Tamaulipas.- El 13 de octubre de 2014 no fue un día más agitado de lo normal en Matamoros.
Pero en ocho horas, elementos de Marina y del extinto grupo Hércules detuvieron por diferentes motivos a 14 personas en varios puntos del municipio.
Todos fueron concentrados en un terreno baldío donde fueron torturados.
Hasta ese lugar llegó la alcaldesa Leticia Salazar Vázquez, supervisó lo que estaba ocurriendo y ordenó que fueran presentados ante el Ministerio Público.
Diez de ellos ahora están presos en el Cefereso de Tepic por delitos relacionados con la delincuencia organizada. Los otros cuatro: tres hombres y una mujer, están muertos.
La historia comienza el domingo 12 de octubre. Erica Alvarado Rivera, de 26 años, salió de su casa en Progreso, Texas rumbo al poblado de Control en Matamoros, Tamaulipas.
Iba a ver a su novio, José Guadalupe Castañeda, de 32 años.
Pasó la noche con él en el lado mexicano. Sus dos hermanos, Alex de 22 y José Ángel de 21, también estaban en territorio tamaulipeco, ayudándole a su padre en un taller mecánico.
Y sin saberlo, su destino estaba cerca de dar un vuelco fatal.
Se encontraron poco antes del mediodía del 13 de octubre, en un popular restaurante de carnes asadas, ubicado justo debajo del puente que conduce al cruce internacional Los Indios. Ellos llegaron ahí en la Jeep Cherokee de Raquel y en una Chevrolet Tahoe; ella en la camioneta de su pareja.
A partir de entonces, el relato de la Comisión Nacional de Derechos Humanos -integrado por las declaraciones de más de 20 testigos- retrata el fiel ejemplo de una desaparición forzada y una ejecución extrajudicial.
Los ejecutores habrían sido por lo menos cinco elementos de la Marina y siete policías estatales comisionados en el Grupo Hércules. Pero según el organismo, la lista de quienes tienen responsabilidad en los hechos por encubrimiento u omisión, es muy larga.
Empieza por la ex alcaldesa de Matamoros, Leticia Salazar y el ex oficial mayor del municipio y “comandante” del Grupo Hércules, Joe Mariano Vega.
También se señala a autoridades de la Primera Zona Naval Militar, a los responsables de la Policía Estatal en la región, y a cinco elementos de la Policía Federal que presenciaron los hechos y se hicieron de la vista gorda.
De ese tamaño es el caso que destempolvó la CNDH y que, según su recomendación, debe ser llevado hasta las últimas consecuencias por la PGR que tiene en sus manos la investigación judicial.
Sobran testigos que observaron cómo Raquel y su novio fueron detenidos por elementos “Hércules” y de la Marina mientras estaban en el restaurante, sin haber cometido ningún delito.
También sus hermanos corrieron la misma suerte.
Eran las 12:30 horas y no muy lejos de ahí, la alcaldesa presidía un evento oficial en Control. Por eso había tantos elementos de seguridad en esa zona.
Hay quien afirma incluso, que los efectivos esperaron a que pasara por el lugar el convoy de la edil, para emprender su camino hacia Matamoros.
A la caravana se sumaron las camionetas donde iban los detenidos y sus vehículos, conducidos por elementos de Marina.
Las dos unidades fueron encontradas tres días después en el estacionamiento de una agencia aduanal. Según una empleada del lugar, fueron llevados por un hombre que quería nacionalizarlos y aseguró que regresaría al otro día para llevar los documentos necesarios.
Era 16 de octubre. Para entonces, el padre de los hermanos Alvarado Rivera ya había buscado a sus hijos en todas las instancias que se le ocurrieron.
De acuerdo a la reconstrucción hecha por la CNDH, luego de ser arrestados, los tres jóvenes de origen estadounidense y el novio de Érica, fueron llevados a lo que podría considerarse un centro de detención clandestino.
Ninguno de los testigos atina a ubicarlo con precisión.
Los otros detenidos que se encontraban en el sitio, aseguran que reconocen a las víctimas por su “acento americano” y porque algunos conocían a José Guadalupe, el único mexicano de los cuatro.
Todos coinciden en que la alcaldesa estuvo ahí, que dio la orden de que fueran llevados ante el Ministerio Público, y que de los 14 que integraban el grupo sólo llegaron diez.
De los muchachos del “acento americano” y de su viejo conocido ya no supieron más.
Nunca fueron presentados ante autoridad alguna.
El 29 de octubre en la brecha El Tecolote, detrás de unas antiguas instalaciones de Luz y Fuerza en Matamoros, aparecieron cuatro cuerpos asesinados con el tiro de gracia.
Eran Alejandro y José Ángel, que para ese entonces ya deberían haber estado en Missouri, trabajando en la pizca como cada año. Eran José Guadalupe y su novia Raquel, que ya no pudo empezar a estudiar enfermería como pretendía.