“Si no podemos cambiar de país -decía- James Joyce, cambiemos de tema”. Es que vivimos los tiempos de la euforia, de la rapiña y el engaño.
La República Gruyere es para los roedores profesionales que han hecho de la política su modo de vivir.
Un modo de artificios Morales y económicas que mantienen el estado de cosas. Somos un país donde se enaltecen a los ladrones y sin vergüenzas. Nombres de escuelas, estadios deportivos, calles, colonias, llevan los nombres de individuos aprovechados de la ignorancia y la pobreza de los pueblos, y son premiados por una sociedad que los solapa.
Justamente la gente de bien, educadores, médicos, científicos, son olvidados de la memoria ciudadana. Digo justamente porque el olvido es dirigido por
quienes detentan las redes de poder. Históricamente, tampoco la conciencia pública es justa. Los grandes profesores, los buenos políticos, son borrados de la memoria pública.
Hoy vivimos una vez la euforia del carnaval de los presuntos candidatos presidenciales, pero con otras condiciones que parecen impredecibles si la alternancia del poder no se da en la bandeja de los demás. Digo, los más necesitados de la justicia social.
Se han echado andar las ruedas de la historia, la misma historia que olvida a los miles de pobres, a los miles de niños desnutridos, a las miles de gentes sin empleo, los miles de profesionistas sin futuro.
Son lo mismo de lo mismo. La misma sopa.
La mismas flores en la mesa. Pero ¿qué podemos hacer?
Pues volver a creer en nosotros como país.
No podemos cambiar de país, pero cambiemos de tema como decía el formidable James Joyce.




