CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- En 1752 Victoria sólo tenía de cinco a seis habitantes, fue el año cuando se documentó la muerte de Gregorio Pizaña, quien fue el primer victorense fallecido. Fue enterrado al oriente de la ciudad donde hoy se ubica el panteón municipal.
‘No se especifica en los registros de la Basílica de Nuestra Señora del Refugio el sitio exacto de su tumba”, platica el cronista de la ciudad Francisco Ramos Aguirre.
Caminando por el panteón donde cada sepultura tiene una historia que contar, recrea los primeros años de Victoria, sus personajes y sus primeros muertos.
Fue a mediados del siglo XVIII Villa de Santa María de Aguayo, hoy Ciudad Victoria, se empezó a poblar con la llegada de alrededor de 30 familias, entre indígenas y españoles, que en ese momento tenían 30 o 40 años de edad , en los siguientes 20 o 25 años la gente empezó a morir por lo que surgió la necesidad de construir un panteón, dijo.
“En otros estados se acostumbraba llevar a los difuntos a los atrios de las iglesias, pero aquí no teníamos un templo con esa capacidad, aunque se construyó la iglesia de Nuestra Señora del Refugio, era muy modesto, cada rato se caía, se venían los ventarrones y se volaba”, platica Francisco Ramos.
En el siglo XIX la ciudad fue ‘golpeada’ por varias epidemias, según consta en archivos de gobierno municipal, los sepultureros enterraban cuanto antes a los fallecidos porque estaba prohibido realizar velorios, se procedía de inmediato a desinfectar la casa o habitación donde había ocurrido el deceso.
Cientos de personas murieron por enfermedades contagiosas y fueron enterrados en el Panteón Municipal del Cero Morelos, fue por eso que se delimitó el cementerio con la construcción de paredes gruesas. Para 1890 el gobernador Alejandro Prieto Quintero formalizó los títulos de propiedad de las tumbas.
En este cementerio existen criptas que datan de 1850, de los primeros españoles que llegaron a Ciudad Victoria, entre los que figuran familias como Lavín, Escandón, Bustamante, Zorrilla, Pier y Filizola, entre otras, explica el cronista.
Muchos difuntos de aquella época eran foráneos, si venían a la ciudad a realizar algún trámite o de visita y por alguna razón fallecían aquí, debían ser enterrados en el único cementerio que había, el Panteón Municipal.
Un ejemplo de esta desgracia le ocurrió al general Joaquín Kerlegand, originario de Tampico e hijo de extranjeros, que murió en 1907 en Victoria en uno de sus viajes y por salubridad fue sepultado de inmediato; sus restos yacen casi a la entrada del panteón y su tumba es de las más antiguas.
“Antes se enfermaba la gente y donde se muriera ahí lo enterraban, no había traslados, y con los problemas causados por las epidemias pues menos”
En el siglo XX las epidemias se fueron controlando y comenzaron a aparecer los servicios funerarios y algunos oficios como los resucitadores, personas que se encargaban de regresar a la vida a los difuntos, pues se sabe que muchos eran enterrados vivos.
Las esquelas eran entregadas a los familiares y amigos en sus domicilios particulares, y en respuesta les enviaban flores y alguna tarjeta con sus condolencias.
Está documentado que en el periódico “El Heraldo” de don Raúl Aceves se publicó la primera esquela y a partir de ese momento dejaron de entregarse a domicilio.
“Con el tiempo las tradiciones del sur y el centro del país se fueron transculturizando hasta llegar al norte, se asumieron otras tradiciones aunque no son nuestras porque de alguna manera representa elementos que tienen que ver con celebrar a los muertos”, dijo.
Alrededor de 1980 los victorenses comenzaron a adoptar de manera simultánea la tradición del Día de Muertos con los concursos de altares y Halloween con los disfraces.
“Es una cultura que nosotros adoptamos más como una cosa decorativa o de curiosidad, desde luego que celebrar a los muertos tiene mayor riqueza cultural que el Halloween, que es un simple espectáculo con una estrecha relación con el miedo, las máscaras y aspectos mercantilistas”, dijo.
Tradición de muertos pasa a ‘mejor vida’
La tradición del Día de Muertos y costumbres para recordar a los difuntos en Victoria, sufrió cambios a lo largo de la historia hasta hoy en día, donde predominan rasgos de la época prehispánica y culturas indígenas, y un claro intercambio cultural con Estados Unidos.
“El noreste mexicano tiene diferentes características culturales en cuanto a la tradición de conmemorar a los difuntos, aquí lo único que se hacía es encender una veladora, poner un vaso de agua y una fotografía del deudo y en lo que corresponde a los panteones era la limpieza de las tumbas, llevarle flores y rezar”, platica Francisco Ramos Aguirre, cronista de la ciudad.

Aquí estuvo sepultado el libertador de república dominicana, Dr. José Núñez de Cáceres, quien falleció en Victoria

En el paredón del cementerio fue fusilado Alberto Carrera Torres, el 16 de febrero de 1917 se lee en la placa

La tumba destruida donde estuvieron los restos de Don Guadalupe Mainero, luego trasladados a la Rotonda de Hombres Ilustres

Discípulos recuerdan con cariño al profesor Juan B. Tijerina

Aún quedan en pie algunos de los primeros mausoleos levantados en el panteón

La tumba donde estuvieron los restos de los familiares de José de Escandón
LEYENDA URBANA
‘El paragüero’…estuvo entre los muertos
Un extranjero de origen europeo se convirtió en una de las leyendas más comentadas por los victorenses, que pasó de generación en generación.
A este hombre le apodaban “paragüero” porque arreglaba paraguas, alrededor de 1918 llegó sin familia a Ciudad Victoria, huyendo de los estragos de la Primera Guerra Mundial en su país.
“Era un personaje popular a quien todo mundo conocía, su aspecto era muy característico, vestía con un saco negro, que nunca se quitaba, se quedaba dormido en las calles, tenía problemas de ataques epilépticos y le gustaba la bebida”, platica Ramos Aguirre.
Cuenta la leyenda que un día se quedó dormido en una de las calles del centro de la ciudad por el Mercado Argüelles, lugar donde asistía con regularidad. No se sabe a ciencia cierta si fue por un ataque de epilepsia o congestión alcohólica, pero lo dieron por muerto.
“Hubo una epidemia de gripe española y la gente empezó a morir, pues aunque sí había médicos y boticas, todavía no había antibióticos, entonces moría y los que estaban tirados en las calles las carretas los recogían para llevarlos al panteón y depositarlos en las fosas comunes para que no contaminaran al resto de la población”, explicó.
Y para sorpresa de la comunidad, mucha gente vio cuando una de las carretas pasó por el mercado y se llevaron al “paragüero”, lo echaron junto a otros seis u ocho muertos.
“Se corrió la voz y todo mundo se sorprendió y como no tenía familiares ni quién lo viera lo echaron a la fosa. Pero en la madrugada despertó entre piernas y cuerpos y brazos, recuperó la conciencia y muy asustado se empezó a quitar los cuerpos de encima, se incorporó y salió del panteón caminando”, dijo.
Se dirigió al Mercado Argüelles, la gente estaba sorprendida, creían que era un fantasma, llegó con una de las señoras que vendía comida afuera del mercado, pidió un menudo y sus tortillas, fue cuando los presentes se dieron cuenta que no había fallecido… ‘andaba entre los muertos’.




