda, es media noche mejor esperamos a la mañana y nos vamos temprano.
-¿Y si regresa? -preguntó Ana muy angustiada.
-No regresa m’ija… No regresa…
Nos fuimos a la cama, no sin antes asegurarnos de que las niñas estaban a salvo. Al amanecer volvimos a cargar el equipaje y los comestibles que habíamos traído y nos fuimos de la casona.Decidimos no echar a perder las vacaciones y enfilamos rumbo a Ciudad Mante y después hacia Tampico. Las niñas no entendieron el porqué del cambio de planes pero finalmente lo aceptaron.
Ana tardó en superar la horrible experiencia que la mantuvo en shock más de un mes.
Treinta años después y gracias a la magia del internet logré dar con un texto que describe experiencias parecidas a lo largo del continente sobre una criatura llamada ‘el Rake’. En realidad nadie sabe si es una sola criatura o hay más. Lo que sí puedo asegurar es que no me quedaron ganas de acampar o visitar algún lugar apartado en la llanura.