Altamira.- Un globo se agita con ayuda del viento. Està sujeto con undelgado hijo a una cruz de mármol. A un costado, una mujer mira detenidamente la losa de concreto. Las lagrimas resbalan por las mejillas. Un silencio.
El viento mece el globo en todas direcciones. La mujer habla frente a la tumba de su hijo en el cementerio de la zona centro de Altamira.
Hoy es su dìa. El día de los santos difuntitos -como le dice la gente.
En el panteón, las madres y padres acuden para limpiar las lapidas.
Atan globos de colores, azules, rosas, niño o niña. Hoy los recuerdan en su festejo. Para algunos todavía triste. Para otros parte del ritual.
«Le traje unos globitos para que juegue. Sè, que anda por aquí. Era muy inquieto. Iba de un lado a otro y le decía -¡Ya quédate quieto! ¡Hey, deja de esta jeringando…», dice Andrea D. La madre no puede hablar màs.
El camposanto lo sabe y una ráfaga de viento trae consigo una melodía infantil, de alguna parte.
Hace cuatro años que un accidente de trànsito le ‘arrebatò’ a el tremendo «Miguelin». Miguel como su abuelo fallecido también en un accidente años antes. Miguel como su Tìo que le llevaba en la camioneta el dìa que volcaron. El domingo que murió. Andrea lo recuerda. No, solo hoy. Todos los días cuando pasa por su camita, cuando mira su foto. Cuando llora el primero de noviembre frente a su tumba. Cuando llega la tarde y no se quiere regresar a casa. Así lo recuerda. Inquieto. Incontrolable. Con cinco años apenas y toda una vida por seguir.
«Iba de un lado a otro. Era tremendo. Aijuela, Ya nomás le decía ¡Hey quédate quieto! ¡Ya deja de estar jeringando chingao!..» El globo no deja agitarse.




