CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La ciudad cueruda es vasta en relieves culturales. Parajes urbanos y suburbanos que colorean la capital tamaulipeca de muchos matices.
En una de las puntas del mapa, está el convento de las Madres Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento. El caminante jamás había estado en un monasterio y decidió visitar este lugar.
En una hectárea de tierra se encuentra este oasis espiritual que tiene una misión bien definida en este erosionado cosmos citadino.
Lo primero que llama la atención es el paisaje monumental de la propiedad. No, no es un convento como los que vemos en las películas de terror o series policiacas, grises o desoladas.
Este lugar tiene vida, el silencio que impregna la lejanía a la urbe se adereza con el tenue frío de noviembre, creando una postal casi mágica.
Escoba en mano, el jardinero que anda de acá para alla saluda y conduce al caminante hasta la portería, lugar donde inicia esta conversación.
Es la hermana Estela, quien está a cargo de la labor de recibir a los visitantes y proporcionar información precisa sobre el convento.
De andar apurado pero paciente, la hermana Estela va por la llave y abre una oficina-recibidor adornado con imágenes y un busto en bronce del Papa Juan Pablo II; todo pulcro, como si acabaran de barrer y sacudir: el caminante pasa el dedo por el respaldo de una de las sillas y efectivamente: ¡está limpio y libre de polvo!
Lo primero que la religiosa aclara, es que la orden a la que pertenecen es contemplativa, es decir que se consagran generalmente en los monasterios a la práctica de la oración, la meditación y el trabajo.
Si bien es cierto que algunas órdenes religiosas de este tipo suelen dedicarse a la enseñanza o apoyo en las misiones, su verdadero sentido vocacional es el claustro y la vida silenciosa. Es decir, nunca salen del monasterio y se aplican a la adoración en la capilla y recogimiento espiritual.
Existen otras órdenes religiosas llamadas “de vida activa” en la cual sus integrantes se dedican a tareas como visitar y atender a los enfermos, viudas y huérfanos, o a labores misioneras.
Pero en el caso de las madres adoratrices perpetuas ellas viven en total claustro, y sólo abandonan el convento en caso de renunciar a su voto o si llegara a necesitar atención médica.
La hermana Estela ya cumplió sus bodas de oro en su profesión religiosa.
Aunque se ve muy lejano ese año de 1957, lo recuerda como si fuera ayer.
“Yo tenía 17 años cuando entre al convento” cuenta emocionada la oriunda del estado de Jalisco y revela que muy a la manera de aquellas tierras a mediados del siglo pasado fueron 15 de familia: 11 mujeres y cuatro hombres.
“Tres nos fuimos de monjas adoratrices, y nos visitamos allá cada año o cuando muere algún familiar y nos dan permiso de salir del convento y pues aprovecho para ver a mi hermana monja”.
La adoratriz describió como es el proceso para llegar a ser monja:
De inicio está el postulantado donde la aspirante recibe preparación inmediata. Es este un periodo de adaptación en su nueva vida, en el que puede recibir visitas de su familia.
Luego viene el noviciado que es el inicio de su vida religiosa: un tiempo de estudio y asimilación de la vocación divina, que dura un año en el cual no se le permite ver a la familia o amistades.
Al finalizar se le prepara para la profesión, que es la labor propia de una monja, en este caso de vida contemplativa (claustro y adoración) y que se puede extender hasta cinco años. En el último “refrendo” de este, es cuando se hace la profesión de los votos perpetuos, es decir cuando lo deciden hacer permanente. En esta ceremonia se le impone una argolla en un dedo que simboliza su unión como esposa de Cristo, en otras palabras un matrimonio espiritual.
Aquellos quienes suelen decir que ‘las monjitas no se casan’, están en una garrafal equivocación pues nadie mejor que ellas están conscientes de su matrimonio con Dios, al cual han jurado honrar, respetar y otorgar fidelidad completa (algo que comunmente no se suele ver en el matrimonio mundano, por cierto).
Sin embargo siempre hay casos de monjas que deciden quitarse el hábito.
“En realidad nunca puede estar bien segura de esta vocación… de que se le mete la idea y dice me voy, me voy, me voy y pues se van… o pasan por una mala racha de algo e incluso hasta profesas se van”, cuenta la Hermana Estela.
“Por eso pedimos la santa perseverancia, para ser fieles al matrimonio con Cristo a base de oración pues como dijo San Pablo, todo lo puedo en aquel que me conforta… con la gracia de Dios no hay cosa que no podamos resolver, Dios permite las pruebas pero fortalece”.
Sin embargo el trabajo en el monasterio no es una profesión para flojos.
Para quienes piensan o creen que una monja se la pasa rezando o haciendo rompope, hay sorpresas.
Las madres Adoratrices no solo se encargan de mantener la alabanza a Dios cada minuto del día y orando por la humanidad. Su trabajo es arduo y continuo: Se dedican entre muchas otras cosas a la confección de atuendos eclesiásticos (sí, las túnicas que portan los sacerdotes católicos en misa y demás oficios
reliogiosas) fabrican ornamentos y hasta remedios naturales.
“El que no trabaja… que no coma” dice la hermana Estela. La monja de 77 años se lamenta por la falta de valores y compromiso del mundo actual mientras nos conduce hacia la capilla en la cual se encuentra otra hermana con su hábito rojiblanco y velo negro que se encuentra en adoración… pero esa es sola una de las tantas ocupaciones…