De toda evidencia los partidos tradicionales tienen el desprecio que se merecen, por un lado el PRI donde Videgaray destapó irrevocablemente a Meade y Peña reclamó su exclusivo derecho al dedazo, aunque lo disfrace de asamblea democrática. De otro lado el descaro autoritario del PAN que busca encubrir la ambición de su líder y los enjuagues del llamado Frente Ciudadano por México, ente amorfo inventado para la ocupación de cargos públicos en todos los niveles. La componenda por encima de cualquier ideología o programa.
En días pasados Miguel Ángel Mancera dijo que ese Frente debiera “abrir la competencia por la candidatura a la sociedad”. Añadió “si se pretende una decisión por dedazo, yo no estoy dispuesto”. Esto va dirigido a la actitud de Ricardo Anaya, quien descarta una votación abierta bajo la excusa de que el gobierno podría entrometerse en la elección. Como dijo uno de sus adversarios: Anaya no seas gandalla. Su verdadera intención ha sido clarificada por Santiago Creel: “Aspiramos a que el candidato sea panista por la sencilla razón de que, de los tres partidos, es el que tiene más presencia electoral y cobertura nacional; de entra así es”.
La historia del PAN confirma la hipótesis. Desde su fundación en 1939 han postulado candidato propio, salvo los comicios de 1940, 1946 y 1976. En la primera elección no presentaron aspirante pero manifestaron su simpatía por Juan Andreu Almazán, al que se consideraban opositor a los avances sociales de Lázaro Cárdenas. Quisieron convertirlo en el candidato de la derecha, aunque en realidad era la encarnación misma del callismo. En la segunda apoyaron al Partido Demócrata Mexicano y respaldaron a Ezequiel Padilla, considerado como un candidato más cercano a Washington, lo que les redituó en cinco diputaciones federales. En la competencia contra López Portillo ninguno de los contendientes panistas logró los dos tercios estatutarios y no se logró desbloquear el proceso por sospechosas maniobras del gobierno. Más tarde compitieron invariablemente con un candidato surgido de sus filas en seis elecciones, de las cuales ganaron 2 sin desmantelar el sistema tradicional del poder.
La cuestión que se plantea es el arribo de un pragmatismo rústico, a pesar del antagonismo natural que existe entre las posiciones de cada partido. Sería impensable no sólo en Europa, sino en Latinoamérica que partidos ideológicamente enfrentados se unieran en elecciones locales. Queda claro que este “mazacote” prolonga los vicios del antiguo régimen. Aspira a convertirse en el nuevo PRI, a través del “chambismo” y la refeudalización de la República, herencia del adelgazamiento del Estado nacional que los presidentes de ese partido precipitaron.
Hoy como nunca es necesario desenmascarar el doble lenguaje. La utilidad electoral en términos primitivos es opuesta a la transición democrática. Saben que no ganarán las elecciones presidenciales y sólo pretenden ocupar posiciones políticas secundarias. La verdadera disputa es, según los últimos análisis, 172 diputaciones para el PAN, 82 para el PRD y 46 para Movimiento Ciudadano. En el Senado 45 escaños panistas, 17 perredistas y 2 del movimiento. Cuando un Frente es tan amplio como una frente, se convierte en careta.
Por añadidura, la usencia de propuestas los conduce al plagio de las ideas ajenas que no pretenden concretar. El ejemplo es la Renta Básica Universal que ahora proclama, a la que la bancada blanquiazul se opuso radicalmente en el Congreso Constituyente de la Ciudad de México. Igualmente el derecho al voto a partir de los 16 años. Su dirigente parlamentario tuvo la franqueza de reconocer que objetarían estas propuestas progresistas para lanzarlas en la contienda presidencial.
En un magnífico libro de mi discípulo Carlos Arreola, titulado “El miedo a gobernar: la verdadera historia del PAN”, describe el talante reaccionario y acomodaticio de ese partido desde su fundador. El rechazo al cardenismo “a través de la conformación de un grupo integrado por porfiristas nostálgicos, políticos desplazados, empresarios deseosos de conservar su influencia y católicos resentidos por la persecución de la que habían sido objeto”. Con el tiempo se convirtió en un medio pragmático de acceso al poder, sin que ninguno de sus dirigentes conozca en verdad la historia de su partido