Días de sobresaltos, torrentes de agua, pasos de ganso en las calles chorreadas, frío y calor entre hermosas nubes y una sierra encantadora como hace nunca no veíamos.
Los días se amotinan y ya casi brincamos a los días de Navidad.
Hemos crecido más rápido en estos últimos años. Los viejos se vuelven más viejos y los jóvenes disfrutan de la juventud que alguna vez tuvimos.
El tiempo pasa muy rápido y las arrugas son un minutero de pocas esperanzas y la frente y el cuello empieza a dejar varados los colguijos de carne.
Nuestro tiempo es un tiempo de abandono, somos descuidados y la memoria se atolondra.
Vamos a algún sitio de la casa por alguna cosa y cuando llegamos se nos olvida a lo que íbamos.
Mi doctor Alejandro Tirado me dice que es normal que eso suceda a nuestra edad, sin embargo todos los días por la mañana reviso el obituario del Diario de Victoria con mis manos nerviosas pensando que allí está mi esquela.
Los días son cambiantes. Hemos llegado a los días inquietantes e imprevisibles.
Por un lado la violencia volátil de las sirenas diurnas y nocturnas. Y las camillas de quienes quedan con la boca desfasada y los quejidos anónimos.
Ya se acerca el Buen Fin. Para los gringos Thanks Giving.
Paliamos la angustia, el hambre, la soledad, el abandono, la tristeza en una película que no tiene final.
Vivimos la era digital, los números no mienten. Hay muchos candidatos independientes porque el poder absoluto busca congraciarse con todos.
Es el juego de la lotería donde cualquiera puede ganar con cuadro chico, tabla llena, o en las esquinas y diagonal.
El INE de electores ha confabulado estas normas con el fin de acotar al voto con una multitud sin nombre. Nos quedamos como «una gallina recién
comprada: arrinconada, en la esquina…» como me dice Baldomero Zurita.




