Las cosas en claro: José Antonio Meade Kuribreña no es el candidato presidencial del arcaico, añejo y esclerótico Partido Revolucionario Institucional.
Directo al grano: El ‘pentasecretario’ es el candidato del ‘establishment’, es el ungido del ‘sistema’, es el elegido de la elite neoliberal y tecnócrata, el grupo político empresarial que, conectado con las organizaciones financieras que controlan la economía mundial, domina el escenario nacional a partir de la llegada del grisáceo Miguel de la Madrid a la presidencia de la república.
Fue el primero de diciembre de 1982, cuando se registró el mayor cambio político y económico en la historia reciente de México. Ese fue el verdadero punto de quiebre. El neoliberalismo llegó para quedarse o, al menos, eso intentará, al precio que sea, en la elección de 2018.
Ni siquiera la alternancia representada en las urnas con la irrupción del ignorante ranchero con botas Vicente Fox significó un cambio de rumbo como sí lo representó el asalto al poder del grupo de los tecnócratas neoliberales, finos egresados de las escuelas de Economía y, luego, pulidos a detalle con diplomados, maestrías y doctorados en Yale, Harvard o Princeton.
Los tecnócratas, cuyas convicciones e ideales son forjados a imagen y semejanza de los criterios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (Estados Unidos, of course), son personajes cultos en materia económica, dominan el inglés (prácticamente, su primera lengua) y conocen las principales ciudades del planeta, Nueva York, Londres, París, Berlín, Roma, Tokio, emblemas de los mercados de valores, de las cotizaciones bursátiles, del ‘lavado de dinero’ a gran escala.
Son, sin duda, hombres doctos, inteligentes, hábiles para dar la impresión de que la macroeconomía se encuentra con cabal salud, brillantes narradores del mismo cuento neoliberal de los últimos 35 años: México, en perpetua crisis económica, ahora sí, por fin, crecerá a un 3, un 4 o hasta un 5 por ciento anual.
Sin embargo, la realidad, una y otra vez, se impone: el país registra un crecimiento del uno por ciento, en promedio, a lo largo de las más recientes tres décadas y media. Cierto, en ocasiones el PIB ha crecido más (en 1999-2000, por ejemplo), pero las crisis de 1982, 1987, 1994-95 y 2008 han empujado a la economía mexicana hacia el precipicio. Las experiencias han sido devastadoras para los bolsillos de los trabajadores y de la clase media.
Basta recordar que al inicio de este año, con el ascenso del fascista Donald Trump a la Casa Blanca, la economía de México comenzó a tambalearse y estuvo a punto de colapsarse. El peso, que ya no pudo recuperar el valor que tuvo frente al dólar hace cinco años, sufrió otra devaluación que repercutió en el alza de precios. La gasolina se disparó. La inflación registrada en 2017 es la más alta en mucho tiempo.
Lo peor todavía no ocurre. Ese escenario podría darse si el Tratado de Libre Comercio, sin lugar a dudas, la mayor aportación del grupo de los tecnócratas a la economía mexicana, llega a su fin por decisión de ese singular y excéntrico empresario de corte populista que despacha como presidente de los Estados Unidos.
En ese tambaleante contexto económico, José Antonio Meade Kuribreña, descendiente de irlandeses y españoles, es designado candidato del PRI a la presidencia de la república con una característica que no debe ser olvidada, debido a su relevancia de fondo y forma en materia política: No es militante priista.
Eso confirma la tesis de que el dos veces secretario de Hacienda no fue nombrado candidato presidencial bajo la línea dictada por la historia del partido tricolor, por decisión personal del residente de Los Pinos, sino por el grupo dominante, el influyente y poderoso grupo tecnócrata y neoliberal que
gobierna el país desde principios de la década de los ochentas del siglo pasado con la bendición de las principales organizaciones financieras del mundo.
Esa fue la razón por la que Luis Videgaray, el auténtico poder detrás del trono en el sexenio peñanietista, escenificó ‘el predestape’ de José Antonio Meade a base de elogios en un evento realizado la semana pasada en la Cancillería. En los hechos, le quitó la decisión o, al menos, le ‘ganó’ el tradicional anuncio a su presunto jefe, el presidente de la república, el único ‘despistado’ a lo largo de cinco años.
Ante ese influyente y poderoso grupo de los tecnócratas y neoliberales, Miguel Angel Osorio Chong nunca tuvo la mínima oportunidad de convertirse en el candidato del PRI a la presidencia. Si lo hubiera logrado, lo hubiera sido para ser ‘sacrificado’ ante el PAN o el Frente Ciudadano por México. Si Meade y su amigo Videgaray mantienen el poder en los años por venir (es el escenario más probable en la lógica de la política real), el actual secretario de Gobernación pagará muy caro no sólo su audaz aspiración, sino el haberse confrontado con ellos de manera ruda, áspera.
Si bien los poderosos tecnócratas y neoliberales han controlado el escenario político y económico del país durante 35 años, en los tres últimos sexenios ninguno de ellos ha estado sentado en la silla de Los Pinos. Cierto, son el poder detrás de la anhelada silla, pero ninguno de ellos se ha colocado la banda presidencial a partir del año 2 mil.
Vicente Fox, por supuesto, no era un fino representante de la tecnocracia, pero tenía al implacable y soberbio Francisco Gil Díaz en la Secretaría de Hacienda. Felipe Calderón tampoco era un egresado del ITAM, pero el área financiera fue manejada por Agustín Carstens y, en el tramo final del sexenio, por José Antonio Meade. Enrique Peña Nieto, duramente cuestionado desde que evidenció su profunda ignorancia en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, nunca tuvo idea de las operaciones hacendarias, siempre a cargo de Luis Videgaray y su grupo (el ahora candidato presidencial y José Antonio González Anaya, por cierto -por si faltara algo en la ‘teoría conspiracionista’-, concuño de un tal Carlos Salinas de Gortari).
De finales de 1982 al año 2000, la tecnocracia tuvo, literal, la presidencia de la república en sus manos: Miguel de la Madrid, fue el primero; Carlos Salinas de Gortari llevó el neoliberalismo a su etapa de plenitud; y Ernesto Zedillo tuvo que administrar el desastre ocasionado por los excesos del salinismo (CSG modernizó la economía, pero intentó construir un nuevo maximato político -se lo impidió ‘la nomenklatura’ a balazos-).
Con José Antonio Meade Kuribreña, la tecnocracia quiere recuperar la silla presidencial de Los Pinos. El control de la economía y las finanzas ya lo tienen desde hace tiempo, pero ahora van de vuelta por el poder político pleno, sin contrapesos que los cuestionen a diario desde Bucareli o instancias similares.
Que quede claro: Lo que vimos ayer no fue solamente la operación de la arcaica maquinaria priista, sino la entrada en operación de una máquina realmente poderosa, la que tiene el dominio del país, ‘el establishment’, eso que llaman ‘el sistema’. Son intereses transexenales que rebasan a cualquier partido político, del color que sea.
Seguramente, ese grupo dominante no va a permitir que Andrés Manuel López Obrador, ‘el gallo’ de una izquierda siempre confrontada y dividida, gane la presidencia de la república en la elección del próximo año. No se lo permitieron en el pasado. Y no se lo permitirán en 2018. Así opera la política real.
Con su nuevo ‘look’ de candidato, Meade, el tecnócrata neoliberal que trabajó con el panista Felipe Calderón y con el priista Enrique Peña Nieto, será presidente de México.




