CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El descanso eterno: una simple frase y a la vez difícil concepto para asimilar. Lo dijo un famoso músico jamaicano hace años: todo mundo quiere ir al cielo, pero nadie se quiere morir.
Realmente, la idea del descanso parece haber sido acuñada para los que se quedan en este mundo cuando un ser querido parte al más allá. El deseo de mantener la conciencia sana, tal vez.
Pero muy opuesto a lo que todo mundo parece creer, el camposanto no es un lugar tan apacible, es una pequeña urbe en construcción, en crecimiento y depuración.
El panteón del Cero Morelos es tal vez uno de los más antiguos de Tamaulipas y a la vez uno de los más peculiares. Con sus más de doce mil tumbas y con un promedio de cuatro cuerpos por sepulcro alberga a un estimado de cincuenta mil difuntos, que bien podría ser la población de una ciudad joven.
Sus pasillos y andadores hablan de historias e inquilinos que lejos de permanecer en callada quietud, causan problemas como cualquier vecino ruidoso y que recibe visitas constantemente. Algunas de ellas no solicitadas.
Ciertamente ya no hay espacio para nuevas gavetas, lo que ha desatado un jugoso mercado para los propietarios de un pedacito de tierra en este microcosmos. El precio de las parcelas están sujetas a la ley de la oferta y la demanda, es decir, entre más lo desees, más caro cuesta.
El Caminante llegó temprano al cementerio y tras presentarse en la administración, una bella sonrisa lo atendió y lo puso en contacto con uno de los trabajadores del lugar.
Jonatán, empleado municipal con trece años de experiencia descubrió tumba a tumba el ingenioso y amplio universo de tareas que llevan a cabo.
No, no es sólo enterrar a los muertos (de hecho, ya ni tierra se usa para cubrirlos). Sus labores van mucho más allá: realizan también exhumaciones, es decir retiro o reacomodo de los restos que llevan más de seis años sepultados.
Cada tumba puede contener varias gavetas, como una especie de edificio subterráneo con tres o cuatro pisos y en cada uno de ellos se coloca un ataúd.
Con la finalidad de hacer mas lugar y desocupar gavetas, los restos son sacados del ataúd y puestos en recipientes que ocupan menos espacio y poder colocar más cuerpos en un futuro… ¡o a la de ya!
Lo batalloso del asunto es con aquellas tumbas de hace más de siete décadas, cuando efectivamente las rellenaban con tierra, ahí los trabajadores como Jonatán a pico, pala y “barra” cavan vigorosamente, muchas veces sin saber que van a hallar exactamente.
El terreno puede presentar tierra, barro, piedras, piedritas y piedrotas, así como raíces de los arboles aledaños e incluso posesiones de los difuntos, como enseres y hasta joyas o dinero. No debe el lector emocionarse con esto último, pues suele ser muy raro hallar objetos de valor y cuando sucede son reportados inmediatamente a la oficina.
Existen sepulcros que son unos verdaderos condominios subterráneos, como el de la familia de un conocido ex rector, cuya construcción hecha de mármol europeo tiene cinco metros de profundidad y puede albergar a ¡veinticinco cuerpos!
Ese detalle revela otra de las ocupaciones de la docena de trabajadores del Panteón del Cero Morelos: la albañilería.
En este mini pueblo hay de todo, desde “casitas humildes”, departamentos de blanco granito (con capilla incluida) y lujosos palacetes de mármol hasta verdaderos rascacielos y cúpulas.
Pero los cimientos son construidos por Jonatán y sus compañeros. Es común ver por las “vereditas” montones de grava, arena y blocks esperando para ser usados en alguna gaveta.
Sin embargo como todo en este mundo, el camposanto tiene un lado… no tan santo.
Jonatán conduce al Caminante a una de las tumbas más famosas, de una persona que fue maestro de la logia y que pereció allá por los años cuarentas… a punta de martillazos. El hecho no tendría nada de extraordinario sino fuera por el hecho de que este sepulcro es de los preferidos por personas que practican la brujería y acostumbran enterrar ahí sus “trabajos”: bolsas de plástico, veladoras, frascos de vidrio, botellas cuyo contenido puede ser tierra, sal o cualquier elemento que sirva para que ‘el alma vagante’ de quien sufrió una horrenda muerte violenta’ pueda ayudarle en su deseo de forzar tal o cual objetivo, bueno… o malo.
Otra de las tumbas más populares para este tipo de oscuros trabajos es la del famoso “Quemador” Ismael Garza Flores, que curiosamente yace a dos metros del sepulcro de sus últimas dos víctimas: Marcelino Mendoza Marín y Enrique Sámano Ruiz.
Para Jonatán esto algo casi del diario vivir y aunque el hombre reconoce la existencia del bien y el mal, también se siente tranquilo pues su fe en Dios lo protege de cualquier manifestación del maligno.
Él, hijo de un pastor evangélico sabe que mientras su resguardo espiritual sea el creador y su palabra, nada podrá dañarle. Pero no todos los compañeros piensan igual. Hay algunos que al ver brujerías o veladoras de la santa muerte huyen a la carrera y hasta pegando ‘chicos’ gritotes. El temor a lo que esta mas alla de la comprensión de la mente humana siempre aterrará a mas de uno.
La muerte no discrimina y mucho menos avisa, por eso cuando alguno de los trabajadores de este lugar sufre la pérdida de algún familiar o amigo cercano sus propios compañeros le hacen el paro para que sin preocupaciones se ocupe de despedirse del que emprendió el viaje sin retorno, en su propio centro laboral.
Sin embargo, y aunque Jonatán ya tiene ‘callo’ en eso de regresar a la madre tierra a los difuntos, más de una ocasión estuvo en medio de un sepelio y el dolor ajeno pudo más y le caló tan hondo al punto de extraerle lágrimas.
Pero la vida sigue, y aquí hay mucho trabajo por hacer, pues mensualmente llegan a efectuar más de una veintena de servicios entre inhumaciones y exhumaciones.
El Caminante llega al final de su recorrido y a diferencia de otras ocasiones la moraleja de su jornada es simple: disfrutar de la vida y de los vivos, porque ni después de que se lo carga a uno el payaso se puede descansar en paz. Demasiada y lúgubre pata de perro por este día.